Según subo hacia Valvanera el cielo está más cubierto. Una lluvia fina cala en el paisaje hasta que se toma el valle del Najerilla camino del santuario donde se encuentra la Virgen de Valvanera. Voy con tiempo, no hay prisa. Es un recreo ir en coche mientras llueve, ves cómo el valle del Ebro queda atrás y la montaña empieza a dar paso a bosques y espesuras. Deja de llover pero no termina de salir el sol. Da igual. La Virgen nos espera arriba, en Valvanera. Pensaba que al llegar habría barro por los caminos pero no. Todo cambia cuando uno se abre al amor de una Madre para que los hijos puedan estar a gusto con Ella y cantarle, y danzarle y decirle que es nuestra Madre, la Madre de Dios, la misma que viene en carne mortal a Zaragoza a alentar al apóstol Santiago para que siga transmitiendo la Palabra de su Hijo en estas tierras de Hispania.
Eso es lo que pretende la peregrinación “Madre ven”, rememorar la venida de la Virgen desde Éfeso a Zaragoza. Ha sido llevada a hombros de Zaragoza a Santiago desde su llegada de Éfeso. Ahora recorre los principales santuarios de España para terminar en el santuario de su Hijo en el Cerro de los Ángeles en Madrid. Una imagen de la Virgen Inmaculada llega a Valvanera y sale en procesión desde la ermita del Cristo. En la explanada de la iglesia le espera la Virgen de Valvanera. Se saludan y entre una imagen y otra sus hijos danzan en su honor para dar gracias por su visita a esta tierra riojana. Fieles venidos de diversas partes de La Rioja, unos pocos sacerdotes unidos a los monjes que cuidan de la casa de la Virgen y los caballeros de Valvanera son los que dan la bienvenida a la Madre en su largo viaje desde tierras de oriente.
Hay emoción en el ambiente, no brilla sol, el cielo sigue cubierto, envuelve el lugar una niebla alta que da un tono de magia al momento. Las danzas y la música de las gaitas que siempre acompañan las procesiones de nuestros pueblos en las fiestas patronales vuelven a oírse después de más de un año de sentir su ausencia. ¡Todo empieza a tomar vida gracias a la Madre! La procesión se dirige hacia la iglesia que da paso a la misa que se celebra como acto de acogida a la imagen de la Virgen de Éfeso que en este día de fin de julio visita los montes de Valvanera.
Sigue la comida y luego un rosario completo, es decir con todos los misterios (gozosos, luminosos, gloriosos y dolorosos), cada uno dirigido por un grupo que ha querido estar a los pies de la Virgen de Valvanera y de Éfeso. Tras un descanso los monjes nos meten de lleno en el amor a la Virgen con una meditación mariana que nos prepara al encuentro de la Madre con su Hijo en una vigilia de adoración. La Virgen de Valvanera desde su camarín lo contempla todo y la Virgen de Éfeso desde el altar se acerca a su Hijo expuesto en la custodia. Los hijos de Dios y de María puestos de rodillas reciben al Hijo de la Madre que hoy tiene dos nombres. Cantos, salmos, lecturas y silencio. Al final ese silencio habla de lo que hoy se vive en Valvanera; nos abre a la unión tan fuerte que hay entre el amor de un Corazón Inmaculado como el de la Virgen y el de un Corazón Vivo y Sagrado como el del Hijo. La Virgen viene en carne mortal a Zaragoza hace muchos siglos; ahora vuelve pero en una imagen. En este día es el mismo Dios, su Hijo, el que vivo en la Eucaristía, se hace presente ante su Madre para que todos los hijos de la Madre le miren, le adoren y se abran al amor que mana de estos Corazones. Adorar a Jesús Eucaristía en un día como éste hace brotar el recuerdo del santo que se celebra y de lo que le sucede a un riojano que desborda sin medida amor inmenso a la Madre bajo la advocación del Carmen.
El corazón vibra ante la custodia y la figura de su Madre. Se acuerda de ese peregrino que se pone en camino después de recibir una herida de bala en la defensa de Pamplona hace justo 500 años. Es el inicio de un proceso de conversión que termina con la fundación de una orden religiosa: la Compañía de Jesús. Al pasar por Navarrete me acuerdo de él, del santo del día, de San Ignacio de Loyola, que en sus tiempos de joven valiente que va de batalla en batalla pasa por estas tierras antes de meterse de lleno en la vida de oración en la cueva de Manresa. Hace un camino físico y a la vez espiritual. Da como resultado la gran obra llevada a cabo por los jesuitas en estos cinco siglos que hoy recordamos ante aquel que es el sentido de su vida, cuando una herida le deja postrado en cama. Dios aprovecha un mal en sí mismo para dar la vuelta a su vida y dirigir su mirada hacia el que le ha dado la existencia, la vocación y una meta preciosa: la santidad. En este proceso derrama muchas lágrimas, se emociona al celebrar la eucaristía y tener el Cuerpo de Cristo entre sus manos como lo tenía la Virgen María cuando vivía con Él en Belén y Nazaret.
Seguimos en adoración junto a la Virgen. Entonces viene el recuerdo de lo sucedido hace justo 85 años, un 31 de julio de 1936. Siete carmelitas descalzos son fusilados en Toledo. Entre ellos se encuentra un riojano que ha rezado mucho ante el Santísimo y ante la Virgen del Carmen en su localidad natal antes de tomar el hábito como fraile. El P. Ramón de la Virgen del Carmen, natural de Calahorra, vive sus últimos meses dedicado a mostrar a todos el amor de Dios. Con los niños por medio de la devoción al Niño Jesús de Praga, con los jóvenes carmelitas descalzos que se forman para ser sacerdotes les forma en clase historia de la Iglesia y a los adultos los lleva por los caminos de la vida interior con el acompañamiento y administrando los sacramentos. Eso significa celebrar la eucaristía hasta que llega la hora de vivirla en primera persona cuando al no renegar de su fe en Jesús Eucaristía sabe que no tiene más salida que la muerte. Una muerte que da vida, su sangre derramada junto a la de sus hermanos con los que vive en el convento, es señal de que la vida no termina sino que corre, discurre y se expande para decir a todos que el amor de Dios está por encima de todo. Sólo el que se abre a lo que se vive junto al Corazón de una Madre y de un Hijo es capaz de decir que nada se puede cambiar por eso. Es la causa por la que su sangre queda por las calles de Toledo, como la de Cristo en el Monte Calvario. ¡Eso es la Eucaristía! La sangre derramada para el perdón de los pecados y para mostrar a los verdugos que Cristo sigue perdonando siempre, pase lo que pase.
Todo esto pasa por el corazón cuando contemplo los Corazones de Jesús y de María, presento los corazones de los presentes y de los que querían estar aquí pero por diversos motivos se encuentran lejos. Da igual, ante Jesús vivo se hacen presentes porque la Madre los trae a todos para que se postren de rodillas ante su Hijo y le den gracias, le alaben y se dejen llena de su amor. ¡El amor de una Madre lo puede todo! ¡Y este amor si se une al de su Hijo mucho más! ¡Cristo presente en el altar! ¡La Madre mirando a todos! ¡Los hijos adorando en silencio! Ahí me quedo, ahí nos quedamos, en silencio ante la Madre y el Hijo hasta que los monjes rompen el silencio para terminar el día con el rezo cantado de las vísperas. Llega la bendición y la despedida de los peregrinos. Cada uno vuelve a su casa, los monjes se quedan, la Virgen de Éfeso y Valvanera también, con su Hijo que seguro que ya ha presentado al Padre todo lo que ha escuchado en un día tan especial donde no ha parado de recibir súplicas por parte de los presentes o por medio de su Madre que le transmite lo que le dicen sus hijos.
Al final todo termina en el mismo lugar: la gloria eterna del Padre que se hace presente cuando ya todos se han ido y empieza a salir el sol entre las nubes, es algo sorprendente, no quedan coches, el sol se asoma, la Virgen está en su casa, cae la tarde y es cuando sale sol, cuando parece que ya no es la hora llega la hora de Dios, cuesta marchar y perder este momento de gracia, pero toca volver a Logroño. Una vez despedido del Hijo y de la Madre empiezo a bajar el valle, pero de un modo distinto al que me imaginaba por la mañana cuando comienza esa lluvia fina que me hace pensar que habría muchas lluvia en la montaña y la realidad es todo lo contario. Así es Dios, grande, maravilloso y generoso. La presencia de la Madre deja huella por fuera y por dentro cuando vuelvo de Valvanera sin barro por los caminos.