Reflexiones metafísicas y trascendentales en medio de la crudeza de la guerra; imágenes paradisíacas de la naturaleza de las islas Salomón en la Polinesia, durante la decisiva batalla de Guadalcanal en la segunda guerra mundial; pensamientos profundos del alma de unos soldados que intentan sobrevivir buscando un refugio interior que les proporcione algo de paz y de seguridad en medio de la sangre y el miedo. Este es el cuadro que expone el incomparable, filosófico y cristiano director Terence Malick, basándose en unos hechos reales escritos por un combatiente, a base de primeros planos, voces en off y potentes imágenes que lo mismo describen el pánico ante la muerte, como el trauma tras la batalla o la paz ante el cielo azul.

Hermandad, traición, heroísmo, miedo, locura, cobardía, agonía, sacrificio, son conceptos que la película va pintando en el lienzo de la complejidad humana que es capaz de lo mejor y lo peor. Y por encima de todo, la búsqueda del sentido de la vida, del amor, la búsqueda de algo a lo que agarrarse en medio de la sinrazón de la guerra y del infierno que supone la operación militar en la que están destinados los soldados americanos frente al enemigo japonés. Cine reflexivo y conceptual que profundiza en los entresijos del alma humana en la situación límite de la batalla, donde el enemigo es un hermano al que quitarle la vida por motivos ideológicos, por el color de las banderas y, sobre todo, por pura supervivencia.

El protagonista Witt (Jim Caviezel) es un rebelde contemplativo que pretende encontrar bondad humana o genio divino, un destello, incluso en el peor escenario, y que desde una situación inicial de desertor entre los inocentes nativos, y tras un viaje interior, acaba sacrificando su vida por sus compañeros. Intenta sobrevivir como todos, pero sin odiar a sus enemigos, como le aclara al compañero que le señala que su inmediato superior (Sean Penn), le odia por haber desertado: “no me puede odiar porque yo no le odio a él”. 

De hecho la relación amor/rechazo/admiración, entre soldado y sargento es una de las tramas más hermosas de la película. El sargento es un pragmático amargado que llama “tumba” a la isla donde se están destinados, pero que admira la bondad innata de su subordinado y su visión positiva y esperanzada del ser humano. Cuando le entierra, arrodillado y solitario reclama a su querido soldado: “¿Dónde está ahora tu destello?”

Dos formas de ver la vida, dos formas de enfrentarse al salvajismo de la guerra, dos formas que cohabitan constantemente en todo ser humano. El práctico y aséptico sargento que bastante tiene con sobrevivir y el soldado idealista que se apunta a todas las operaciones arriesgadas para ayudar a sus compañeros, ganándose su respeto y su cariño.
Uno muere con amor y sentido. El otro sobrevive con resignación y frialdad. El uno da la vida por sus amigos, el otro solo busca conservarla. El uno evoluciona interiormente, observa, discierne y avanza. El otro deambula estancado y paralizado. El uno reconoce la Gracia y la aprovecha, el otro teme y se queja. El que muere ha vivido. El que vive está muerto.

La delgada línea roja es aquella que traspasamos cuando no confiamos en el poder de la Gracia y dejamos que el miedo y la desesperación nos esclavice y nos meta en una tumba. No son nuestras fuerzas las que hay que poner en juego sino la Gracia divina que se nos regala y nos potencia para pensar y amar según Dios. No apaguemos nuestro destello con miedos, bloqueos y desesperanzas. Confiemos en la Gracia divina que nos regala un Dios encarnado. Un Dios que no huyó de la muerte permaneciendo en la cruz y amando a sus enemigos. Nuestro destello será tan grande como nuestra confianza.

“Y la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la caridad en Cristo Jesús” (I Timoteo 1,14)

 



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