Me tomo la libertad de proponer al lector que se adentre en este breve texto de San Agustín. Habla sobre la insignificancia como un don de Dios:
¿No es digno de toda admiración el curso ordinario de la naturaleza? Todas las cosas están llenas de milagros, pero la frecuencia los ha hecho vulgares. Intenta darme explicación; mi pregunta versará sobre cosas que vemos a diario. Explícame por qué la semilla de un árbol tan grande como la higuera es tan pequeña que apenas puede verse, mientras que la humilde calabaza la produce tan grande. Sin embargo, la semilla de mostaza, tan pequeña y apenas visible; esa pequeñez e insignificancia -se percibe si se aplica la inteligencia y no los ojos- oculta también la raíz y lleva dentro el tallo, las hojas y el fruto que aparecerá en el árbol. Todo está anticipado en la semilla. No es necesario pasar revista a muchas cosas; las cosas de cada día nadie intenta explicarlas, y tú me exiges que te explique los milagros. Lee, pues, el evangelio y cree los hechos maravillosos en él contenidos. Más es lo que ha hecho Dios; la obra que supera a todas las demás no te causa admiración: nada existía y el mundo existe. «Pero -dices- es imposible que un cuerpo voluminoso pase a través de una puerta cerrada». - ¿Cuál era su volumen, te suplico? - El normal de un hombre. - ¿Era, acaso, igual al de un camello? -De ninguna manera. -Lee el evangelio, escúchalo; cuando quiso mostrar la dificultad que tiene un rico para entrar en el Reino de los Cielos, dijo: Más fácilmente entra un camello por el hondón de una aguja que un rico en el Reino de los Cielos (Sermón 247, 2-3)
Sin duda, ser insignificante se ve hoy en día como algo indeseable. Las redes están llenas de personas que luchan por ser lo más conocidos y reconocidos. Se hacen reuniones de "influencers" antes que reuniones de insignificantes católicos. Una persona insignificante no representa nada. Se la ignora y se la olvida. Lo que pueda decir, no tiene trascendencia alguna en los escenarios mediáticos del mundo. Pero, una semilla de mostaza fue puesta como ejemplo por Cristo.
¿La evangelización es cosa de grandes y reconocidos personajes? Personalmente siempre he creído todo lo contrario. Lo esencial son las pequeñas semillas que dan testimonio cercano a quienes necesitan a Cristo en sus vidas. Semillas que portan personas sencillas, sin nombre ni fama. El ojo de una aguja deja pasar el fino hilo, no un inmenso camello. Si te sientes insignificante, ignorado, sin relevancia alguna, estás es el camino de la negación de sí mismo que Cristo señaló como imprescindible para seguirlo. Esta es la esperanza que nos ayuda a seguir adelante día a día.
Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros. (Mt 5, 11-12)
¿Qué podemos perder si nada tenemos ni a nada material damos valor? Pierde quien tiene y sobre todo el que más tiene. El que sólo tiene al Señor, nada más le hace falta.
Como indica San Agustín, "Todo está anticipado en la semilla". Todo está anticipado en Cristo. La misión que nos da sentido es llevar esa sencilla Semilla a quienes la necesiten. ¿El éxito? Nunca dejar de llevar la Semilla con nosotros y lanzarla cuando vemos dónde puede germinar. Lo demás es obra del Espíritu, no de nuestra relevancia, fama o influencia. Lanzar la pequeña semilla es lo que nos da sentido y nos ayuda a ser y sentirnos, humildes herramientas en manos del Señor. Dios cuida sus herramientas. Limpia la suciedad y las endereza cuando se doblan. Este es el milagro que nadie ve, pero que hace que la fe no desaparezca del mundo. Este es el milagro que San Agustín indica.
Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar; ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. (Mt 5, 14-16)