Jesús es el Dios hecho hombre. Ahora bien, ¿qué significa esto? La presencia literal de la causa de todo lo que existe en medio de nosotros. Cristo estuvo aquí físicamente, perteneció a una familia y cultura concreta. De ahí que, además de la Biblia, lo podamos rastrear a través de la historia y la arqueología. Santa Teresa de Ávila, cuando escribía sobre él, lo mostraba muy humano en el trato. Y es que así es. Tenemos a un Dios que vino para acortar las distancias entre el cielo y la tierra. Pues bien, Jesús tuvo una faceta o rasgo que prácticamente no hemos estudiado y que, sin embargo, nos puede ayudar a tocar un tema difícil: las estructuras y su organización en el marco de la Iglesia y de la sociedad. Es verdad que en su tiempo, no se construyeron las basílicas que tenemos ahora; sin embargo, dentro de esa humanidad compartida, se vio en la necesidad de organizarse. Por ejemplo, en el relato de la multiplicación de los panes, se preocupó por tantas personas que lo seguían y que no habían comido. Incluso, se narra que les indicó cómo acomodarse[1]. Cuando vemos los grandes eventos, como la JMJ, no podemos dejar de pensar en las primeras veces de la Iglesia, cuando le tocaba a Jesús y a los doce recibir a un mar de personas. A veces perdemos de vista que la Iglesia, en cuanto a su misión, necesita organizarse. Algunos, incluso, dudan sobre la moralidad del Código de Derecho Canónico, pero si vemos a Jesús, encontramos que él tenía muy claro que debía contar con un orden y reparto de responsabilidades. Por lo tanto, nos toca tener visión, saber integrarnos mejor y, en el marco de las instituciones de la Iglesia, dirigirlas con inteligencia y siempre a la luz de la Doctrina Social. Por eso es necesario el código antes citado. Nadie ha sido tan íntimo a Dios como su propio Hijo; sin embargo, la contemplación; es decir, las veces que se quedaba orando a solas, nunca le impidieron poner los pies en la tierra y ocuparse de la logística.
Es verdad que se dieron muchas dificultades con Judas Iscariote, el tesorero de la comunidad, pero aun así comprendió que era necesario mandarlos, por ejemplo, de dos en dos[2]. Dicho de otra manera, que el mal de uno, no era generalizado ni mucho menos una justificación para ir sin una cierta hoja de ruta.
¿Cómo planeamos las cosas?, ¿de qué manera impulsamos los espacios de evangelización e incidencia social? Jesús supo formar, acompañar y, ¿por qué no decirlo? Dejar una generación de hombres y mujeres coherentes que, desde el liderazgo que se basa en el primado del ejemplo, renovaron la historia, relanzando una cultura marcada por la inclusión y una visión más profunda acerca de la vida. A veces, nos da miedo que nos confíen tareas de estructura, de trámites; sin embargo, para que la Iglesia pueda caminar, a través de colegios, grupos, parroquias, etcétera, hay que cuidar la parte administrativa, pues en ella también se encuentra una forma de corresponder a Dios. Detrás de la organización de un retiro, hay un(a) tesorero(a) y no es poca cosa. Cuando se habla de una Iglesia pobre, no significa vender las propiedades y espacios educativos, de evangelización, sino evitar que las estructuras se lleven a términos absolutos. Es decir, tener pero en un marco de libertad. Jesús no fue alguien ideológico. Su proyecto no es populista, sino exigente, obediente y ordenado a compartir la fe.
Los escándalos de corrupción han generado un rechazo generalizado a todo lo que huela a logística; sin embargo, el problema no está en la necesidad de contar con recursos, pues se vive en un mundo material y hay que cubrir gastos, sino en la formación y los procesos de selección del personal. Jesús vivió la mala experiencia de Judas Iscariote, pero siguió formando, hasta contar con la audacia de Pedro, algo que –dicho sea de paso- le costó una buena inversión de tiempo, pues al principio dudaba hasta de sí mismo y vivía con miedo ante el futuro.
La logística implica resolver, ser eficaces y contar con visión en la toma de decisiones. Alguien tiene que hacerlo y, si en algún momento nos toca, debemos pasar, primero, por la oración y, después, acudir a los expertos, buscando que haya un claro respeto hacia los criterios y principios de la fe. “Pero es que Jesús era pobre…no tenía casas para retiros…”. No, porque a él le tocó otra época, pero varias veces tuvo que buscar un lugar para poder acompañar a los apóstoles, lo que demuestra su capacidad organizativa. Claro que lo hacía desde la libertad que da la fe, porque el apego nunca fue un problema para él, pero estamos ante alguien que supo entrar de lleno en la historia de la humanidad y que entendió que la Iglesia debía nacer, crecer y desarrollarse a lo largo del mundo. No en clave triunfalista, sino por el solo hecho de dar a conocer la presencia de Dios en la realidad. Por lo tanto, ante una tarea que implica construir u planear, hacerlo con gusto, pensando en el futuro, en la necesidad de seguir llevando el evangelio a las periferias geográficas y existenciales.
Es verdad que se dieron muchas dificultades con Judas Iscariote, el tesorero de la comunidad, pero aun así comprendió que era necesario mandarlos, por ejemplo, de dos en dos[2]. Dicho de otra manera, que el mal de uno, no era generalizado ni mucho menos una justificación para ir sin una cierta hoja de ruta.
¿Cómo planeamos las cosas?, ¿de qué manera impulsamos los espacios de evangelización e incidencia social? Jesús supo formar, acompañar y, ¿por qué no decirlo? Dejar una generación de hombres y mujeres coherentes que, desde el liderazgo que se basa en el primado del ejemplo, renovaron la historia, relanzando una cultura marcada por la inclusión y una visión más profunda acerca de la vida. A veces, nos da miedo que nos confíen tareas de estructura, de trámites; sin embargo, para que la Iglesia pueda caminar, a través de colegios, grupos, parroquias, etcétera, hay que cuidar la parte administrativa, pues en ella también se encuentra una forma de corresponder a Dios. Detrás de la organización de un retiro, hay un(a) tesorero(a) y no es poca cosa. Cuando se habla de una Iglesia pobre, no significa vender las propiedades y espacios educativos, de evangelización, sino evitar que las estructuras se lleven a términos absolutos. Es decir, tener pero en un marco de libertad. Jesús no fue alguien ideológico. Su proyecto no es populista, sino exigente, obediente y ordenado a compartir la fe.
Los escándalos de corrupción han generado un rechazo generalizado a todo lo que huela a logística; sin embargo, el problema no está en la necesidad de contar con recursos, pues se vive en un mundo material y hay que cubrir gastos, sino en la formación y los procesos de selección del personal. Jesús vivió la mala experiencia de Judas Iscariote, pero siguió formando, hasta contar con la audacia de Pedro, algo que –dicho sea de paso- le costó una buena inversión de tiempo, pues al principio dudaba hasta de sí mismo y vivía con miedo ante el futuro.
La logística implica resolver, ser eficaces y contar con visión en la toma de decisiones. Alguien tiene que hacerlo y, si en algún momento nos toca, debemos pasar, primero, por la oración y, después, acudir a los expertos, buscando que haya un claro respeto hacia los criterios y principios de la fe. “Pero es que Jesús era pobre…no tenía casas para retiros…”. No, porque a él le tocó otra época, pero varias veces tuvo que buscar un lugar para poder acompañar a los apóstoles, lo que demuestra su capacidad organizativa. Claro que lo hacía desde la libertad que da la fe, porque el apego nunca fue un problema para él, pero estamos ante alguien que supo entrar de lleno en la historia de la humanidad y que entendió que la Iglesia debía nacer, crecer y desarrollarse a lo largo del mundo. No en clave triunfalista, sino por el solo hecho de dar a conocer la presencia de Dios en la realidad. Por lo tanto, ante una tarea que implica construir u planear, hacerlo con gusto, pensando en el futuro, en la necesidad de seguir llevando el evangelio a las periferias geográficas y existenciales.