Seguro que todos estamos más que acostumbrados a escuchar las constantes llamadas de la postmodernidad a la tolerancia y la flexibilidad. Se nos presenta como sociedad ideal, aquella en que nadie señale el error del prójimo ni le dé más de lo que se considera solidario. La tolerancia ya no parte del amor al prójimo, sino es un derecho que podemos exigir siempre que al estado le interese instituirlo. La tolerancia nos lleva a vivir ajenos a los demás, dejando que se estrellen o se desangren si es lo que ellos desean. Un Buen Samaritano tolerante, le hubiera preguntado al quien encontró herido si le parece bien que le ayude, no vaya a ser que esto vaya contra sus deseos/creencias personales. Si el herido no responde, le dejaría desangrarse porque así es su deseo ¿Quién soy yo para juzgar? Se diría mientras se siente feliz por haber evidenciado la tolerancia ante los que le estaban mirando.
Desgraciadamente hay más virtudes que están siendo arrasadas en esta sociedad e incluso dentro de la propia Iglesia se proponen alternativas cada vez más secularizadas a las virtudes. Pero, ¿Qué son las virtudes?
… la virtud es el camino que conduce a la verdadera felicidad, su definición no es otra que un perfecto amor a Dios. Su cuádruple división no expresa más que varios afectos de un mismo amor, y es por lo que no dudo en definir estas cuatro virtudes (que ojalá tengan tanto arraigo en los corazones como sus nombres en las bocas de todos) como distintas funciones del amor. La templanza es el amor que totalmente se entrega al objeto amado; la fortaleza es el amor que todo lo soporta por el objeto de sus amores; la justicia es el amor únicamente esclavo de su amado y que ejerce, por lo tanto, señorío conforme a razón; y, finalmente, la prudencia es el amor que con sagacidad y sabiduría elige los medios de defensa contra toda clase de obstáculos. Este amor, hemos dicho, no es amor de un objeto cualquiera, sino amor de Dios, es decir, del sumo bien, suma sabiduría y suma paz. Por esta razón, precisando algo más las definiciones, se puede decir que la templanza es el amor que se conserva íntegro e incorruptible para solo Dios; la fortaleza es el amor que todo lo sufre sin pena, con la vista fija en Dios; la justicia es el amor que no sirve más que a Dios, y por esto ejerce señorío, conforme a razón, sobre todo lo inferior al hombre; y la prudencia, en fin, es el amor que sabe discernir lo que es útil para ir a Dios de lo que le puede alejar de Él. (San Agustín. Costumbres de la Iglesia Católica, XV, 25)
¿Qué es la templanza? Tal como dice San Agustín: “es el amor que se conserva íntegro e incorruptible para solo Dios”. Hoy se sustituye la templanza por la flexibilidad. Nos “ordenan” ser flexibles para llegar a un bien aparente que es “no pelearnos”. Quien haya estudiado un poco de física de materiales se dará cuenta del engaño que hay detrás de todo esto. Un acero templado es capaz de soportar grandes tensiones sin deformarse. Es flexible y tenaz, de forma que es muy difícil que de rompa o de doble. Por desgracia, incluso se llega a confundir la flexibilidad, con la maleabilidad. Hay quienes dicen que ser católico es aceptar todo menos lo que contradice esta misma norma. ¡Llegan a decir que quien no sea maleable no es católico! Esto no es más que relativismo práctico, que está calando en nosotros día a día. La misericordia de Dios nos lleva a enseñar a quien no sabe y corregir a quien se equivoca, siempre con prudencia y caridad. Si dejamos la misericordia en la adaptación cómplice de nuestra fe a lo que mundo desea, para que todos nos sintamos bien, seremos muy bien vistos, pero seremos muy poco cristianos y católicos.
¿Qué es la fortaleza? “es el amor que todo lo sufre sin pena, con la vista fija en Dios”. La fortaleza está directamente unida a la Esperanza. Somos capaces de soportar que nos llamen de todo, si somos fieles a Cristo. Incluso si dentro de la Iglesia se nos tacha de todo menos de bonitos, estaremos alegres porque somos bienaventurados por ello. Hoy en día se confunde la fortaleza con la indiferencia. Se piensa que no tenemos que sentirnos afectados por los errores ajenos y que la alegría viene de cerrar los ojos y dejar que todo “fluya”. La fortaleza es amor que no se separa de Dios por mucho que el mundo nos tuerza y retuerza.
¿Qué es la justicia? “es el amor que no sirve más que a Dios, y por esto ejerce señorío, conforme a razón, sobre todo lo inferior al hombre”. ¿Quién se atreve a intentar se justo cuando en todas partes nos señalan como apestados por juzgar y discernir? Se nos llama constantemente a olvidarnos de la justicia y sumergirnos en la acogedora complicidad indolente. La justicia es amor que sólo sirve a Dios y que busca que seamos justos. ¿Cómo despreciar ser justos cuando ser perseguido por serlo nos lleva a ser bienaventurados? Comprendo que en una sociedad relativista, hablar de justicia es nombrar el antídoto que más se teme y rechaza.
¿Qué es la prudencia? “es el amor que sabe discernir lo que es útil para ir a Dios de lo que le puede alejar de Él”. Las prudencia es lo que nos permite discernir qué camino es el que nos lleva a la renuncia a nosotros mismos y qué otros, son caminos bien vistos por el mundo, la sociedad. La prudencia nos lleva a enfrentarnos con el mundo sin ánimo de hacer daño, sino para iluminar a quienes no saben qué es la Luz (Cristo). La prudencia se ha sustituido por la desafecto y lejanía humana. Nos dicen que lo que no se ama no se sufre, por lo que lo aparentemente prudente es no comprometerse con nada ni nadie. No siquiera con nosotros mismos, porque la coherencia es algo despreciable.
Todas estas virtudes son “amor de Dios, es decir, del sumo bien, suma sabiduría y suma paz”. Bien que no es beneficio personal, sabiduría que no es saber aprovecharse de los demás y paz que no es vacío e indiferencia. No podemos buscar un acuerdo basado en que cada cual deje al otro hacer lo que quiera y ambos aceptar que todo vale menos poner en duda la validez de todo. La reconciliación necesita de la Verdad, no de la adecuación de las realidades de cada uno. La tolerancia no nos puede llevar a vivir de espaldas unos de otros. La indiferencia nunca nos hará sentirnos felices, sino tristes y solos en un mundo que nos ignora.