Carta de un cura (23): Superar las crisis.
                En todos los estados y circunstancias de la vida hay momentos críticos. Tiempos en que parece que la luz de apaga, que el alma se seca, que el corazón ya no vibra como antes… Y entonces viene el dolor, la tristeza, el desánimo, la depresión… Da la sensación de que ya no hay camino que recorrer, porque se han cerrado las barreras, y el horizonte ya no se ve. En esta carta que comentamos queda reflejada esa situación en la que nuestro sacerdote sufrió por primera vez la oscuridad del espíritu. Dice: “De pronto, no sé bien por qué, me vi sumido en una crisis profunda. Todo lo veía gris, incluso oscuro. En la oración no conseguía centrarme en el Señor. La Eucaristía la empecé a ver de lejos. Los libros de espiritualidad se me caían de las manos. No tenía ilusión, y empecé a aislarme de mis compañeros. Pensé que la vocación que hasta ahora había agradecido con toda el alma, se convirtiera en una losa que me aplastaba. Sufrí mucho durante unos días. Hablé con mi director espiritual y me aconsejó acertadamente. Había que seguir caminando aunque estuviera metido en un túnel. Si me paraba no encontraría nunca la salida. Y así lo hice. Mantuve el ritmo aunque me costase. Y con la gracia de Dios, la compañía de la Virgen y la ayuda de mi director espiritual y confesor, volví a ver el día”.
                Esto es normal en todos los caminos que llevan a Dios. Es la purificación del alma que necesita desprenderse de los caprichos espirituales que a veces buscamos, y que valoramos más que al mismo Dios.
 


                El Papa Francisco nos ofrece las claves para superar las posibles crisis en el sacerdocio:
 
                “Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia”.
                “Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, ‘las periferias’ donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe”.
                La unción del Espíritu que recibe el sacerdote es la que la gente está esperando, asegura el Papa: “siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales, incluso banales – pero lo son sólo en apariencia – el deseo de nuestra gente de ser ungidos con el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos. Intuir y sentir como sintió el Señor la angustia esperanzada de la hemorroisa cuando tocó el borde de su manto”.
                Hay que “salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las ‘periferias’ donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones”, afirmó el Papa.
                Advirtió también contra la tentación de los sacerdotes de vivir su ministerio alejados de la gente: “No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada”.
                “El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón”.
                “De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con ‘olor a oveja’, pastores en medio de su rebaño, y pescadores de hombres”.
                “Es verdad que la así llamada crisis de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las redes”, concluyó el Papa.
                Pues que así sea para todos los que caminamos en esta gran aventura del sacerdocio.
 
Juan García Inza
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