El Señor llamó a sus discípulos “sal de la tierra”, porque habían de condimentar con la sabiduría del cielo los corazones de los hombres, insípidos por obra del diablo. Ahora les llama también “luz del mundo”, porque, después de haber sido iluminados por Él, que es la luz verdadera y eterna, se han convertido ellos mismos en luz que disipa las tinieblas (Jn 1,5). Siendo Él el “sol de justicia” (Mt 3,20), llama con razón a sus discípulos “luz del mundo”; a través de ellos, como brillantes rayos, difunde por el mundo entero la luz de su conocimiento. En efecto, los apóstoles, manifestando la luz de la verdad, alejaron del corazón de los hombres las tinieblas del error.
Iluminados por éstos, también nosotros nos hemos convertido en luz, según dice el Apóstol: “En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor; caminad como hijos de la luz (Ef 5,8) e hijos del día (1Tes 5,5); no lo sois de la noche ni de las tinieblas”. Con razón dice san Juan en su carta: “Dios es luz”, y quien permanece en Dios está en la luz, como él está en la luz (1Jn 1,5-7). Nuestra alegría de vernos libres de las tinieblas del error debe llevarnos a caminar como hijos de la luz. (San Cromacio de Aquilea. Tratado 5, sobre San Mateo 5)
Los escritos de San Juan Evangelistas son especialmente certeros en la forma de señalarnos lo que Cristo desea de nosotros. Tal vez esto se debe a que San Juan era el más joven y Cristo le quería especialmente. Era el discípulo amado que tenía siempre un puesto importante dentro del grupo de Apóstoles. Fue quien recibió a la Virgen María como su propia madre, delante de Cristo crucificado en el Calvario. Todas estas experiencias hicieron que San Juan recogiera en su Evangelio, cartas y el Apocalipsis en mismo encargo que le fue entregado a él: se sal, ser luz, no adaptarse al mundo, se fiel hasta el final, estar siempre en humilde disposición para lo que el Señor le pidiera.
Desgraciadamente en estos tiempos pocos pastores nos indican que el camino no se reduce a la emotividad y a la sociabilidad. Rara vez nos dicen que la Luz, que es Cristo, es sentido y razón. Cristo es el Logos, la Palabra que da sentido y razón de todo. Los rayos de Luz son conocimiento del Misterio Cristiano, que es la presencia de Cristo en nosotros, los sacramentos y la sacralidad. El problema de una fe puramente emotiva, es que busca sentimientos y confort emotivo. No le importa realmente las razones, sino sentir y estar integrado dentro del grupo social.
La Luz conlleva transformación, conversión, cambio radical, compromiso con la Verdad y todo esto está muy mal visto en el mundo actual. La sociedad nos dice que ya estamos completos y nuestro objetivo vital es disfrutar sin pensar, sentir utilizando a los demás, cerrar el entendimiento porque nos estropea “la fiesta” al descubrir los engaños que nos queremos creer. Por ejemplo, no por reunirnos con los hermanos luteranos seremos una única Iglesia. Podemos hacer todos los simulacros que queramos para que la prensa genere una realidad alternativa que convenza a quienes la consumen sin pensar. No por rezar unidos la ruptura desaparecerá, porque la unidad se restablece en base al arrepentimiento y la humildad. Las apariencias mediáticas no curan, sólo distraen el dolor. Podemos verlo claramente en la parábola del Hijo Pródigo. La ruptura no queda sanada hasta el Hijo vuelve arrepentido por sus excesos y desprecios.
Ser Luz del mundo conlleva dejar que la Gracia de Dios nos convierta en herramientas dóciles en manos de Dios. Sólo siendo transparente a la Voluntad de Dios, podremos llevar la Luz a tantas personas necesitadas de entendimiento, justicia y Verdad. Entonces, “Nuestra alegría de vernos libres de las tinieblas del error debe llevarnos a caminar como hijos de la Luz”.