Vivimos seguramente en la época histórica donde resulta más sencillo comunicarse. La tecnología nos facilita enormes posibilidades para trasmitir nuestros pensamientos a quienes conocemos más de cerca o incluso a quienes nunca hemos tratado. Paradójicamente, en este mundo global interconectado cada vez es más difícil expresar lo que pensamos y sentimos, me refiero a aquello que realmente está en lo profundo de nuestro corazón. Eso requiere alguien que nos quiera y nos entienda, presupone la amistad, ese puente que permite cruzar nuestra intimidad con alguien en quien verdaderamente confiamos. La tecnología no facilita esa comunicación íntima: sólo la vanal, y al fin y al cabo ¿qué mensaje de cierta hondura puede transmitirse en 140 caracteres? Como la tecnología es envolvente, nos aisla y a la postre acaba dificultando el encuentro personal. A eso añadimos que vivimos seguramente en la época más individualista de la Historia, en donde todo parece que podemos resolverlo nosotros mismos.
Me venían estas ideas a la cabeza viendo ayer la película el Doctor (1991), un film que narra la transformación de un prestigioso cirujano, que enfrenta la vida como un conjunto de relaciones que siempre terminan en sí mismo, cuando es diagnosticado con un cáncer de laringe. Quien contemplaba a los demás como medio para sus fines, quien dominaba todas las situaciones se da cuenta que es vulnerable y no sabe cómo enfrentar su problema. Pese a la aparente buena relación con su mujer, es incapaz de compartir con ella su angustia y sólo encuentra salida en el trato con otra enferma de cáncer, a quien conoce en las esperas de las sesiones de radioterapia. Ella le hace descubrir el valor de la vida y entabla una comunicación que no había sido capaz de tener con nadie. Su mujer intenta apoyarlo, pero no sabe cómo hacerlo, porque él siempre había puesto una barrera invisible que nadie -solo esa enferma, a quien se unió por el dolor de un cancer en común- fue capaz de atravesar. Uno podría pensar que se trata de un guión poco verosimil, pero no me parece que lo sea. Creo que es difícil compartir lo que de verdad uno lleva dentro, y en esa falta de comunicación esta el germen de las crisis personales, también de las crisis matrimoniales. El Papa Francisco dedica varios pasajes de la "Alegria del amor" a la importancia del diálogo en el matrimonio. Comenta: "En estos momentos (de crisis) es necesario crear espacios para comunicarse de corazón a corazón (...) Es todo un arte que se aprende en tiempos de calma, para ponerlo en práctica en los tiempos duros" (n. 234). De hecho, parece claro que el inicio de toda crisis es una falta de confianza, una incapacidad para hablar y destruir la barrera que crece invisible entre dos personas que se aman. Insiste el Papa Francisco: "En una crisis no asumida, lo que más se perjudica es la comunicación. De ese modo, poco a poco, alguien que era «la persona que amo» pasa a ser «quien me acompaña siempre en la vida», luego sólo «el padre o la madre de mis hijos», y, al final, «un extraño»" (n. 233).
Es muy fácil hablar de nimiedades, es mucho más difícil hablar desde el fondo de nuestra alma. Es difícil pero es necesario; es preciso vencer el miedo a no ser escuchados, no comprendidos, no valorados... es una posibilidad de fracaso, pero el silencio casi siempre ya es un fracaso.
Me venían estas ideas a la cabeza viendo ayer la película el Doctor (1991), un film que narra la transformación de un prestigioso cirujano, que enfrenta la vida como un conjunto de relaciones que siempre terminan en sí mismo, cuando es diagnosticado con un cáncer de laringe. Quien contemplaba a los demás como medio para sus fines, quien dominaba todas las situaciones se da cuenta que es vulnerable y no sabe cómo enfrentar su problema. Pese a la aparente buena relación con su mujer, es incapaz de compartir con ella su angustia y sólo encuentra salida en el trato con otra enferma de cáncer, a quien conoce en las esperas de las sesiones de radioterapia. Ella le hace descubrir el valor de la vida y entabla una comunicación que no había sido capaz de tener con nadie. Su mujer intenta apoyarlo, pero no sabe cómo hacerlo, porque él siempre había puesto una barrera invisible que nadie -solo esa enferma, a quien se unió por el dolor de un cancer en común- fue capaz de atravesar. Uno podría pensar que se trata de un guión poco verosimil, pero no me parece que lo sea. Creo que es difícil compartir lo que de verdad uno lleva dentro, y en esa falta de comunicación esta el germen de las crisis personales, también de las crisis matrimoniales. El Papa Francisco dedica varios pasajes de la "Alegria del amor" a la importancia del diálogo en el matrimonio. Comenta: "En estos momentos (de crisis) es necesario crear espacios para comunicarse de corazón a corazón (...) Es todo un arte que se aprende en tiempos de calma, para ponerlo en práctica en los tiempos duros" (n. 234). De hecho, parece claro que el inicio de toda crisis es una falta de confianza, una incapacidad para hablar y destruir la barrera que crece invisible entre dos personas que se aman. Insiste el Papa Francisco: "En una crisis no asumida, lo que más se perjudica es la comunicación. De ese modo, poco a poco, alguien que era «la persona que amo» pasa a ser «quien me acompaña siempre en la vida», luego sólo «el padre o la madre de mis hijos», y, al final, «un extraño»" (n. 233).
Es muy fácil hablar de nimiedades, es mucho más difícil hablar desde el fondo de nuestra alma. Es difícil pero es necesario; es preciso vencer el miedo a no ser escuchados, no comprendidos, no valorados... es una posibilidad de fracaso, pero el silencio casi siempre ya es un fracaso.