(Inspirado en la canción “¡Suéltalo!” de la película Frozen, el reino de hielo)
Hace 1 año vi con mi hija de 10 años un documental de unos 40 minutos sobre cómo se hizo la película “Frozen”, de Disney, chulísimo y muy interesante. La parte que más me gustó fue en la que los compositores de la canción “Let it go” explican cómo escribieron ese tema y qué quisieron transmitir con él. Son matrimonio, me hizo gracia.
La secuencia en que aparece esta canción ocurre cuando la recién coronada Reina Elsa huye del Reino de Arendelle porque se considera a sí misma un peligro para los demás debido a su poder incontrolable de congelar todo lo que toca. Al inicio de la película con este poder hizo daño a su hermana pequeña, la princesa Ana, y por eso sus padres la mantuvieron alejada de ella durante años, hasta que a su muerte hubo de ser coronada.
El caso es que Elsa decide huir, cambiar de vida (y de aspecto: literalmente se suelta la melena), construir su propio reino en el que sólo ella habitará y donde podrá dar rienda suelta a su poder sin hacer daño a nadie. Podrá experimentar con él, conocerse a sí misma sin tener que contenerse ni ocultarlo a nadie, porque ¿por qué ocultarlo?
Ella no es mala, lo malo es lo que le pasa; ella nació así y no sabe controlarlo. Fueron otros los que decidieron ocultarlo por temor y vergüenza. Y ella toda su vida ha sufrido miedo, culpa, angustia, soledad… siendo inocente.
Ningún enfermo debería ser demonizado, sobre todo si su enfermedad no se debe a ningún vicio o conducta mala.
Cuando escuchaba a Kristen Anderson-Lopez y a Robert Lopez explicar lo que sentía Elsa me conmoví porque todo eso que decían lo había escrito yo hacía meses cuando empecé mi comentario a esta canción, que ahora expongo aquí.
La nieve brilla esta noche aquí más. Ni una huella queda ya.
Estoy bien, estoy curada desde Diciembre de 2008. No quedan huellas de la enfermedad y todo brilla a mi alrededor porque lo veo con ojos nuevos. Pero cuando estaba enferma ¡qué distinto era todo!
Soy la reina en un reino de aislamiento y soledad. El viento aúlla y se cuela en mi interior. Lo quise contener pero se escapó.
La enfermedad mental o psíquica poca gente la entiende. Tiene mala reputación y se considera un estigma. Como no se ve por fuera, parece que “tienes cuento”. Si te rompes una pierna o te han operado o tienes cáncer todo el mundo sabe que estás mal, que tienes dolor y limitaciones, empatizan contigo y tratan de ayudarte y de hacerte la vida más fácil. Pero la dolencia psíquica no se ve, está dentro y no siempre va acompañada de síntomas externos, “aúlla y se cuela en mi interior”.
Cuando intentas explicar lo que sientes a veces tus palabras se vuelven contra ti y los otros piensan que eres floja, que sólo piensas en ti, que te miras el ombligo y te das vueltas a ti misma todo el tiempo. Y es posible que haya enfermos mentales que hagan eso, pero si no es el caso y te ves en esta situación, realmente sientes que el viento aúlla y se cuela en tu interior y que eres la reina en un reino de asilamiento y soledad. No porque busques aislarte sino porque no logras hacerte entender y se instalan dentro de ti los sentimientos, pesados como el plomo, de aislamiento y soledad.
Tratas de resistir, de no volver a hablar, de hacer vida normal; pero llega un momento en que se rompe el dique y no puedes ya contenerlo: la tristeza, la ansiedad, la angustia, el puro dolor moral que sientes se desbordan, incontenibles.
“No dejes que sepan de ti, que no entren”, siempre me dijo a mí.
Estas enfermedades (dolencias, disfunciones…) suelen hacer sentirse incómodos a los familiares del enfermo, a sus amigos, compañeros de trabajo y conocidos porque las desconocen; no saben bien en qué consisten ni cómo deben tratar a esa persona, qué decir o hacer, qué no decir ni hacer. Por eso están deseando salir de allí.
“No has de sentir, no han de saber”. ¡Como si una “cogiera” esas cosas por su culpa, por algún vicio insano o indecoroso! Por eso estas personas terminan aislándose: no te sientas así, porque no te entienden e incomodas; “no han de saber” lo que te pasa porque te van a etiquetar y vas a ser “la rara” y van a estar incómodos contigo.
Ya qué más da. Suéltalo, suéltalo; no lo puedo ya retener. Suéltalo, suéltalo. Ya no hay nada que perder. ¿Qué más da? Ya se descubrió. Déjalo escapar. El frío a mí nunca me molestó.
Llega un momento en el que dices “¡Me da igual lo que diga quien sea, no puedo más; tengo que encontrar a alguien que me ayude o me muero! Tengo que contarle lo que me pasa a alguien que me escuche hasta el final, que no me señale con el dedo y no me juzgue. ¡Tengo que soltarlo porque me estoy ahogando!”
Desde la distancia qué pequeño todo es. El temor que me aferraba no me va a hacer volver. Soy libre y ahora intentaré sobrepasar los límites. Ya no hay más reglas para mí ¡por fin!
Cuando hablas con alguien de lo que te pasa te distancias de ello y lo ves con cierta perspectiva, deja de abrumarte porque al alejarnos de un objeto se hace más pequeño a nuestros ojos. Y al dejar de tener miedo a lo que dirán de mí cuando sepan que tengo esta enfermedad mi corazón se ha liberado de los nudos que lo atenazaban, y no pienso volver a encogerme ni ocultarme “para que nadie se entere”, ¡no señor! Hablaré de ello cuando lo necesite con alguien de confianza, rompiendo los límites de la vergüenza y de la humillación porque soy una persona y tengo toda la dignidad que merece un ser humano. ¿Quién se inventó esa norma de que una enfermedad mental es algo vergonzoso que hay que ocultar? “Ya no hay más reglas para mí, ¡por fin!”
Suéltalo, suéltalo, que el frío reine ya. Suéltalo, suéltalo, no volveré a llorar. Aquí estoy y aquí estaré. Déjalo escapar.
No diría “que el frío reine ya” sino más bien “que corra el aire”, que en mi entorno sepan qué es lo que hay para saber cómo actuar, cuándo tienen que ser exigentes conmigo y cuándo indulgentes. No volveré a llorar de soledad ni de amargura. Sí lloraré de dolor porque el que ahora lo sepan no hará que desaparezca. Pero ya no lloraré sola, ni a escondidas, ni humillada.
En las entrañas de la tierra puedo entrar. Mi alma crece y hace espirales sin parar.
He hecho tanta introspección que hay en mi interior kilómetros y kilómetros de túneles. Pero ahora que he salido de mí misma mi corazón se expansiona, mi horizonte se amplía y mi mundo se hace vasto y extenso; a pesar de mis limitaciones hay muchos campos que puedo explorar; actividades que me parecían imposibles ahora me atrevo a realizarlas, aunque sea poquito a poco, dosificándome.
Y un pensamiento en mí surgió y cristalizó. Ya no regresaré, el pasado ya pasó. Suéltalo, suéltalo. Subiré con el amanecer. Suéltalo, suéltalo. La farsa se acabó. Que la luz se haga otra vez. Déjalo escapar. El frío a mí nunca me molestó.
El deseo de estar bien, de no sufrir, de tomar el control de mi propia vida, de tener una vida NORMAL llenaba mi pensamiento. Y sí, cristalizó en la idea de VIVIR. Vivir día a día, hora a hora, pero vivir. No esperar "a ver qué pasa hoy”, “a ver por dónde me lleva hoy”. ¡NO! No volveré a ser esclava de la enfermedad; es un tiempo nuevo y sí, estoy enferma, pero ahora yo decido no dejarme arrastrar al fondo del abismo sino elevarme por encima del pozo y vivir mi enfermedad con sentido positivo, dejar que Dios ilumine con su luz los rincones oscuros de sufrimiento, soledad y angustia. Él siempre ha estado conmigo amándome, abrazándome; pero yo no podía verle ni oírle, ¡mucho menos sentir su presencia! Cuando me ponía furiosa con Él me apretaba más fuerte contra su corazón. Furiosa o no nunca perdí la fe y eso me ha mantenido viva.
Que la luz se haga otra vez. Y, ahora que la misericordia de Dios me ha curado, que yo sea portadora de esa luz.