El Sagrado Corazón de Jesús no es una devoción anticuada del tiempo de nuestras abuelas, como muchos piensan. Por desgracia las imágenes que proliferaron a principios y mediados del siglo XX utilizan una estética empalagosa que nos causa extrañeza y hasta nos induce a poner distancia. El maligno ha utilizado esta táctica para alejarnos de esta y muchas otras devociones.
Antes de nada, deberíamos plantearnos qué es una devoción. Devoción proviene del latín “devotiones”: voto, consagración, dedicación. Una devoción es una ayuda que Dios nos ofrece para acercarnos a Él. La devoción es un compromiso que asumimos en sintonía con nuestro carisma personal. No solamente hay que ver en la devoción los aspectos emotivos, sino que hay que encontrar en ella entendimiento y motivación. Entonces ¿Qué es el Sagrado Corazón de Jesús?
Podemos pensar en el Sagrado Corazón de Jesús como un símbolo sagrado que representa a Cristo. Un símbolo, que no es una fantasía, sino la indicación de dónde está la Verdad que nos espera con los brazos abiertos. ¿Cuándo se inicia esta devoción?
El Sagrado Corazón está con nosotros desde el origen del cristianismo. San Pablo nos dice en Filipenses 1,8 “Pues testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el Corazón de Cristo Jesús” Los Padres de la Iglesia conocían la devoción al Sagrado Corazón. Encontramos textos referentes al Corazón de Cristo en San Agustín, san Ambrosio o san Juan Crisóstomo. Son textos que hablan de la Sagrada Llaga del costado de Jesús, de la Sangre y Agua que brotaron de su corazón, de donde recibimos los sacramentos. ¡Del Corazón de Jesús brotan los sacramentos! Proceden del Amor de Dios que se evidencia en la redención del Señor.
San Bernardo de Claraval, Santa Clara, San Buenaventura, Santa Gertrudis, Santa Angela de Foligno, Beato Enrique Suso, Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Ávila, San Pedro Canisio, San Francisco de Sales, Santa Juana de Chantal, hablan de las llagas del Señor y del sufrimiento de su Corazón. Existen representaciones antiguas, que se acercan mucho a la visión del Corazón de Jesús que Santa Margarita María Alacoque nos comunicó tras las revelaciones de Paray-le-Monial (Francia) a partir de 1673 y hasta su muerte en 1690.
El cristianismo se sustenta en la revelación de Dios, que se sustancia en los Evangelios, la Tradición y los dogmas que nos permiten vivir nuestra fe de forma coherente y unitaria. Todas estas revelaciones son Misterios, que son Verdades que no se agotan en su expresión y reconocimiento, sino que son más profundas que el propio universo. Nosotros podemos acceder hasta cierto punto a estas Verdades, pero cuando traspasamos ese umbral, sólo la mística puede profundizar un poco más y a duras penas podremos comunicar lo que Dios nos indica por medio de analogías y símiles. Eso es el Sagrado Corazón de Jesús, un Misterio que nos permite adentrarnos en el Camino, Verdad y Vida, que es Cristo.
¿A qué nos referimos con este lenguaje místico? Lo pueden leer en este fragmento de San Juan Eudes. Se darán cuenta que San Juan Eudes intenta comunicar, como puede, lo que excede toda explicación humana.
El Corazón de Nuestro Salvador es un hogar ardiente de amor hacia nosotros, un amor purificador, un amor iluminador, un amor santificador, un amor transformador y un amor que deifica. Un amor que purifica los corazones más que el fuego purifica el oro. Un amor que ilumina, disipa las tinieblas del infierno que cubren la tierra y nos hace entrar en la luz admirable del cielo: “Nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.” (1P 2,9) Un amor que santifica, destruye el pecado en nuestras almas para establecer en ella el reino de la gracia. Un amor que transforma las serpientes en palomas, los lobos en corderos, los animales en ángeles, los hijos del diablo en hijos de Dios, los hijos de la cólera y de la maldición en hijos de la gracia y de la bendición. Un amor que deifica, haciendo participar a los humanos en la condición divina, partícipes de la santidad de Dios, de su misericordia, de su paciencia, de su bondad, de su amor, de su caridad y de todas sus divinas perfecciones: “partícipes de la naturaleza divina.” (2P 1,4)
El Corazón de Jesús es un fuego que extiende sus llamas por todas partes, en el cielo, en la tierra y en todo el universo; fuego y llamas que abrasan los corazones de los serafines y abrasarían todos los corazones de la tierra si el hielo del pecado no se lo privara.
Hay un amor excepcional para los hombres, tanto para los buenos y sus amigos como para los malos y sus enemigos, para los cuales hay una caridad tan ardiente que todos los torrentes de las aguas de los pecados no serían capaces de apagarlo. (San Juan Eudes. Corazón admirable, libro 12; OC 8)
Podemos leer lo que el Señor comunicó a Santa Margarita de Alacoque, pero hay que tener en cuenta que intenta explicar lo que le excede de la manera que puede. Si hacemos el esfuerzo para acceder a lo sustancial del mensaje nos daremos cuenta que los mensajes son actuales y necesarios para todos nosotros. Santa Margarita nos habla de tres armas para andar el camino de la santidad:
- Conciencia del mal y un profundo rechazo al pecado.
- Obediencia profunda y consciente, que conlleva compromiso y consagración de nuestra vida a Cristo.
- La Santa Cruz que todos llevamos desde que nacemos. Esta Cruz fue dada por Dios. En ella encontramos su misericordia y justicia.
Santa Margarita nos comunicó la necesidad de vivir los sacramentos de forma continuada, coherente y profunda. Acercarnos a los sacramentos con humildad y corazón abierto, permite que la Gracia de Dios nos transforme. Por eso se indica la conveniencia de comulgar los primeros viernes de los primeros nueve meses. Hoy en día nos puede parecer que esta práctica es innecesaria, sobre todo porque entendemos los sacramentos como actos socio-sociales y no como ventanas abiertas a Dios.
También Santa Margarita nos legó doce promesas del Sagrado Corazón para las personas que acojan en su vida la devoción. Son promesas evidentes, ya que lo que nos indican es que, unidos al Cristo, andaremos el camino de la santidad con la fuerza que la Gracia de Dios nos ofrece:
También Santa Margarita nos legó doce promesas del Sagrado Corazón para las personas que acojan en su vida la devoción. Son promesas evidentes, ya que lo que nos indican es que, unidos al Cristo, andaremos el camino de la santidad con la fuerza que la Gracia de Dios nos ofrece:
- Les daré todas las gracias necesarias para su estado de vida.
- Les daré paz a sus familias.
- Las consolaré en todas sus penas.
- Seré su refugio durante la vida y sobre todo a la hora de la muerte.
- Derramaré abundantes bendiciones en todas sus empresas.
- Los pecadores encontrarán en mi Corazón un océano de misericordia.
- Las almas tibias se volverán fervorosas.
- Las almas fervorosas harán rápidos progresos en la perfección.
- Bendeciré las casas donde mi imagen sea expuesta y venerada.
- Otorgaré a aquellos que se ocupan de la salvación de las almas el don de mover los corazones más endurecidos.
- Grabaré para siempre en mi Corazón los nombres de aquellos que propaguen esta devoción.
- Yo te prometo, en la sobreabundante misericordia de mi Corazón, que su amor omnipotente concederá a todos aquellos que comulguen nueve Primeros Viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final: No morirán en desgracia mía, ni sin recibir sus Sacramentos, y mi Corazón divino será su refugio en aquél último momento.
No es sencillo hacer presente esta devoción en el cristianismo del siglo XXI, pero por intentarlo que no quede. La esperanza parte, precisamente, de una de las promesas del Corazón de Jesús: “Otorgaré a aquellos que se ocupan de la salvación de las almas el don de mover los corazones más endurecidos”