La Novena del Padre Pío es pura dinamita. Rezada con fe da inmejorables resultados, siempre y cuando lo que pidamos sea la voluntad de Dios.
Ángela es una chica de veinte años a la que operaron recientemente de un gran tumor cerebral localizado en el peor sitio posible. Su padre, hombre recio donde los haya, lloró conmigo como una Magdalena antes de la intervención quirúrgica por algo tan humano como el pavor a perder a su única hija. Le prometí que rezaríamos en familia la Novena del Padre Pío por su hija para que se hiciese la voluntad de Dios. Y lo cumplimos.
Hace unos días, Ángela apareció en una de las charlas sobre el Padre Pío que imparto por toda España; se le saltaban las lágrimas de emoción en agradecimiento al Padre Pío por haber sido su intercesor ante Jesucristo y María Santísima para que se obrase su prodigiosa curación. El médico sigue aún perplejo y ha reconocido que ha sido un verdadero milagro.
Pero el milagro más grande ha consistido en que su padre, apartado de Dios durante más de cuarenta años, ha abierto por fin su corazón a Él.
Con el Padre Pío, una curación va seguida de una conversión, y viceversa. ¡Gloria a Dios!  

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