El papa Francisco ha considerado importante analizar mejor el aporte de las mujeres en la vida de la Iglesia. Siempre es bueno profundizar en la memoria histórica y, mediante relecturas definidas por la hermenéutica de la continuidad, encontrar antecedentes que orienten. Al fin y al cabo, la historia sirve para aprender y es un recurso que vale la pena valorar. Ahora bien, aprovechando la invitación que ha hecho a la reflexión, viene al caso cuestionarnos si, en verdad, haría falta, por ejemplo, volverlas diaconisas. Tenemos a la beata Teresa de Calcuta. Nunca recibió el mandato de “diaconisa” y, sin embargo, enriqueció a la humanidad con su aporte. ¿Por qué no maestras, enfermeras, teólogas, filósofas, etcétera? El aporte del genio femenino en los campos antes citados es la fuerza vital de la Iglesia. ¿Quién puede dudarlo?
Muchas veces, en aras de un título o ministerio, lejos de buscarse mayor coherencia evangélica, puede esconderse, una tentación de imagen o poder. Es verdad que las mujeres deben tener una mayor participación en la vida de la Iglesia; sin embargo, esto no debe volverse un tema ideológico o que las distraiga de apostolados como la educación, cuyo aporte humano, espiritual y profesional resulta profético. El que esto escribe, supo de un joven que ante el debate que estamos tratando, dijo, “estudié varios años en un colegio de religiosas, ninguna diaconisa, pero todas dispuestas a decirte una palabra amable, formarte y en el salón de clases, siempre explicando, impulsando sueños hacia lo concreto. No, no eran diaconisas, sinceramente nunca les hizo falta ni a ellas ni a nosotros, porque su presencia y coherencia bastaban”. Es decir, los frutos van más allá de las reivindicaciones. Los ministerios son necesarios, pero tampoco se pueden establecer sin más, ya que pudieran convertirse en una cuestión de mero organigrama. Las denominaciones nunca han sido una condicionante para conseguir los frutos que se han dado gracias a tantas mujeres que, a lo largo de los siglos, han, ¿por qué no decirlo?, salvado a la Iglesia. Por ejemplo, Santa Catalina de Siena que logró que el papa regresara a Roma, la tierra en la que murió como mártir San Pedro, poniendo fin a varias disputas que minaban la credibilidad de la comunidad eclesial. La Virgen María, mujer por excelencia, no andaba buscando copiar a los apóstoles. Sabía quién era y conocía bien el aporte que estaba brindando. Ahí radica su genialidad, sencillez y, al mismo tiempo, altura. Nadie como ella. En este sentido, vemos que la dignidad no depende de algún ministerio, sino de la capacidad de entrega en el ejercicio de la misión.
Volviendo al tema de las diaconisas (no confundir con el sacramento del orden sacerdotal), aunque objetivamente están presentes en las primeras comunidades cristianas, sería conflictivo en nuestro tiempo por las interpretaciones, toda vez que han pasado muchos siglos. La clave de lectura debe responder a la siguiente pregunta: ¿ministerio o reivindicación ideológica? Comprobando que se trata del primer caso, nada que objetar. El estudio y, de prosperar, el papa, tendrá la última palabra. Lo importante; sobre todo, en el marco de las nuevas vocaciones religiosas, es hacerles ver la relevancia de tener experiencia humana y académica que les permita dar un aporte concreto más allá de nuevas denominaciones. De ahí que se hable de maestras, teólogas, filósofas, etcétera. Es verdad que la santidad no requiere estudios, pero si además se tiene la posibilidad de alcanzarlos, sería un error dejarlos pasar.
Un doctor, dijo al autor del ensayo: “me acuerdo de la religiosa que nos daba clases. Se preocupó por darnos, entre las asignaturas, una buena dosis de francés”. Volvemos a lo mismo, mientras haya un aporte concreto, útil, crecerán los espacios para la mujer. En cambio, perder tales energías en confusiones o búsquedas extrañas de comodidad, minará apostolados necesarios, como la pastoral educativa o de la salud, mientras que al concentrarse en ellos, se puede, desde la respuesta a Dios que llama, realizarse sin ningún complejo o maltrato. Reflexionemos, pero que la reflexión no se vuelva abandono de campos a través de los que Jesús sigue llamando e interpelando. En vez de reivindicaciones tanto de hombres como de mujeres, ¡implicaciones! Otra persona, mencionó hace tiempo: “te fundaron para educar, ¡educa!, te fundaron para curar, sana, te fundaron para estudiar, analiza y comparte”. Dicho de otra manera, “haz lo que haces” (M. Ana María Gómez Campos, F.Sp.S.). No sea que se nos vaya la vida en mil discusiones, mientras hay infinidad de niños, adolescentes y jóvenes, tanto ricos como pobres, abandonados a su suerte. El estudio lleva a la verdad que es Jesús mismo, pero cuando se desconecta de las crisis de nuestro tiempo, resulta estéril e insignificante. Usemos la creatividad para ver de qué manera podemos acercar a los jóvenes hacia Dios. No nos perdamos en discusiones que ya no dicen nada al mundo de hoy. En vez de andar pensando en nuevos títulos, pensemos en compartir el tiempo y la vida con los que nos llaman sin palabras. Aquellos que requieren rumbo, sentido cristiano. Eso y agradecer siempre el aporte de las mujeres a lo largo y ancho del camino, favoreciendo espacios para que puedan ser ellas mismas.
Muchas veces, en aras de un título o ministerio, lejos de buscarse mayor coherencia evangélica, puede esconderse, una tentación de imagen o poder. Es verdad que las mujeres deben tener una mayor participación en la vida de la Iglesia; sin embargo, esto no debe volverse un tema ideológico o que las distraiga de apostolados como la educación, cuyo aporte humano, espiritual y profesional resulta profético. El que esto escribe, supo de un joven que ante el debate que estamos tratando, dijo, “estudié varios años en un colegio de religiosas, ninguna diaconisa, pero todas dispuestas a decirte una palabra amable, formarte y en el salón de clases, siempre explicando, impulsando sueños hacia lo concreto. No, no eran diaconisas, sinceramente nunca les hizo falta ni a ellas ni a nosotros, porque su presencia y coherencia bastaban”. Es decir, los frutos van más allá de las reivindicaciones. Los ministerios son necesarios, pero tampoco se pueden establecer sin más, ya que pudieran convertirse en una cuestión de mero organigrama. Las denominaciones nunca han sido una condicionante para conseguir los frutos que se han dado gracias a tantas mujeres que, a lo largo de los siglos, han, ¿por qué no decirlo?, salvado a la Iglesia. Por ejemplo, Santa Catalina de Siena que logró que el papa regresara a Roma, la tierra en la que murió como mártir San Pedro, poniendo fin a varias disputas que minaban la credibilidad de la comunidad eclesial. La Virgen María, mujer por excelencia, no andaba buscando copiar a los apóstoles. Sabía quién era y conocía bien el aporte que estaba brindando. Ahí radica su genialidad, sencillez y, al mismo tiempo, altura. Nadie como ella. En este sentido, vemos que la dignidad no depende de algún ministerio, sino de la capacidad de entrega en el ejercicio de la misión.
Volviendo al tema de las diaconisas (no confundir con el sacramento del orden sacerdotal), aunque objetivamente están presentes en las primeras comunidades cristianas, sería conflictivo en nuestro tiempo por las interpretaciones, toda vez que han pasado muchos siglos. La clave de lectura debe responder a la siguiente pregunta: ¿ministerio o reivindicación ideológica? Comprobando que se trata del primer caso, nada que objetar. El estudio y, de prosperar, el papa, tendrá la última palabra. Lo importante; sobre todo, en el marco de las nuevas vocaciones religiosas, es hacerles ver la relevancia de tener experiencia humana y académica que les permita dar un aporte concreto más allá de nuevas denominaciones. De ahí que se hable de maestras, teólogas, filósofas, etcétera. Es verdad que la santidad no requiere estudios, pero si además se tiene la posibilidad de alcanzarlos, sería un error dejarlos pasar.
Un doctor, dijo al autor del ensayo: “me acuerdo de la religiosa que nos daba clases. Se preocupó por darnos, entre las asignaturas, una buena dosis de francés”. Volvemos a lo mismo, mientras haya un aporte concreto, útil, crecerán los espacios para la mujer. En cambio, perder tales energías en confusiones o búsquedas extrañas de comodidad, minará apostolados necesarios, como la pastoral educativa o de la salud, mientras que al concentrarse en ellos, se puede, desde la respuesta a Dios que llama, realizarse sin ningún complejo o maltrato. Reflexionemos, pero que la reflexión no se vuelva abandono de campos a través de los que Jesús sigue llamando e interpelando. En vez de reivindicaciones tanto de hombres como de mujeres, ¡implicaciones! Otra persona, mencionó hace tiempo: “te fundaron para educar, ¡educa!, te fundaron para curar, sana, te fundaron para estudiar, analiza y comparte”. Dicho de otra manera, “haz lo que haces” (M. Ana María Gómez Campos, F.Sp.S.). No sea que se nos vaya la vida en mil discusiones, mientras hay infinidad de niños, adolescentes y jóvenes, tanto ricos como pobres, abandonados a su suerte. El estudio lleva a la verdad que es Jesús mismo, pero cuando se desconecta de las crisis de nuestro tiempo, resulta estéril e insignificante. Usemos la creatividad para ver de qué manera podemos acercar a los jóvenes hacia Dios. No nos perdamos en discusiones que ya no dicen nada al mundo de hoy. En vez de andar pensando en nuevos títulos, pensemos en compartir el tiempo y la vida con los que nos llaman sin palabras. Aquellos que requieren rumbo, sentido cristiano. Eso y agradecer siempre el aporte de las mujeres a lo largo y ancho del camino, favoreciendo espacios para que puedan ser ellas mismas.