Me gustaría que la vida fuera lineal, un camino llano y sencillo del que conozco el principio y el final. No por afán de control ni de poder sino por pura tranquilidad y placidez.
No me considero una persona controladora ni obsesiva, pero me gusta planificar las cosas, organizarme. No me gustan los imprevistos, los cambios de planes ni la improvisación, pero cuando pasa una de estas cosas procuro adaptarme, aunque no siempre lo consigo de forma rápida y silenciosa, ¡qué le vamos a hacer, una es sólo casi perfecta…!
El caso es que cuando suena el despertador cada mañana me encanta seguir mi rutina diaria, saber qué toca en cada momento, ir quemando etapas tranquilamente. Eso me da serenidad y paz, me hace sentir a gusto. Si un día toca algo distinto se hace y punto, aunque me fastidia un poco porque soy animal de costumbres.
Pero la realidad no es lineal, lisa y diáfana, como bien sabes, sino que el camino de la vida presenta curvas, subidas y bajadas, baches, peraltes, túneles, bancos de niebla, lluvia, heladas…, y cambios de rasante que no siempre te dejan ver lo que hay delante. ¡Y esto sólo es tu realidad individual!
Hay que tener en cuenta que cada persona tiene su vida, su camino. Y que no vivimos solos en el mundo, aislados en burbujas, sin rozar con nadie que altere nuestro vivir. Cada uno tiene su realidad y se entrecruza y entrelaza con la de los demás sin parar; unas veces se nota y otras no.
Es como un milhojas de papel cebolla, ¿nunca lo has utilizado para trabajos del colegio? Bueno, si no eres Generación EGB a lo mejor ni sabes lo que es… Yo recuerdo un trabajo de Geografía en 8º de EGB en el que utilicé varias hojas de papel cebolla superpuestas. En una dibujé un mapa mudo, en otra los ríos y montañas, en otra las ciudades y así sucesivamente. El resultado final era bien chulo.
Lo que quiero decir es que no tenemos el control absoluto de nuestra vida, aunque seamos organizados y previsores, porque la vida de los demás pasa tan cerca de nosotros que notamos su estela, como cuando un coche nos adelanta y lo oímos o nuestro coche se mueve un poco.
A veces en nuestro camino encontramos cosas feas como socavones, raíces que nos hacen tropezar, piedras sueltas que nos hacen resbalar, charcos que hay que saltar o que no ves y te mojas los pies, agujeros ocultos por la maleza en los que te caes. Son las incidencias o complicaciones de la vida corriente, que es la nuestra. Si son pequeñas las solventamos como mejor podemos procurando mantener la calma y el buen humor, tan sólo nos suponen un retraso en nuestro caminar.
Si son grandes y graves podemos sentir que el suelo se tambalea bajo nuestros pies, que nos quedamos sin aire y a oscuras, que el mundo se acaba. Eso nos desencuaderna, nos hace pararnos en el camino y no saber por dónde hay que seguir. A veces incluso tenemos que cambiar el rumbo que habíamos tomado al principio. Porque hay cosas que escapan a nuestro control, que después de hacer todo lo que estaba en nuestras manos siguen sin solucionarse y no podemos hacer nada más.
Es duro y difícil admitir eso, que no puedes hacer nada. Pero también hay que saber rendirse a la evidencia, admitir la propia impotencia. Dejarlo ir, soltarlo. Pedir ayuda. Y confiar.
¿En quién? Pues depende: en un amigo, en tus padres, en tu marido o tu esposa, en un especialista… según sea el asunto.
En otras ocasiones lo que vemos por el camino son cosas bonitas: un cielo azul luminoso, flores de colores y aroma agradable, espigas que se mecen con la brisa o un bosque en el que el aire susurra al pasar entre los árboles, un paisaje costero de película, lo que más te guste. Esas son las pequeñas sorpresas del día a día, que también las hay y le hacen a uno sonreír y dar un pequeño acelerón.
Esas bonitas sorpresas también pueden ser pequeñas, como que tu jefe ese día no vaya a la oficina-je, je-, que tu compañera lleve bombones porque es su cumpleaños, que tu marido o tu esposa llegue antes del trabajo y tengáis un rato para tomaros una cerveza con unos panchitos, que tu hija te haga un dibujo o que tu hijo haya ganado el partido. Cosas pequeñas pero agradables y bonitas.
Aunque también pueden pasar cosas buenas que sean grandes: que te den el trabajo que necesitas, que te paguen un dinero que te deben, que te cases o tengas un hijo, que llegue alguien que ha estado fuera mucho tiempo, que te toque la lotería, que te cures de una enfermedad o una operación haya salido bien. ¡Montones de cosas importantes pueden salir bien!
Todo este entrecruzarse de unas vidas con otras, de unos caminos con otros, puede resultar un atasco monumental o un fluir armonioso. No depende sólo de ti pero puedes marcar tendencia.
¿Qué prefieres?