La soberbia es un tipo de ceguera que no impide darnos cuenta de la herida que todos llevamos con nosotros. Si Cristo es Camino, Verdad y Vida, ¿Por qué no le pedimos que nos conduzca y nos guíe?
La Escritura nos presenta con razón a este ciego sentado al borde del camino, pidiendo limosna, ya que la Verdad mismo dijo: “Yo soy el camino.” (Jn 14,6) Así, cualquiera que ignora la claridad de la luz eterna está ciego.
Si el ciego ya cree en el redentor es que está sentado en el borde del camino. Si cree ya pero descuida pedir que la luz eterna, si no la pide, este ciego, aunque esté sentado en el borde del camino no pide limosna. Pero si cree, si conoce la ceguera de su corazón y pide, por fin, recibir la luz de la verdad, entonces está bien sentado en el borde del camino pidiendo limosna.
Aquel que reconoce las tinieblas de su ceguera y se da cuenta de la privación de la luz eterna, que grite desde el fondo de su corazón, con todas las fuerzas de su alma: “¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!”. (San Gregorio Magno. Homilías sobre los evangelios, 2)
Si fuésemos capaces de gritar misericordia al Señor, ya estaríamos empezando a ver la Luz. ¿Qué Luz? Cristo mismo que se ofrece para conducirnos “Otra vez les habló Jesús diciendo: Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Pero nuestra ceguera nos hace creernos superiores a quien nos creó, nos sentido y quien nos permite vivir segundo a segundo. Si no aceptamos la Luz, estamos condenados a vivir entre tinieblas “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz porque sus obras eran malas” (Jn 3, 19).
Vivir entre tinieblas tiene muchas ventajas para el ser humano. Nos permite hacer creer a los demás que somos más que ellos. Nos permite ocultar todo el dolor y sufrimiento que arrastramos al vivir. Nos permite engañar y engañarnos sin demasiado esfuerzo. ¿Quién querría vivir en la Luz si la oscuridad presenta tantas ventajas? No es fácil decir NO al mundo, al sociedad, las apariencias, el marketing y la vanidad, pero ese es precisamente el camino que Cristo nos indica: negarnos a nosotros mismos. “El que ama su vida la pierde; y el que aborrece su vida en este mundo, la conservará para vida eterna.” (Jn 12, 25) ¿Por qué negarnos a nosotros mismos? ¿Por qué rechazar la vida en este mundo? ¿No es todo esto una inmensa locura?
Es una locura que permite que el ser humano sea consciente de que sólo Cristo es sentido y vida. Nos permite dejar la adicción a las apariencias y empezar a vivir la verdadera vida. Pero para ello es necesario decir el sí a Cristo y dejar atrás todo aquello que nos sirve de gloria terrenal. Esto significa humildad y arrepentimiento, que no son nada comunes entre nosotros. Normalmente esperamos que la vida nos llene de honores y éxitos humanos, por lo que la propuesta del Señor es una inmensa locura que a casi nadie se le pasa por la mente aceptar.
No es extraño que nos sintamos mal, desesperanzados y andemos cabizbajos por donde vayamos. Cuando perdemos algo, es una tragedia para nosotros, siendo justo todo lo contrario. Perder es estar un poco más cerca del Señor. Andar ganando batallas e imponiendo formas de pensar, es alejarnos de Dios a toda velocidad. Si vemos a tantas personas orgullosas de la ceguera, demos gracias a Dios porque al menos, nosotros sabemos que estamos ciegos y que necesitamos la Luz. Podemos gritar misericordia y esperar ser escuchados por el Señor. Tristemente, hoy en día pensamos que la misericordia es que nos permitan autoafirmarnos más en nuestra ceguera y que nos alaben por estar tan ciegos.