El próximo viernes, 5 de marzo, salvo imprevistos de última hora, el Papa viajará a Irak. A nadie se le oculta que se trata de una visita no de alto sino de altísimo riesgo. Aunque el Papa ha recibido ya las dos dosis de la vacuna anti COVID, existe la posibilidad de una infección. Pero eso no es nada comparado con las amenazas de atentados por parte de los radicales musulmanes. Hace pocas semanas, el mismo día en que tenía que presentarse en Bagdad el programa de la visita, tuvo lugar un atentado suicida en esa misma ciudad, que costó decenas de muertos y centenares de heridos. Era una clara advertencia de lo que podía pasar si el viaje se llevaba a cabo.
Si la situación es esa, resulta inevitable preguntarse por qué va el Papa a Irak. Hay un primer motivo, el de confortar y apoyar a la diezmada población católica, masacrada por el Estado Islámico, sobre todo en los que habían sido sus principales bastiones, como la llanura de Nínive. El cardenal Sako, patriarca de Babilonia de los Caldeos y máxima figura de la Iglesia en el país, ha repetido muchas veces en estos días previos a la visita que ése es el principal motivo del viaje. El cardenal, que nació precisamente en el Kurdistán iraquí -una de las zonas más castigadas por los islamistas-, ha mostrado su agradecimiento al Papa por correr los evidentes riesgos para darle apoyo a su desmoralizado pueblo.
Pero también hay otro motivo importante: el diálogo con el islam. La relación con la principal rama de esa religión, los sunnitas, está consolidada después de la declaración de Abu Dabi sobre la fraternidad humana, firmada con el máximo líder sunnita, el imán de Al-Azahar. Pero el otro sector de los musulmanes, los chiitas -que son mayoría en Irak y en Irán- no se han sentido implicados en esta alianza. El Vaticano ha intentado que se firmara también algún tipo de documento, pero no ha sido posible. Lo único que se ha conseguido es que el máximo líder chiita, el ayatolá Al-Sistani, le reciba en la ciudad de Náyaf, uno de los lugares más sagrados del chiísmo porque allí está enterrado el imán Alí, que fue el fundador de esa rama del islam. Aunque no haya documento firmado, se conseguirá una foto y ya se sabe que una foto vale más que mil palabras.
¿Merece la pena tanto riesgo -en el que hay que incluir las víctimas colaterales de un posible atentado- para esos resultados? El Papa considera que sí y precisamente por eso pone su propia vida en peligro. Está buscando un pacto con la otra gran religión mundial, que es el islam, para hacer frente de algún modo al avance del secularismo feroz que se vive en Occidente e implicar a sus líderes religiosos en la condena al terrorismo. Hasta ahora, ni han disminuido los ataques a la libertad religiosa, ni han cesado los atentados. Pero el que los resultados hayan sido pobres no significa que no puedan ser mejores en el futuro y, sobre todo, no implica que no haya que intentarlo.
Mientras tanto, en la propia casa siguen los problemas. El colectivo feminista alemán María-2.0, que se dice católico, ha querido deliberadamente emular a Lutero pegando -no clavando porque los tiempos han cambiado- el equivalente a las tesis que el reformador alemán clavó en la puerta de la iglesia de Todos los Santos de Wittenberg, que dio inicio a la reforma protestante. Las “marías” -como ya se las conoce- piden todo lo que se puede pedir desde una óptica radical feminista. Están abiertamente apoyadas por la jerarquía -obispos como el de Augsburg salieron a fotografiarse con ellas a la puerta de la catedral tras haber puesto allí su manifiesto-, que hace el doble juego de alentar la disidencia mientras asegura que no habrá cisma. Veremos si lo consiguen, porque si las “marías” se sienten manipuladas se volverán contra los que las abrazan.
La situación es muy delicada. Los nubarrones negros están en casa y el Papa está intentando una alianza mundial de las religiones que le puede costar la vida. Tenemos que seguir rezando y confiando en la Divina Providencia