Los problemas de la sociedad no se solventan únicamente por medio de acciones humanas, ya que el origen profundo es sobrenatural: el pecado. La solución la única repuesta eficaz, es la santidad: “Por tanto, sed vosotros santos como vuestro Padre celestial es santo.” (Mt 5, 48) y para ello la Gracia de Dios es necesaria, ya que: “sin Mi nada podéis hacer” (Mt 5, 15). ¿Qué progreso podemos encontrar entonces? Sin duda la Gracia de Dios, unida al esfuerzo del ser humano, nos lleva a mejorar nuestra vida en muchos campos y caminos, pero sólo la santidad puede eliminar los problemas que provienen de nosotros mismos.
Una Iglesia progresista, basada en confianza en el ser humano, en lo útil, inmediato y funcional, es una iglesia pelagiana. Una iglesia que cree que a Dios no le importamos nada y que todo lo tenemos que hacer por nuestras manos. Esta Iglesia pelagiana que intenta instaurar una ideología disfrazada de Reino de Dios, cuando el mismo Cristo dejó claro que: “…mi Reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos” (Jn 18, 36).
La Iglesia no es progresista, no busca cambiar la naturaleza humana con fuerzas humanas. La Iglesia es Apostólica, porque sigue la Tradición Apostólica como fuente de revelación de Dios:
La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido: fue y permanece edificada sobre "el fundamento de los Apóstoles" (Ef 2, 20; Hch 21, 14), testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo (cf. Mt 28, 16-20; Hch 1, 8; 1 Co 9, 1; 15, 7-8; Ga 1, l; etc.). Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza (cf. Hch 2, 42), el buen depósito, las sanas palabras oídas a los Apóstoles (cf 2 Tm 1, 1314). Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los Apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, "al que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia". (Catecismo de la Iglesia Católica. 857)
Los seres humanos tendemos a creer que cambiando la organización o las estructuras sociales, estamos solucionando los problemas que provienen de nuestra naturaleza herida y limitada. Por eso la iglesia progresista siempre nos propone cambios institucionales, que pueden ser necesarios, pero que terminarán por generar otros problemas similares o mayores. Un ejemplo lo podemos ver en las innumerables y necesarias reformas estructurales y de organización de la Iglesia. Se han tomado para atajar problemas, pero nunca han dejado de haber problemas organizativos o estructurales. ¿Qué es lo que realmente posibilita la transformación de las estructuras humanas? La santidad. Santidad que necesita caridad y corrección fraterna para que sea eficaz.
“… quien no se corrige a sí mismo y no corrige a lo demás, hace como el miembro que ha empezado a gangrenarse. Si un mal médico pone en él solamente ungüento y no cauteriza enseguida la herida, todo el cuerpo se gangrena y se corrompe. Así, los prelados y los superiores, si ven que alguno de sus súbditos empieza a corromperse por el pecado mortal, si le ponen solamente el ungüento de la lisonja, sin la reprensión, jamás se curará, sino que llegará a corromper a los otros miembros” (Santa Catalina de Siena. Diálogo)