Se le llama «católica» porque está difundida por todo el orbe desde unos confines a otros de la tierra y puesto que enseña de modo completo, y sin que falte nada, todos los dogmas que los hombres deben conocer sobre las cosas visibles e invisibles, celestiales y terrenas. Y también porque ha sometido al culto recto a toda clase de hombres, príncipes y hombres comunes, doctos e inexpertos. Y finalmente porque sana y cura toda clase de pecados que se cometen con el alma y el cuerpo. Ella (la Iglesia) posee todo género de virtud, cualquiera que sea su nombre, en hechos y en palabras y en dones espirituales de cualquier especie. (San Cirilo de Jerusalén. Catequesis 18, 13)
La Iglesia de Cristo es Una, Santa, Católica y Apostólica, pero esta definición ya no nos dice nada que entendamos de forma única y coherente. Hace unos meses, en una reunión de parroquianos, un feligrés hizo una encendida apología de la pluralidad de la Iglesia, llegando a identificar esta pluralidad con la catolicidad. Catolicidad y pluralidad con conceptos diferentes que se excluyen mutuamente. La pluralidad indica que existen partes diferentes dentro una estructura social y que la convivencia de “lo diferente” necesita de tolerancia. La catolicidad resalta lo común a todos los seres humanos, cultural, carismas y sensibilidades, etc, que nos permite vivir la misma fe con caridad entre nosotros.
Pero el nombre de «Iglesia» se acomoda a realidades diversas, de modo que también de la multitud que se encontraba en el teatro de los efesios está escrito: «Dicho esto, disolvió la asamblea» (Hech 19,40). También alguien dijo intencionadamente que la «asamblea de malhechores» (Sal 26,5) es el conjunto de los herejes: me refiero a los marcionitas, maniqueos y a los restantes. Por tanto, la fe te muestra muy cautamente que esto es lo que has de sostener: «Y en la Iglesia, una santa, católica», para que, huyendo de esos grupos abominables, te adhieras siempre a la santa Iglesia católica, en la cual volviste a nacer. Y si alguna vez viajas por ciudades diversas, no preguntes simplemente dónde está el templo donde se reúnen los cristianos, pues también las restantes sectas y herejías de los impíos se esfuerzan en hacer presentables sus madrigueras con el nombre del templo, ni simplemente dónde está la iglesia, sino dónde hay una Iglesia Católica, pues éste es el nombre propio de esta santa Iglesia, Madre de todos nosotros. Ella es ciertamente la esposa de nuestro Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios (pues está escrito: «como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella», etc., Ef 5,25 ss) y ofrece una imagen y una imitación de «la Jerusalén de arriba», que «es libre; ésa es nuestra madre» (Gál 4,26). Habiendo sido ella anteriormente estéril, ahora es madre de una numerosa prole (cf. Gál 4,27 e Is 54.1). (San Cirilo de Jerusalén. Catequesis 18, 26)
Una iglesia plural es la que se denomina de la misma forma, pero que en su interior hay muchas partes que no se mezclan. En algunas definiciones de pluralidad se indica el carácter partidista de cada parte y la necesidad de que reclame su espacio vital dentro del todo donde se incluye. Una Iglesia Católica es en la que todos estamos unidos por la misma fe y los carismas, sensibilidades y gustos, trabajan unidos para bien de todos. No hay partidos que reclamen su representatividad, sino un solo corazón que late unido y trabaja unido. La post modernidad intenta vendernos que todos somos diferentes y que lo que nos diferencia es lo importante. La caridad nos muestra que todos somos seres humanos con los mismos límites, defectos y heridas por el pecado, por lo que tenemos tanto que nos une, que lo poco que nos diferencia debe complementarnos unos a otros.
No es sencillo mostrar el ideal de una Iglesia Unida en la Caridad, cuando lo que se impone actualmente es una iglesia aparente, formada por grupos que se ignoran y que lo único que nos une es una denominación común. Pongamos un ejemplo, el Cardenal Kasper señala que en Alemania puede haber una solución diferente que en África, para las personas divorciadas vueltas a casar. En esta línea, algunos sacerdotes y obispos llegan a proponer que dejemos de juzgar las apariencias externas y que cada cual se guie por su conciencia moral personal. Las celebraciones Litúrgicas cambian de un templo a otro y de un sacerdote a otro. El entendimiento del pecado, el infierno, la unidad, la caridad y hasta del mismo Cristo, cambian de una persona a otra. ¿Cómo podemos trabajar unidos en esta Torre de Babel? Es imposible si contamos con nuestras propias fuerzas. Sólo el Espíritu Santo nos puede guiar hacia esa unidad que tanto necesitamos.
Por desgracia tendremos que esperar a que las Torres de Babel que estamos creando queden vacías y el Espíritu Santo vuelva a llamarnos desde la simplicidad del Kerigma que se transmita a través de un verdadero discípulo de Cristo, como sucedió tras Pentecostés.