"Entonces, ¿qué debe hacer un católico en estas situaciones? Muchas celebridades comparten pasajes de la Biblia, citan a sacerdotes, y cantan música cristiana mientras al mismo tiempo tienen un estilo de vida mundano (propio de Hollywood) alejado de valores cristianos como la modestia y la pureza. Hay algunos, sin embargo, como Steph Curry, que sobre la fe hacen algo más que solo publicar un Tweet o un status de Facebook"
Lady Gaga o alguien cercano a ella, leyeró el comentario y respondió con rapidez. Este suceso dio lugar a un post en el blog de Catholic link, que pueden leer aquí. El texto de respuesta de Lady Gaga fue el siguiente:
"Querida Becky Roach, María Magdalena lavó los pies de Cristo y fue protegida y amada por Él. ¡Una prostituta! Alguien a quien la sociedad mira con vergüenza como si ella y su cuerpo fueran el basurero de un hombre. Él la amó y no la juzgo. Él la dejó llorar sobre él y secar sus pies con los cabellos de una ramera. Nosotros no somos solo “celebridades”, somos seres humanos y pecadores, hijos, y nuestras vidas no están vacías de valores porque luchamos. Nosotros somos igualmente perdonados como nuestros prójimos. Dios no cambia según las tendencias, y su perdón no hace distinción entre creyentes"
En el post de Catholic Link se pueden leer una buena cantidad de comentarios que evidencian el problema que tenemos actualmente en la Iglesia. Un problema que la pregunta de Becky Roach señala directamente: ¿Qué debe hacer un católico en estas situaciones? Los católicos estamos divididos por un abismo que se va agrandando según pasa el tiempo. Cada vez nos cuesta más reconocemos unos a otros, ya que el entendimiento de nuestra fe necesita pasar por nuestra relación con Dios y el prójimo. ¿En que Dios creemos? ¿Cómo relacionarnos con nuestros hermanos?
Para responder a la pregunta de Becky Roach, es interesante leer y reflexionar sobre el comentario de San Agustín al Salmo 32, ya que en este texto se habla claramente del complicado equilibrio entre misericordia y justicia, que todo cristiano tiene que tener en cuenta a la hora de relacionarse con Dios y con sus hermanos. Hay que ser conscientes que el cristianismo ha tendido a primar la (in)justicia a través de prejuicios negativos durante muchos siglos. Es evidente que esto no es justo, no podemos juzgar a base de prejuicios, porque nunca seremos justos. Como panacea que pretende cambiar esta tendencia, se nos proponen dos cosas: no juzgar y primar la misericordia. La justicia nos parece casi un pecado del que tenemos que huir y la misericordia se define como complicidad buenista. Pero cuidado, porque detrás de esta misericordia aparente vuelve a aparecer la misma (in)justicia prejuiciosa de antes, pero con signo contrario. Seguimos prejuzgando de forma ciega, pero ahora de forma positiva.
Actualmente, prejuzgar desde la buenismo merece todo tipo de elogios. Por el contrario, juzgar racionalmente desde la compresión de la naturaleza humana, resulta insoportable para muchos cristianos. De hecho sólo se interpreta como “malvado y repudiable juicio", aquello que señala que necesitamos conversión y arrepentimiento. Esto se debe a que confundimos juicio con condena y decidimos instalarnos permanentemente en (pre)juicios buenistas para parecer más simpáticos y atractivos. Pero no nos engañemos, detrás de los (pre)juicios buenistas se esconde el pelagianismo que lastra constantemente la acción de la gracia de Dios. Queremos creer que todo depende de nuestra buena voluntad o de la apariencia de buena voluntad que podemos dar a los demás.
Suponemos y prejuzgamos que todos somos buenos y que la voluntad humana lo puede todo sin la colaboración de Dios. Por ello tendemos a juzgar de forma positiva todo lo que conlleva apariencias “positivas” o bien vistas por la sociedad. Nos dejamos engañar por el mismo marketing que nos vende “perfumes que hacen caer a nuestros pies” a quienes nos interesa encandilar. El marketing nos induce a no juzgar, sino a elaborar un prejuicio que aplicaremos cuando vayamos de compras. El marketing repudia el juicio, porque nos hace objetivos, críticos y conscientes, apartándonos de las realidades ficticias donde desea que vivamos. En todo caso, si nos piden no juzgar, que sea realmente no juzgar y no la utilización prejuicios positivos disfrazados de misericordia. Dios nos ha dado juicio, racionalidad y entendimiento. Podemos solicitar la virtud de la justicia y dejarnos en manos de Dios para ponerla en práctica.
Volvamos a la pregunta de Becky Roach: ¿Qué debe hacer un católico en estas situaciones? La respuesta evidente: juzgar racionalmente lo que sucede y comprender que existen elementos importantes a tener en cuenta:
- La artista (Lady Gaga) utiliza la foto y el mensaje de forma muy bien medida y eficaz para que los medios la pongan en el candelero. De hecho ha conseguido que el “incidente” aparezca en la revista Bill Board rápidamente. En las redes muchas personas alaban a la diva como una nueva santa y otras se oponen de forma más o menos rigurosa. No cabe duda que la artista ha conseguido una cuota mediática importante.
- El lenguaje y el tema empleado inciden directamente en la polémica que vivimos en la Iglesia. Una polémica que nos separa y nos enfrente sobre el sentido y entendimiento de los sacramentos, en concreto de la Eucaristía.
- El mensaje original conlleva la reivindicación de un supuesto “derecho” a recibir un sacramento. Para dar más énfasis hace uso de una frase directamente tomada del Papa Francisco.
- Utiliza el comentario de Becky Roach en Instagram como factor de amplificación para dar más dramatismo y realismo.
- Introduce una figura que resulta emotiva y atractiva para la sociedad actual: María Magdalena. Ya sabemos cuantas teorías hay sobre quien era. Fusiona la figura de María Magdalena con la adúltera que iba a ser lapidada y con una prostituta arrepentida. Reduce a Cristo a un expendedor de salvación automática, ya que se “olvida” de aspectos importantes de los relatos evangélicos utilizados en el “copia-pega”. Con esto genera una corriente de empatía considerable hacia ella, que se presenta como una víctima que exige redención por razones igualitarias.
Ahora podemos llegar a comprender que la postura original de Becky Roach era prudente, compasiva, racional y juiciosa: cuestionar las formas del mensaje emitido por Lady Gaga y señalar que es necesario que el mensaje anteponga el testimonio a las exigencias. ¿Puede ser que Lady Gaga realmente esté empezando a darse cuenta de sus errores y se acerque a Cristo? Puede ser, nadie puede entrar en su interior, pero hay algo que no cuadra.
Dar una respuesta inmisericorde, sería condenarla por su pasado y decir que no tiene cabida en la Iglesia hasta que no se pegue cuarenta latigazos en público. Dar una respuesta injusta es quedarnos en la aparente bondad, lindeza, empatía del mensaje y no decirle nada de que es necesario humildad antes que exigencias. Como cristiano ambas respuestas son igual de erróneas y peligrosas. Peligrosas para quien la recibe y para quien la emite. A veces nos creemos que Dios es “todo misericordia” y que la justicia como algo pasado de moda, lo que contradice los Evangelios, la Tradición Apostólica y la Doctrina. Justicia y misericordia son inseparables, como dos caras de una misma moneda. Si las separamos, caemos en la inmisericordia y la injusticia. Además, sólo Dios puede ser justo y misericorde de forma total y continua. Nosotros sólo podemos ser parcialmente justos y misericordiosos cuando dejamos que sea el Señor quien actúe a través de nosotros. Para eso necesitamos de la Gracia de Dios.
En todo caso, la contestación a Lady Gaga debería ser privada y no pública. No es bueno utilizar las redes sociales de forma pública para diálogos personales relativos a la fe, ya que caemos en las mismas ansias de marketing pelagiano que tanto daño nos hacen. En esta respuesta personal habría que señalar todo lo bueno que hay en su acercamiento a la Iglesia y las dudas que produce la puesta en escena que ha utilizado. Para Dios las apariencias son innecesarias, lo importante es abrir el corazón a la Gracia con humildad. Se le debería señalar, con total humildad, que nadie puede reclamar el derecho a un sacramento y que la Eucaristía no es una píldora mágica que se expende en los templos católicos. La Eucaristía es un signo de la Gracia de Dios. Un signo que recibimos de forma pública en las misas, pero que su sentido necesita pasar por la negación de sí mismo. La Gracia de Dios necesita arrepentimiento y humildad para actuar y si lo hace, lo hará en la intimidad del corazón.
Les dejo a continuación dos de los puntos del comentario al Salmo 32 de San Agustín, por si no quieren leer todo el texto, cuyo enlace he colocado anteriormente.
11. Pero no vayáis a creer, hermanos, que estas dos cosas [Justicia y Misericordia] en Dios puedan separarse entre sí de alguna manera. Por cierto que a veces parecerán contrarias entre sí, es decir, que el misericordioso no tenga en cuenta la justicia, y que el riguroso con la justicia, se olvide de la misericordia. No, Dios es omnipotente, y ni en su misericordia se olvida de la justicia, ni en la justicia se olvida de la misericordia. Se compadece, tiene en cuenta su imagen que está en nosotros, tiene en cuenta nuestra fragilidad, nuestros errores, nuestra ceguera, y nos llama; a los que se vuelven y lo escuchan, les perdona sus pecados, y a los que no se convierten no se los perdona. ¿Es misericordioso con los injustos? ¿Acaso abandonó la justicia, o no debió juzgar entre quienes se convirtieron y quienes no? ¿Os parece justo a vosotros, que sean equiparados el que se ha convertido y el impenitente, y que sean recibidos del mismo modo el sincero y el mentiroso, el humilde y el soberbio? Luego la misericordia incluye en sí misma la justicia. Es más, en una tal justicia se incluye la misericordia, con relación a aquéllos a quienes se dirá: Tuve hambre y me disteis de comer. De hecho se dice en una de las cartas apostólicas: Habrá un juicio sin misericordia para quien no practicó la misericordia. Y se dice también: Dichosos los misericordiosos, porque ellos serán tratados con misericordia. Luego en aquel juicio habrá también misericordia, pero no sin aplicar la justicia. Por lo tanto, si se trata con misericordia no a cualquiera, sino a quien se adelantó en practicar él la misericordia, tal misericordia es justa y no desordenada. La misericordia consiste, lo sabemos, en perdonar los pecados; la misericordia consiste en conceder la vida eterna. Fíjate cómo allí hay justicia: Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará. Sin duda que tanto el se os dará, como el seréis perdonados, es misericordia. Si de allí desapareciera la justicia, no se diría: La misma medida que vosotros uséis, la usarán con vosotros.
12. Habéis oído cómo Dios practica la misericordia y la justicia; practica tú también la misericordia y la justicia. ¿Es que acaso pertenecen sólo a Dios y a los hombres no? Si no pertenecieran también a los hombres, no habría dicho el Señor a los fariseos: Habéis descuidado lo principal de la Ley: la misericordia y la justicia31. Así que también te pertenecen a ti la misericordia y la justicia. No vayas a pensar que sólo tiene que ver contigo la misericordia y no la justicia. A veces oirás que hay una causa pendiente entre dos, uno de ellos rico y el otro pobre; y sucede que el pobre resulta culpable y el rico inocente; entonces tú, poco experto en el Reino de Dios, crees hacer una buena obra compadeciéndote del pobre, y te pones a encubrir y ocultar su delito, como queriéndolo justificar, como si mereciese la absolución. Y suponiendo que alguien te reprendiese por haberte equivocado en tu sentencia, le respondes movido por la misericordia: - Sí, ya lo sé; pero se trata de un pobre, y debo tener con él compasión. ¿Cómo es que has mantenido la misericordia, dejando a un lado la justicia? Pero dirás: ¿Y cómo iba a descuidar la misericordia, por mantener la justicia? ¿Iba a sentenciar contra el pobre, que no tenía con qué pagar la multa; y si tenía, después no le quedaba con qué vivir? Tu Dios te dice: No hagas acepción de personas en el juicio del pobre (Ex 23,3). Sí, es cierto que comprendemos fácilmente la advertencia de no favorecer al rico. Esto lo ve cualquiera, ¡y ojalá lo llevaran todos a la práctica! La falta está en querer agradar a Dios favoreciendo judicialmente la persona del pobre, y diciéndole a Dios: - He ayudado a un pobre. No, deberías haber mantenido las dos cosas: la misericordia y la justicia. En primer lugar ¿qué clase de misericordia has tenido con aquél, cuyo delito has amparado? Sí, le favoreciste en la bolsa, pero le has herido el corazón; ese pobre continúa siendo un delincuente; y tanto más delincuente, cuanto que se ha visto favorecido por ti en su maldad, como si fuera un hombre honrado. Se apartó de ti favorecido injustamente, y quedó justamente condenado por Dios. ¿Qué clase de misericordia has tenido con él, si terminaste haciéndolo culpable? Has resultado más cruel que misericordioso. ¿Y qué iba a hacer?, preguntarás. En primer lugar juzgar según la causa: reprender al pobre y conmover al rico. Una cosa es juzgar, y otra suplicar. Cuando el rico aquel viera que habías respetado la justicia, y que el pobre no había erguido la cerviz, sino que le habías dado una justa reprensión proporcional a su delito, ¿no se inclinaría hacia la misericordia, por tu petición, él, que estaba contento de la sentencia de tu juicio? (San Agustín. Comentario al Salmo 32, 11-12)