La Virgen María, es alguien que se parece a nosotros en el sentido de que pasó por no pocas peripecias, pero supo realizarse y ser lo que Dios le pedía. ¿A quién no le ha pasado que, muchas veces, ante el ambiente, se siente rebasado, incluso contrariado? Eso de ser minoría cuesta trabajo, porque son tantas las voces y las opciones que, como laicos, se puede llegar a un cierto grado de tensión entre ideal y realidad. Entonces, ¿hay que huir, salirnos del mundo? No, pero sí identificar desde dónde nos toca estar, siendo corresponsables en el rumbo del mismo. Pero, ¿cómo no volvernos locos en medio de un ritmo frenético que hace de la fe algo, cuando menos, trivial? La respuesta está en la figura de María. Ella escuchó muchas voces. De entrada, los juicios que tuvo que soportar ante el hecho de ser la madre de Jesús a partir de una vía que desconcertó al propio José, además de los adjetivos de “muy inocente”, “consecuencia de una leyenda”, etcétera. Sin duda, enfrentó expresiones mucho más graves que no vale la pena escribir, pero que expresan el mar de ideas que se asemejan a un avión en medio de vientos cruzados. Incluso, psicológicamente, podríamos preguntarnos, ¿qué hizo para no perder el equilibrio? María, supo lo que es la oración. Nosotros, precisamente para saber transitar en medio de tantos retos, también la necesitamos. Al dialogar con Dios, se fortalece nuestra identidad, sabemos sopesar mejor las cosas y, por decirlo de alguna manera, encontrarnos, al encontrarlo a Él. Eso da paz y fuerza para seguir sin complejos.
Los católicos, muchas veces, arrastramos complejos que tienen que ver con el peso del ambiente o de los condicionamientos sociales. ¿A qué se debe? A la falta de trabajo a nivel afectivo y espiritual. Por ejemplo, hacernos “poca cosa”, ante figuras del contexto secularizado, perdiendo la “chispa” de la primera predicación que no se dejó amedrentar ni por el propio Nerón. No hay que confundir la humildad con los complejos de inferioridad. Es verdad que la prepotencia, traducida en abuso de poder, no puede ser bajo ninguna circunstancia una opción, pero eso no tiene nada que ver con el hecho de saber situarnos y aportar lo que somos. ¿Cómo olvidar la participación del P. Jorge Loring S.J. en las mesas de debate trasmitidas por televisión? Casi siempre, fue minoría y, sin embargo, ¡qué bien se desenvolvía!, ¿cuál es el secreto, la clave para poder llegar a esto? Ser humildes en reconocer que necesitamos de Dios, teniendo en cuenta que la oración nos da fuerza, ánimo, vitalidad y, sobre todo, buen manejo pastoral del terreno. María, ante una realidad que la superaba, supo seguir a paso firme.
No podemos encerrarnos, porque eso choca con la convicción de la “Iglesia en salida” que el papa Francisco ha sabido describir como una de las líneas de acción que nos tocan a los laicos. Volviendo al tema central, ¿cómo evitar marearnos? 0, mejor dicho, ¿de qué forma poder distinguir de, entre todas las voces, la que viene de Dios? Sin duda, a partir del método de la Lectio divina y de las fuentes del magisterio que la interpretan adecuadamente para saber ser y estar en la realidad que nos interpela. Hoy tenemos tantos problemas de salud debido al estrés porque nos falta oración, capacidad de entrar –como María- en diálogo con Dios. No como evasión, sino a modo de “trampolín” hacia nuestras responsabilidades religiosas y civiles. Nunca de forma agresiva, pero siempre con audacia. Es lo que muchos autores han llamado “teología del riesgo”, que no es fruto de la imprudencia, sino de la confianza en Dios.
No se puede evangelizar desde el resentimiento o los complejos de inferioridad, sino sabiendo mantener, a ejemplo de la Virgen María, la “chispa” inicial que, en Dios, crece y madura. Como ella, releer los acontecimientos, dejando que sea el Espíritu Santo la clave para entenderlos, conectarlos y asumirlos. El cristianismo no es poca cosa. Sin duda, carece de medios extraordinarios, como los que tienen los Estados mejor armados, pero ahí está su riqueza y, en palabras coloquiales, la fuerza que lo anima y le ha hecho resistir a tantos regímenes totalitarios a lo largo de los siglos.
Darnos momentos a solas con Dios, nos permite dialogar con el mundo desde la propia identidad; es decir, sin asustarnos o diluirnos. La conciencia de pecado, nos ayuda a distinguir entre el bien y el mal. Algo que, dicho sea de paso, es muy necesario, pero de ahí a vivir escandalizados sin implicación, no se puede. Lo que interpela, como la pobreza material o de sentido, debe llevar a compromisos concretos. De otra manera, no pasaremos de “asustados” sin ningún tipo de participación. María, ante los retos, fue una mujer con el coraje de seguir adelante. Su “si” cambió la historia, revitalizando la cultura. Como ella, entrar en la oración y, desde ahí, vivir de forma coherente.
Los católicos, muchas veces, arrastramos complejos que tienen que ver con el peso del ambiente o de los condicionamientos sociales. ¿A qué se debe? A la falta de trabajo a nivel afectivo y espiritual. Por ejemplo, hacernos “poca cosa”, ante figuras del contexto secularizado, perdiendo la “chispa” de la primera predicación que no se dejó amedrentar ni por el propio Nerón. No hay que confundir la humildad con los complejos de inferioridad. Es verdad que la prepotencia, traducida en abuso de poder, no puede ser bajo ninguna circunstancia una opción, pero eso no tiene nada que ver con el hecho de saber situarnos y aportar lo que somos. ¿Cómo olvidar la participación del P. Jorge Loring S.J. en las mesas de debate trasmitidas por televisión? Casi siempre, fue minoría y, sin embargo, ¡qué bien se desenvolvía!, ¿cuál es el secreto, la clave para poder llegar a esto? Ser humildes en reconocer que necesitamos de Dios, teniendo en cuenta que la oración nos da fuerza, ánimo, vitalidad y, sobre todo, buen manejo pastoral del terreno. María, ante una realidad que la superaba, supo seguir a paso firme.
No podemos encerrarnos, porque eso choca con la convicción de la “Iglesia en salida” que el papa Francisco ha sabido describir como una de las líneas de acción que nos tocan a los laicos. Volviendo al tema central, ¿cómo evitar marearnos? 0, mejor dicho, ¿de qué forma poder distinguir de, entre todas las voces, la que viene de Dios? Sin duda, a partir del método de la Lectio divina y de las fuentes del magisterio que la interpretan adecuadamente para saber ser y estar en la realidad que nos interpela. Hoy tenemos tantos problemas de salud debido al estrés porque nos falta oración, capacidad de entrar –como María- en diálogo con Dios. No como evasión, sino a modo de “trampolín” hacia nuestras responsabilidades religiosas y civiles. Nunca de forma agresiva, pero siempre con audacia. Es lo que muchos autores han llamado “teología del riesgo”, que no es fruto de la imprudencia, sino de la confianza en Dios.
No se puede evangelizar desde el resentimiento o los complejos de inferioridad, sino sabiendo mantener, a ejemplo de la Virgen María, la “chispa” inicial que, en Dios, crece y madura. Como ella, releer los acontecimientos, dejando que sea el Espíritu Santo la clave para entenderlos, conectarlos y asumirlos. El cristianismo no es poca cosa. Sin duda, carece de medios extraordinarios, como los que tienen los Estados mejor armados, pero ahí está su riqueza y, en palabras coloquiales, la fuerza que lo anima y le ha hecho resistir a tantos regímenes totalitarios a lo largo de los siglos.
Darnos momentos a solas con Dios, nos permite dialogar con el mundo desde la propia identidad; es decir, sin asustarnos o diluirnos. La conciencia de pecado, nos ayuda a distinguir entre el bien y el mal. Algo que, dicho sea de paso, es muy necesario, pero de ahí a vivir escandalizados sin implicación, no se puede. Lo que interpela, como la pobreza material o de sentido, debe llevar a compromisos concretos. De otra manera, no pasaremos de “asustados” sin ningún tipo de participación. María, ante los retos, fue una mujer con el coraje de seguir adelante. Su “si” cambió la historia, revitalizando la cultura. Como ella, entrar en la oración y, desde ahí, vivir de forma coherente.