Antes de que Cristo ascendiera a los cielos, dejó muchas indicaciones precisas a sus discípulos. Indicaciones que son tan válidas hace dos mil años como ahora mismo. Cristo pide al Padre unidad para sus discípulos, porque sabía que el enemigo iba a atacar rápidamente para separarlos y enfrentarlos. Les atacaría para que sintiera orgullo que imposibilitara la corrección fraterna entre ellos. Les atacaría para que cada uno de ellos se sintiera el más importante entre ellos. Cuando la unidad se rompe, la felicidad queda herida de muerte. Ya todo dará lugar a sospechas, prejuicios y resentimientos. Sin unidad estamos a merced del maligno, mientras que si nos unimos en Nombre de Cristo, Él estará junto a nosotros. 

En cuanto hombre, Jesús pide a Dios por los discípulos que de Dios mismo ha recibido. Pero, atención a lo que sigue: «Para que sean uno como nosotros». No dice: Para que sean uno con nosotros, ó, para que no seamos, ellos y nosotros, más que una sola cosa, como nosotros somos uno, sino: «Para que sean uno como nosotros». Que sean uno en su naturaleza, tal como nosotros somos uno en la nuestra. Estas palabras, para ser verdaderas, exigen que Jesús haya hablado primero de forma que se comprenda que él tiene la misma naturaleza divina que su Padre, tal como lo dice en otro lugar: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,30).  Según su naturaleza humana,  él había dicho: «El Padre es más que yo» (Jn 14,28), pero como que en él Dios y el hombre no son más que una sola y la misma persona, comprendemos que es hombre porque ora, y comprendemos que es Dios porque es uno con aquel a quien ora... 

"Y ahora voy a ti y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida". Aún no había dejado el mundo, estaba todavía en él, pero puesto que muy pronto iba a dejarlo, es, por así decir, como si ya no estuviera en él. Pero ¿cuál es esta alegría que quiere que sus discípulos tengan cumplida? Lo ha explicado ya más arriba, cuando dice: "Para que sean uno como nosotros". Esta alegría que es la suya y que les ha dado, les predice su cumplimiento perfecto, y es por ello que habla de ella "en el mundo". Esta alegría, es la paz y la felicidad del mundo venidero; para obtenerlas es preciso vivir en este mundo de acá en la moderación, la justicia y la piedad. (San Agustín. Sermones sobre Evangelio de San Juan, 107) 

San Agustín nos indica tres virtudes necesarias para vivir la felicidad de la unidad: moderación, justicia y piedad. Es curioso que no nombre la caridad, pero se puede sobreentender que la caridad necesita de moderación, justicia y piedad, para poder estar presente entre todos los discípulos. ¿Por qué habla de moderación? Porque todos los excesos son dañinos para el ser humano. El camino de la santidad no se anda a base de excesos, extremismos y fanatismos. Para ser santos necesitamos hacer nuestra la humildad. La humildad que proviene de la verdadera moderación, no del desinterés y la indiferencia. 

Habla también de justicia y piedad unidas, aunque hoy en día casi se considera un pecado hablar de justicia. La justicia es un don de Dios. Por nosotros mismos no podemos ser ni justos ni tener piedad-misericordia. Si no somos guiados por al Gracia de Dios, nuestra justicia será despiadada y nuestra misericordia será complicidad. Hoy en día sólo hablamos de misericordia, olvidando que sin justicia, la misericordia es buenismo y complicidad social. Por todo esto vemos que la moderación vuelve a ser fundamental. Moderación que implica humildad y temor de Dios a la hora de buscar justicia y piedad con quien nos necesita. 

¿Qué tenemos que hacer para propiciar la unidad? Ser moderados, que no indiferentes. Ser justos, que no despiadados. Tener piedad, que no sea complicidad. ¿Qué hacemos si nuestros hermanos nos exigen complicidad e indiferencia? Poco podemos hacer cuando nos ocurre esto, porque estos hermanos estarán predispuestos a denigrarnos y maltratarnos con la escusa que nos somos “misericordiosos” con ellos. No pasa nada. Nos encontraremos una de las bienaventuranzas más bellas: Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos será el Reino de los Cielos. ¿Quién no desea ser recibidos en la Paraíso? Estaremos en camino al Reino cuando seamos perseguidos por intentar se justos y tener verdadera piedad. Seremos benditos cuando seamos maltratados por quienes defienden que la misericordia es complicidad e indiferencia. ¿Puede haber promesa más bella?