Continuamos con la tercera y última parte de los "Apuntes sobre el Espíritu Santo" con motivo de la solenmidad de Pentecostés que se celebrará el próximo 15 de mayo:
¿Qué relación tiene el Espíritu Santo con la Cruz del Apostolado?
Se trata de una visión que tuvo la Venerable Concepción Cabrera de Armida, inspiradora de las Obras de la Cruz, en 1894. En ella, aparece –bajo el símbolo de la paloma- el Espíritu Santo a la cabeza de la imagen, pues es el que sostiene y da fuerza para seguir adelante con valor. La Cruz del Apostolado, dentro del status de revelación privada, muestra a un Jesús vivo, cuyo corazón, netamente sacerdotal, permanece abierto, expectante, llevado al extremo de haberse dado hasta las últimas consecuencias, haciendo las veces de un despertador permanente para no caer en un estilo de vida superficial, sino profundo, capaz de aterrizar el sentido de la fe en todos los espacios y ambientes en los que nos toque estar. La Sra. Armida, siendo madre de familia y mística, se ocupó de dar a conocer al Espíritu Santo, pues ya desde entonces era “el gran desconocido”. Gracias a su labor, figuras como la del Siervo de Dios Mons. Luis María Martínez (18811956), arzobispo primado de México, llegaron a dejar obras literarias de gran valor, como la que le dedicó justamente al Espíritu Santo. Un libro que sigue siendo una referencia por su profundidad espiritual. La Cruz del Apostolado, como programa o itinerario, recuerda que el Espíritu Santo, por la experiencia que construye durante la oración, hace de los momentos difíciles, del sufrimiento, una relectura que le da sentido, pues se convierte en un medio para madurar de forma integral. No se trata de buscar el dolor, sino de saber manejarlo cuando se presenta. ¿Cómo se consigue? Viendo en todo aquello una oportunidad de cambio, de mejora, de superación, en clave de ofrecimiento, de acción sacerdotal. ¿Qué se ofrece? El esfuerzo del camino recorrido como testimonio.
¿Qué relación tiene el Espíritu Santo con la Cruz del Apostolado?
Se trata de una visión que tuvo la Venerable Concepción Cabrera de Armida, inspiradora de las Obras de la Cruz, en 1894. En ella, aparece –bajo el símbolo de la paloma- el Espíritu Santo a la cabeza de la imagen, pues es el que sostiene y da fuerza para seguir adelante con valor. La Cruz del Apostolado, dentro del status de revelación privada, muestra a un Jesús vivo, cuyo corazón, netamente sacerdotal, permanece abierto, expectante, llevado al extremo de haberse dado hasta las últimas consecuencias, haciendo las veces de un despertador permanente para no caer en un estilo de vida superficial, sino profundo, capaz de aterrizar el sentido de la fe en todos los espacios y ambientes en los que nos toque estar. La Sra. Armida, siendo madre de familia y mística, se ocupó de dar a conocer al Espíritu Santo, pues ya desde entonces era “el gran desconocido”. Gracias a su labor, figuras como la del Siervo de Dios Mons. Luis María Martínez (18811956), arzobispo primado de México, llegaron a dejar obras literarias de gran valor, como la que le dedicó justamente al Espíritu Santo. Un libro que sigue siendo una referencia por su profundidad espiritual. La Cruz del Apostolado, como programa o itinerario, recuerda que el Espíritu Santo, por la experiencia que construye durante la oración, hace de los momentos difíciles, del sufrimiento, una relectura que le da sentido, pues se convierte en un medio para madurar de forma integral. No se trata de buscar el dolor, sino de saber manejarlo cuando se presenta. ¿Cómo se consigue? Viendo en todo aquello una oportunidad de cambio, de mejora, de superación, en clave de ofrecimiento, de acción sacerdotal. ¿Qué se ofrece? El esfuerzo del camino recorrido como testimonio.
¿Cuál fue el papel de la Virgen María en Pentecostés?
Acompañar personalmente los primeros pasos de la Iglesia primitiva. Estar presente en medio de las incertidumbres luego de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Después de él; es decir, salvando las distancias, nadie como María conoció al Espíritu Santo. De ahí que se nos proponga como un modelo o ejemplo a seguir. Ella, lejos de improvisar, supo corresponder a las inspiraciones que iba recibiendo para tomar parte en la historia de la salvación, siendo una mujer ejemplar, ligada al misterio de Dios que la dio como madre para todos. De ahí que el V.P. Félix de Jesús nos dejara una jaculatoria muy especial: ¡con ella todo, sin ella nada!
¿Cómo nos prepara o entrena?
Así como el carpintero necesita de herramientas para hacer un mueble, los católicos ocupamos los dones y frutos del Espíritu Santo en medio de la Iglesia y de la sociedad. De origen espiritual, tienen un impacto material o exterior, pues los compartimos a través de nuestras acciones. Los dones son: sabiduría, ciencia, consejo, fortaleza, temor de Dios (no es miedo a Dios, sino a separarnos de él por acostumbrarnos al pecado en vez de trabajar por irlo superando poco a poco), piedad e inteligencia. Ahora bien, en cuanto a los frutos, tenemos: caridad, gozo, paz, paciencia, mansedumbre, bondad, benignidad, longanimidad, fe, modestia, templanza y castidad (en el matrimonio, quiere decir fidelidad al esposo o a la esposa según sea el caso). Todo un catálogo que hay que ir entendiendo en su contexto, pues hay que conocer muy bien el significado de cada uno y, sobre todo, aterrizarlo a la vida cotidiana. Por los límites de espacio, se impone al lector la tarea de hacer las consultas pertinentes en fuentes confiables sobre la doctrina de la fe.
El Espíritu Santo nos prepara, acompañándonos en el proceso, en la sucesión de etapas que forman nuestra vida. En realidad, nos lleva a la felicidad, aquella que se construye con esfuerzo y que no se basa en cosas triviales. Aunque es un camino difícil, vale la pena recordar que las grandes cosas siempre han costado trabajo. Por esta razón, contamos con el Espíritu Santo. Hay que tomarlo en cuenta. Empezar desde ahora.