¿Y no hará Dios justicia a sus escogidos, que claman a El día y noche? ¿Se tardará mucho en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. No obstante, cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra? (Lc 18, 7-8)
Cristo ha prometido justicia, pero tiene claro que el ser humano es débil e incapaz de mantener su fidelidad demasiado tiempo. Se pregunta si “¿hallará fe en la tierra?” cuando vuelva. Nos conoce demasiado bien y sabe que es muy probable que vayamos transformando la Fe que nos legó a través de los Apóstoles. Es consciente de que cuando vuelva puede encontrarnos adorando a otros dioses que hemos creado a medida de nuestras necesidades humanas. Ya le pasó al Pueblo de Israel en el desierto, cuando desesperaron y fundieron una estatua de un Becerro de Oro para adorarlo. Algo así nos pasa ahora mismo, en pleno siglo XXI. Desesperamos, porque vemos que la Iglesia está enferma y los poderes del mundo, han conquistado los espacios sociales donde la Iglesia se sentía cómoda. Los estados nos venden que los pobres, los enfermos, los desesperanzados tienen sus problemas resueltos, porque presta servicios para estas personas. Son servicios que curan el exterior, pero que dejan vacía el alma, porque Dios no está presente en ellos. ¿Cuál es el espacio actual para la Iglesia?
Los pobres de hoy son aquellas personas que están desesperanzadas de tantas promesas políticas e ideológicas. Son las familias rotas por las infidelidades continuadas. Son los jóvenes asqueados por tenerlo todo y sentirse utilizados como cosas. Son los ancianos que ven como se les olvida en cualquier rincón cuando ya no son necesarios. Pero ¿Puede la Iglesia llevar a Cristo a estos pobres cuando ella misma se deja llevar por las consignas del mundo? Pensemos en la Parábola de la viuda que pide justicia al juez injusto (Lc 18, 1-8)
Esta viuda puede ser muy bien la imagen de la Iglesia, que aparece como desolada hasta que venga el Señor, quien ahora cuida de ella misteriosamente. Pero como sigue diciendo: "Y venía a Él diciendo: Hazme justicia", etc., advierte aquí por qué los escogidos de Dios le piden que los vengue. Lo mismo se dice también en el Apocalipsis de San Juan hablando de los mártires (Ap 6), a pesar de que claramente se nos aconseja que oremos por nuestros enemigos y nuestros perseguidores. (San Agustín, De quaest. Evang. 2,45, tomado de la Catena Aurea)
Hay una parte considerable de la Iglesia actual que pide justicia y sólo obtiene desprecio y malas palabras. La Iglesia es, tal como dice San Agustín, como esa Viuda que pide a Dios justicia y espera, esperanzada, que esa justicia llegue en el momento que Dios estime oportuno. ¿Qué justicia reclama? Que sus desvelos, trabajo, fidelidad y donación de sí misma no sea considerada como fariseismo, rigorismo o fundamentalismo. Es una parte de la Iglesia que sufre que los autotitulados “apóstoles de la misericordia”, les tachen de todo menos de bonitos. Lo podemos ver en cientos de reacciones a la presentación de libro “Informe sobre la Esperanza” del Cardenal Muller. En diversos portales y publicaciones diversas, no se para de insultar, menospreciar, mofarse de este cardenal y de quienes deseamos vivir en una Iglesia fiel a la fe apostólica.
Las voces de tantas personas menospreciadas e insultadas, sube al cielo y esperan con paciencia la respuesta de Dios. Tenemos la promesa de justicia y tenemos que esperar llenos de esperanza. Dios oye a quien pide de corazón su ayuda. Son tiempos duros que requieren de paciencia y templanza. Son tiempos en los Dios nos pide que defendamos a la Iglesia con fortaleza y humildad. Este es el gran reto, conservar la fe a las espera de la Segunda Venida de Cristo y orar para que se haga justicia. Todo ello, rogando siempre por aquellas personas que nos hacen daño, porque solo Dios puede tocar su corazón y propiciar la conversión de su alma. Dios lo quiera.