Cuando Cristo habla pocos son los que se quedan a su lado. Recordemos al Joven Rico, que no fue capaz de seguir al Señor porque implicaba renunciar a sí mismo. La Revelación no es algo que nos lleve a sonreír y divertirnos, más bien todo lo contrario. Cuando somos conscientes de lo que Cristo nos pide y de nuestra incapacidad para alcanzarlo, nos sentiremos preocupados. Por eso es curioso que el cristianismo actual se venda como que siempre estamos contentos y con una sonrisa de anuncio de dentífrico.
Y esto sin duda sucedió así para nuestro consuelo, porque alguna vez ocurre que hable un hombre la Verdad y no se entiende lo que dice y por esto los que lo oyen se escandalizan y se marchan, y entonces se arrepiente aquel hombre de haber dicho lo que era Verdad; y dice entre sí: no he debido decir esto de esta manera. Pues así sucedió a nuestro Señor. Habló y se quedó sin muchos. Pero no por esto se turbó, porque desde el principio había conocido a los que no habrían de creer. Pero si esto nos sucede a nosotros, nos disgustamos. Busquemos consuelo en el Señor y hablemos con precaución. (San Agustín, De praedest. sanctor. cap. 9)
Si repasamos la Parábola del Banquete de Bodas, veremos justamente lo que San Agustín nos señala. Se llama al banquete a las personas de más nivel social y estos rechazan la invitación. Se pasa a llamar a todo el que pase por los camino y tampoco son tantos los que llegan al Banquete. Entre los que llegan, hay personas que no están vestidas para el acontecimiento y se les envía fuera por su osadía. La justicia de Dios es tan infinita como su bondad. Ambas, unidas sin fisura, hacen posible lo que nos parece inviable.
Como dice San Agustín: “así sucedió a nuestro Señor. Habló y se quedó sin muchos”. Ya sabemos que es más es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos (Mt 19, 24). Rico de soberbia y vanidad. Rico de sí mismo y de su ideología. Rico, porque se ve por encima de las personas que le rodean. Como sucede en la Parábola del Publicano y el Fariseo, el Fariseo le da gracias a Dios por no ser como los demás. Mientras el Publicano, se da cuenta que sólo con humildad y por la misericordia de Dios, tiene alguna oportunidad de salvación.
¿En quién nos reflejamos nosotros? ¿Publicano o Fariseo?
“…muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?” (Jn 6, 60). El gran reto es escuchar a Cristo y dejar que la Palabra se haga carne en nosotros. El reto es dejar de luchar contra la Voluntad de Dios y aceptar que nada podemos mediante planes y estructuras humanas. Más bien, las estructuras y los planes nos hacen tener una falsa seguridad y confianza en nuestras fuerzas. ¿Cuánto pecado se esconde entre las estructuras eclesiales? Más de lo que podemos imaginar y entender. Dios nos da la oportunidad de reflexionar y arrepentirnos, pero cuando decide que es el momento de renovar lo corrupto, todo lo construido se derrumba a sus pies.
Cae todo lo superfluo para que lo sustancial quede al descubierto.
En este momento y en cada momento de nuestra vida, el Señor nos pregunta: “¿También ustedes quieren irse?" Porque se da cuenta que nuestra debilidad nos hace incapaces de seguirlos y rechazamos la Gracia que nos daría la posibilidad de seguir sus pasos. Pero si abrimos el corazón con humildad, docilidad y sencillez, la Gracia nos permite exclamar lo que Pedro contestó: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna”. Espíritu actúa en nosotros para que, dócilmente, sigamos a Cristo llenos esperanza. Da igual que seamos ocho que ochenta. Da igual quien diga ser un salvador alternativo y nos ponga las cosas más sencillas.
Quien sigue a Cristo, sabe que sólo Él tiene palabras de vida eterna.