Como se ha explicado miles de veces, los sacramentos son caminos privilegiados para que la Gracia de Dios llegue a nosotros y nos transforme. Debemos acceder a ellos con la humildad de quien se sabe indigno y con el arrepentimiento que permite que el Padre nos abrace y acepte de nuevo. Cuando la vida nos golpea y nos arrincona, Dios nos señala el camino de la santidad como senda para superar el mal que otros nos hacen. La santidad conlleva aceptar que Dios desea lo mejor para nosotros, aunque esto conlleve sufrir por la maldad que nos acecha detrás de cada esquina.
¡cuánto más preparado debe estar ahora el cristiano a sufrir cualquier cosa por el bautismo de Cristo, por la eucaristía de Cristo, por la señal de Cristo, si aquellos eran promesas de realidades que tendrían lugar, mientras estos son pruebas de que ya se han cumplido! (San Agustín, Réplica a Fausto, 14)
La Eucaristía no es un acto social que conlleve ser aceptado o rechazado por la comunidad, como algunos nos quieren hacer creer. La Eucaristía propicia el diálogo entre Dios y nosotros, de forma que abramos nuestro corazón a Su Voluntad. La Eucaristía que sólo alimenta al estómago, no es semilla de conversión de nuestro corazón. No produce unidad, sino envidias y distancias entre nosotros. Cuando dejamos atrás la fe socio-cultural que tanto no gusta, entenderemos que la esperanza no se centra en la comunidad, sino en la acción de Dios. El camino no es el que trace el líder del momento, sino la Voluntad de Dios que nos conduce hacia la unidad. Unidad que conlleva negarnos y confiar en el Señor. No es algo que se come para aparecer y aparentar.
La Eucaristía, en consecuencia, es nuestro pan de cada día. Pero si lo recibimos no solo en el estómago, sino también en el espíritu. El fruto que se entiende que él produce es la unidad, a fin de que, integrados en su cuerpo, constituidos miembros suyos, seamos lo que recibimos. (San Agustín. Sermón 57, 7)
La Eucaristía necesita de nuestra predisposición a dejar nuestros deseos y necesidades a un lado. Dios nos llama a tomar el camino de la unidad. Camino que no es precisamente el que parece que hayamos decidido andar actualmente. Tristemente, las rencillas y las discordias pueblan nuestra vida eclesial Los impulsores de otras iglesias posibles, utilizan los medios de comunicación para señalar a quienes son fieles a Cristo como seres malvados, incapaces de compadecerse de quien sufre y preocupados únicamente por las apariencias. Más bien es lo contrario, ellos desean que las apariencias socio-culturales, el buenismo, el relativismo o el nominalismo, prevalezca. La docilidad a la Voluntad de Dios produce unidad, la rebeldía ante Dios nos expulsa del paraiso.
Pues dice el Apóstol: Siendo muchos, somos un único cuerpo, un único pan. Es la manera como él expuso el sacramento de la mesa del Señor: Siendo muchos, somos un único cuerpo, un único pan. En este pan se os encarece cómo debéis amar la unidad. Pues ¿acaso ese pan se ha elaborado de un único grano? ¿No eran muchos los granos de trigo? Pero antes de confluir en el (único) pan, estaban separados. Merced al agua se unieron, después de pasar por cierta trituración. En efecto, si el trigo no pasa por el molino y con el agua se convierte en masa, en ningún modo alcanza esta forma que recibe el nombre de pan. De igual modo, con anterioridad también vosotros erais como molidos con la humillación del ayuno y el rito del exorcismo. (San Agustín. Sermón 227)
San Agustín señala la clave: el sufrimiento necesario para unirnos. Si no nos negamos a nosotros mismos y cargamos con nuestra cruz, no iremos muy lejos detrás de Cristo. Si la premisa es “no sufrir” lo que se nos ofrece es una droga nihilista que termina por alejarnos de Dios. Se trata de ser molidos por la Mano de Dios y reunidos con el Agua del Espíritu.
Recordad a propósito de qué está escrito: Cualquiera que indignamente comiere el pan o bebiere la copa del Señor, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Cuando el Apóstol decía esto, el discurso trataba también de quienes sin discernimiento y negligentemente tomaban como otro alimento cualquiera el cuerpo del Señor. Si, pues, aquí se denuncia a quien no distingue, esto es, no discierne de los demás alimentos el cuerpo del Señor… (San Agustín. Tratado 62)
Quien acepta caminos sencillos para aparentar socialmente, está tomando otro “alimento” que sustituye el verdadero alimento de Vida Eterna. Indudablemente quien lleva a su corazón la mentira y las apariencias, será reo del padre de la mentira. No creo que ninguno de nosotros desee ser cómplice de llevar la mentira a los corazones. El desafío es hablar de forma clara para que nadie se escude en la ignorancia, como el Cardenal Muller ha realizado en esta ocasión. Hablar de forma clara y defender la unidad conlleva estar unido forma coherente y valiente a la iglesia. Esta actitud también deja en evidencia a quienes utilizan al Papa para sus intereses personales, dando lugar a rupturas, separaciones y sufrimiento inútil.