“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: « ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua » (Hechos de los apóstoles 2, 111)”. El Espíritu Santo los preparó –o mejor dicho, cualificó- para llevar el Evangelio a todo el mundo. Sin duda, un requisito era que fueran capaces de hablar desde una perspectiva universal, hoy la llamaríamos, “multicultural”. De ahí la variedad de lenguas. Un hecho que prueba el acontecimiento de Pentecostés es que actualmente la Iglesia Católica se encuentra en los cinco continentes. Dicha expansión tuvo que ver con la primera predicación a cargo de los apóstoles.
Pentecostés, por lo tanto, es una fiesta del calendario litúrgico que se celebra 50 días después de la pascua y conmemora la venida del Espíritu Santo, acontecimiento fundacional de la Iglesia.
¿Por qué necesito de la Iglesia?
Cuando una persona quiere saber de fútbol, lo primero que se le ocurre es ver algún partido. Pues lo mismo en materia de fe. El espacio ideal para profundizar en el tema es la Iglesia, porque en ella se encuentran personas bien formadas para acompañar en un marco de libertad. Las faltas graves de algunos de sus miembros, no son un motivo para generalizar y señalar al resto que, con gran esfuerzo, trabaja por hacer las cosas bien. El que, no obstante las crisis internas y externas por las que ha pasado a lo largo de su historia, siga en pie es una prueba de la acción del Espíritu Santo, porque el mal y las incongruencias, nunca pueden tener la última palabra.
¿Cómo escuchar al Espíritu Santo?
A través de la oración y de los sacramentos. Ahora bien, algo importante es practicar la Lectio divina; es decir, estudiar las Sagradas Escrituras, vinculando el texto con la propia vida y, a su vez, haciéndolo una forma concreta de plática o diálogo con Dios. El silencio también cuenta, pues permite reconocer, de entre todas las voces, la que corresponde a Jesús. Pasar tiempo frente al sagrario, ayuda a profundizar y encauzar la vocación que cada uno tenga. Luego, debe prolongarse la oración a la acción; es decir, en medio de las actividades del día. Lo que el Venerable P. Félix de Jesús Rougier M.Sp.S. (18591938), llamó “atención amorosa hacia Dios”. Decía que, dentro de las ocupaciones, era posible vivir bajo la mirada del Padre. Ese “mirar” no debe entenderse como una clase de vigilancia agresiva, sino como una forma de acompañar que, desde luego, fortalece, anima y lleva a la coherencia, de modo que la fe vaya echando raíces en la forma de ser de cada uno.
Pentecostés, por lo tanto, es una fiesta del calendario litúrgico que se celebra 50 días después de la pascua y conmemora la venida del Espíritu Santo, acontecimiento fundacional de la Iglesia.
¿Por qué necesito de la Iglesia?
Cuando una persona quiere saber de fútbol, lo primero que se le ocurre es ver algún partido. Pues lo mismo en materia de fe. El espacio ideal para profundizar en el tema es la Iglesia, porque en ella se encuentran personas bien formadas para acompañar en un marco de libertad. Las faltas graves de algunos de sus miembros, no son un motivo para generalizar y señalar al resto que, con gran esfuerzo, trabaja por hacer las cosas bien. El que, no obstante las crisis internas y externas por las que ha pasado a lo largo de su historia, siga en pie es una prueba de la acción del Espíritu Santo, porque el mal y las incongruencias, nunca pueden tener la última palabra.
¿Cómo escuchar al Espíritu Santo?
A través de la oración y de los sacramentos. Ahora bien, algo importante es practicar la Lectio divina; es decir, estudiar las Sagradas Escrituras, vinculando el texto con la propia vida y, a su vez, haciéndolo una forma concreta de plática o diálogo con Dios. El silencio también cuenta, pues permite reconocer, de entre todas las voces, la que corresponde a Jesús. Pasar tiempo frente al sagrario, ayuda a profundizar y encauzar la vocación que cada uno tenga. Luego, debe prolongarse la oración a la acción; es decir, en medio de las actividades del día. Lo que el Venerable P. Félix de Jesús Rougier M.Sp.S. (18591938), llamó “atención amorosa hacia Dios”. Decía que, dentro de las ocupaciones, era posible vivir bajo la mirada del Padre. Ese “mirar” no debe entenderse como una clase de vigilancia agresiva, sino como una forma de acompañar que, desde luego, fortalece, anima y lleva a la coherencia, de modo que la fe vaya echando raíces en la forma de ser de cada uno.