Las moradas cuartas
 

 

En las cuartas moradas Teresa nos invita a revivir la fuerza de la vida bautismal, y nos hace conocer algunos «gustos» que da Dios solo a quien quiere. Nos cuenta también de algo que suele hacer previamente y cómo se las ingenia para hacer volver a «la gente» al castillo interior.



 

 

Un mar profundo

«Soy tan amiga de este elemento dice Teresa refiriéndose al agua—, que le he mirado con más advertencia que otras cosas». Y sin duda que debió de ser así, porque ella quiso concebir la vida espiritual en relación al agua, tanto en su libro Vida, como aquí en Las moradas. Es cierto que ese elemento forma parte fundamental de la cultura bíblica y cristiana, y representa, en efecto, la vida de Dios, el Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones en el bautismo palabra que significa sumergirse. «Hemos sido bautizados en Cristo Jesús», según la genial expresión de san Pablo: hemos sido sumergidos en la vida del Señor. También Catalina de Siena, otra doctora de la Iglesia, se representó su vida espiritual en la gran imagen de las aguas bautismales, y nos dejó este pequeño poema en prosa:


«
Tú, Trinidad eterna, eres un mar profundo, donde cuanto más me sumerjo más encuentro, y cuanto más encuentro más te busco. Eres insaciable, pues saciándose el alma en tu abismo, no se sacia, porque siempre queda hambre de Ti, Trinidad eterna, deseándote ver con Luz, en tu Luz. […] ¡Oh! ¿Cuánto tiempo estará escondida tu cara a mis ojos? […] ¡Oh, abismo, oh Dios eterno, oh Mar profundo! ¿Qué más podías darme que darte a Ti mismo?»

Así, según Teresa de Jesús, podemos imaginar el agua espiritual que nos viene llegando desde tierras lejanas, trabajosamente y con algo de ruido, a través de «muchos arcaduces y artificios» que la conducen. Este es el modo en que llega el agua en las tres primeras moradas. El modo en que de ordinario llega al común de los creyentes. El agua, que siempre viene de Dios, requiere también del esfuerzo y la perseverancia, y del tiempo, la espera… Uno siente que lo que hace incide en los frutos.

Cosas de mucho secreto

Pero hay otro surtidor muy distinto del anterior, pues el agua no debe recorrer ya grandes distancias, sino que brota allí «en su mismo nacimiento», y «su nacimiento es del corazón»… Pero no, pero no… se corrige Teresa, esa fuente proviene «de otra parte aún más interior», de un lugar muy profundo… «Pienso que debe ser el centro del alma»… Allí, en el «centro y mitad» del castillo de muy claro cristal, recordemos, se halla «la más principal» de las moradas, la séptima, «adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma».

Y ciertamente las experiencias que deparan a quienes accedan a las cuartas moradas son cosas de mucho secreto, en el sentido que permanecen ocultas para mí, al menos hasta el presente, y supongo que para muchos de ustedes lectores, también. Por eso la gran Teresa se encomienda al Espíritu Santo, pues «comienzan a ser cosas sobrenaturales y es dificultosísimo de dar a entender, si su Majestad no lo hace», pues «es grande su hermosura» y «las cosas tan delicadas que ver y entender». No es fácil «dar traza» ni poner palabras elocuentes y expresivas que procuren «no quede bien oscuro para los que no tienen experiencia».

«El que tenga sed, venga a mí, y beba el que cree en mí», dice Jesús según el evangelio de Juan Según parece, la frase fue pronunciada en medio de la fiesta de las Tiendas, en que una multitud peregrinaba a Jerusalén, y que recordaba cómo Dios hizo brotar agua de la roca en medio del desierto. Por eso, cada mañana de la semana que duraba la fiesta, mientras se cantaban salmos pascuales al son de la flauta, se traía en procesión agua desde la piscina de Siloé, se atravesaba la Puerta del Agua, y los sacerdotes la derramaban, junto con vino, sobre el altar del Templo. Ahora entonces, Jesús se presenta a sí mismo como el manantial viviente. Pero agrega enseguida: «Como dice la Escritura: “De su seno brotarán manantiales de agua viva”. Él se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él» (Jn 7, 37-38). Aquellos que recibieran el Espíritu de Cristo… verían manar el manantial en sus propias vidas.  

«Pues me colmas de alegría»: «los gustos de Dios»

Escuchar a Teresa es continuar con las palabras de Jesús. Sí, los cristianos creemos en esta vida nueva, bautismal, pero uno no deja de asombrarse al escuchar a Teresa, que parece seguir la conversación de Jesús sobre el agua, y nos va contando qué es lo que sucede entonces. Cuando se «comienza a producir aquella agua celestial de este manantial que digo de lo profundo de nosotros, parece que se va dilatando y ensanchando todo nuestro interior y produciendo unos bienes que no se pueden decir, ni aun el alma sabe entender qué es lo que se le da allí».

Como en otros momentos, Teresa de Ávila encuentra en la Escritura las palabras que sintetizan la vivencia espiritual que quiere describir. Ella reza cada mañana, durante la hora prima, el salmo 118, y dice las palabras «dilatasti cor meum», dilataste mi corazón (v. 32)… Santa Teresa de Jesús llama a esta experiencia «oración de quietud», o «los gustos de Dios», que consisten, precisamente, en un regalo sobrenatural que produce una «grandísima paz y quietud y suavidad de lo muy interior de nosotros mismos, yo no sé hacia dónde ni cómo». Esta agua, «que comienza de Dios y acaba en nosotros» se va «revertiendo» por todas las moradas… «La voluntad bien me parece que debe estar unida en alguna manera con la de Dios», es decir, lo que Dios quiere es también nuestro deseo, y uno quisiera «dejarse a sí en los brazos del amor», y todo lo que somos, con nuestra voluntad, nuestra razón, nuestra conciencia (lo que Teresa llama «las potencias») están como «embebidas y mirando, como espantadas, qué es aquello». A la sensación general de «suavidad y ensanchamiento interior», de la alegría y el ánimo que dilatan las ganas de vivir, en esta oración Dios hace que crezca mucho la confianza en él, «y le parece que todo lo podrá en Dios», y «queda también una gran voluntad de hacer algo por Dios», y se pierden los miedos, y las virtudes quedan fortalecidas, y está más viva la fe, y las gustos que da el mundo parecen «basura» así lo expresó san Pablo, también comparados con los gustos de Dios.

Sólo a quien Dios quiere

Estos frutos señalan la autenticidad de esta experiencia mística o contemplativa. No se trata de sentir cosas, de complacerse en la vivencia. Para «subir a las moradas que deseamos» la cosa está en el amar mucho, «y así lo que más os despertare a amar, eso haced». «Quizá no sabemos qué es amar, y no me espantaré mucho», pero, aclara, «no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios»

Es cierto que aquel a quien el Señor le ha regalado esta oración desea volver a vivirla, pero santa Teresa de Jesús subraya que «sólo se da a quien Dios quiere y cuando más descuidada está muchas veces el alma», y que no se puede obtener por esfuerzo alguno, que no se puede alcanzar «por nuestros servicios miserables», que lo que importa es seguir al Crucificado, y no el estar a la espera de recibir favores o gustos. Lo primero es «no pensar que merecéis estas mercedes y gustos del Señor, ni los habéis de tener en vuestra vida». El Señor «sabe mejor que nosotros lo que nos conviene». Teresa recuerda a muchos que no solo no han tenido estos gustos, sino que piden al Señor «no se los dé en esta vida.»

¿Quiénes entran en estas moradas? Sabemos que «da el Señor cuando quiere y como quiere y a quien quiere», así que no puede establecerse una regla segura, pero lo común es que quienes llegan aquí han de haber estado en la que acabamos de decir [o sea, las moradas terceras] mucho tiempo». 

Cómo hacer volver a la gente

Hemos visto cómo Teresa habla en ocasiones, con mucho sentido del humor, de «la gente» que va y viene por palacio, para referirse, en realidad, a una persona singular. ¿Y quién no tiene esta sensación de ser uno y muchos al mismo tiempo? Es la constatación de que no estamos en total paz y unidad, y nos reconocemos desconcertantes respecto de nosotros mismos, incluso. ¿Soy este o soy aquel o ese otro? Con esta imagen de la gente, con la que Teresa alude a los sentidos y «las potencias», quiere significar también que uno desea algo, piensa en otra cosa, hace una tercera, imagina una cuarta, y no conoce ninguna… Estamos como divididos, y la guerra es interior, había dicho. Es un modo de evocar también el pecado. El problema, para ella, es que la gente está acostumbrada a andar fuera del castillo: «se han ido fuera y andan con gente extraña enemiga del bien de este castillo, días y años». Habiendo conocido al Señor, quieren volver, pero les resulta «recia cosa».

Entonces, puede suceder algo, algo que el Señor suele dar antes de la oración de quietud, antes de regalar los gustos con que ensancha el corazón: «Visto ya el gran Rey» su buena voluntad, queriéndolos «tornar a él, y, como buen pastor, con un silbo tan suave que aun casi ellos mismos no lo entienden, hace que conozcan su voz y que no anden tan perdidos, sino que se tornen a su morada. Y tiene tanta fuerza este silbo del pastor que desamparan las cosas exteriores  en que estaban enajenados y métense en el castillo». Esto sucede en un santiamén: «antes que se comience a pensar en Dios ya esta gente está en el castillo, que no sé por dónde ni cómo oyó el silbo de su pastor; que no fue por los oídos, que no se oye nada, más siéntese notablemente un encogimiento suave a lo interior, como verá quien pasa por ello». Es la oración de recogimiento.