La oratoria, en casi todos los casos, puede dividirse en tres momentos claves para no perderse en un “mar” de información o demasiado rollo: introducción, desarrollo y conclusión. La palabra, dentro del contexto de la Iglesia, es del todo necesaria. Desde las homilías hasta las pláticas informales. ¿Y el ejemplo? Sin duda, es lo primero, pero después hay que saber cómo comunicarse de forma inteligente y asertiva. “Oiga, ¿el Génesis niega la evolución?… Verás, lo importante es que Dios nos quiere, lo demás, pues hay que dejarlo para otro momento, porque mira, una cosa te lleva a la otra, pero el misterio es el misterio…”. ¿Cómo suena? Habló, dijo, pero nadie entendió. Qué diferencia cuando, en vez de eso, se escucha… “Por supuesto, el Génesis habla de la evolución de las cosas creadas, pero para que algo evolucione tiene que tener una causa primera y esa causa, como diría Tomás de Aquino, es Dios”. Sigue siendo una pregunta compleja, pero la segunda respuesta es más clara porque va al meollo del asunto. Claro que para saber contestar, hay que estudiar y es que el estudio, siguiendo el ejemplo de Sto. Domingo de Guzmán, nos lleva a descubrir la huella de Dios en la historia. Improvisar al dar una catequesis es una falta de responsabilidad, porque en la preparación es posible trabajar la empatía y conocer mejor el contexto de las personas que nos escucharán. Luego, ¿por qué comulgan una vez y hasta ahí? Sin duda, el problema no es el catecismo, sino el hecho de no haber sido explicado de forma que incidiera en la vida.
Ahora bien, hay un error muy frecuente al constatar que el nivel de comunicación resulta deficiente y es el de, so pretexto de buscar la cercanía, emplear un lenguaje vulgar, hasta grosero. No y mil veces no. Una cosa es hablar de forma comprensible, llena de buen humor y otra, totalmente distinta, es reducir el misterio de la fe a una broma de mal gusto. Decir cosas fuertes, claras, es necesario para la toma de conciencia, pero el modo, la forma, debe ser cuidada, marcada por una buena combinación entre claridad y diplomacia. De ahí la importancia de la asertividad.
Otro elemento a considerar es saber relacionar la fe con los hechos de la vida cotidiana. Si, por ejemplo, estamos dando una conferencia en el campo, ¿pondremos casos en los que el centro del tema sea el tráfico de los distribuidores viales? O, viceversa, estando en la ciudad, ¿hablaremos de los horarios del arroyo que alimenta las grandes extensiones de tierra? Ambos contextos son importantes, dignos e interrelacionados, pero al ejemplificar hay que tomar nota del entorno. Uno de los graves problemas que tenemos es emplear anécdotas que no ilustran, ni mucho menos llegan.
Luego está el problema de ser monotemáticos. De hecho, la propia Sta. Teresa de Ávila, decía que debíamos evitar concentrarnos en una sola reflexión, aun tratándose de un misterio cristiano, pues decía que había que mirar el conjunto. Cuando alguna de las monjas se clavaba en un solo punto o tema, de inmediato recomendaba la “recreación”. Al cuidar la relación con Dios, siempre tenemos algo nuevo que contar. Ciertamente, hay temas que se repiten, pues los dogmas son básicos, pero los ejemplos pueden ser actualizados.
Claridad en la introducción, desarrollo y conclusión, nos llevará a comunicar mejor la fe y evitar que el público se duerma. Además de cuidar la relación calidad-tiempo. Es mejor emplear 30 minutos que dejen motivados y comprometidos a los oyentes que dos horas de redundancia. El cardenal Ratzinger, ahora papa emérito, platicaba con su hermana antes de dar un tema, para confrontar si era claro en los planteamientos. Quería ser claro y, sobre todo, considerar opiniones. Seamos concretos, pues el mensajero influye en la buena o mala recepción del mensaje.
Ahora bien, hay un error muy frecuente al constatar que el nivel de comunicación resulta deficiente y es el de, so pretexto de buscar la cercanía, emplear un lenguaje vulgar, hasta grosero. No y mil veces no. Una cosa es hablar de forma comprensible, llena de buen humor y otra, totalmente distinta, es reducir el misterio de la fe a una broma de mal gusto. Decir cosas fuertes, claras, es necesario para la toma de conciencia, pero el modo, la forma, debe ser cuidada, marcada por una buena combinación entre claridad y diplomacia. De ahí la importancia de la asertividad.
Otro elemento a considerar es saber relacionar la fe con los hechos de la vida cotidiana. Si, por ejemplo, estamos dando una conferencia en el campo, ¿pondremos casos en los que el centro del tema sea el tráfico de los distribuidores viales? O, viceversa, estando en la ciudad, ¿hablaremos de los horarios del arroyo que alimenta las grandes extensiones de tierra? Ambos contextos son importantes, dignos e interrelacionados, pero al ejemplificar hay que tomar nota del entorno. Uno de los graves problemas que tenemos es emplear anécdotas que no ilustran, ni mucho menos llegan.
Luego está el problema de ser monotemáticos. De hecho, la propia Sta. Teresa de Ávila, decía que debíamos evitar concentrarnos en una sola reflexión, aun tratándose de un misterio cristiano, pues decía que había que mirar el conjunto. Cuando alguna de las monjas se clavaba en un solo punto o tema, de inmediato recomendaba la “recreación”. Al cuidar la relación con Dios, siempre tenemos algo nuevo que contar. Ciertamente, hay temas que se repiten, pues los dogmas son básicos, pero los ejemplos pueden ser actualizados.
Claridad en la introducción, desarrollo y conclusión, nos llevará a comunicar mejor la fe y evitar que el público se duerma. Además de cuidar la relación calidad-tiempo. Es mejor emplear 30 minutos que dejen motivados y comprometidos a los oyentes que dos horas de redundancia. El cardenal Ratzinger, ahora papa emérito, platicaba con su hermana antes de dar un tema, para confrontar si era claro en los planteamientos. Quería ser claro y, sobre todo, considerar opiniones. Seamos concretos, pues el mensajero influye en la buena o mala recepción del mensaje.