Añade: “Conozco a mis ovejas, es decir, las amo, y ellas me conocen a mi.” Es como si dijese con toda claridad: «Los que me aman me obedecen.» Pues el que no ama la Verdad es que todavía no la conoce. Ved, hermanos, si sois verdaderamente ovejas suyas, ved si de verdad lo conocéis, ved si percibís la Luz de la Verdad. Me refiero a la percepción no por la fe, sino por el amor y por las obras. Pues el mismo evangelista Juan, de quien son estas palabras, afirma también: Quien dice: «Yo conozco a Dios», y no guarda sus mandamientos, miente. (1 Jn 2,4) Por esto el Señor añade, en este mismo texto: Como el Padre me conoce a mí, yo conozco al Padre y doy mi vida por mis ovejas, lo que equivale a decir: «En esto consiste mi conocimiento del Padre y el conocimiento que el Padre tiene de mí, en que doy mi vida por mis ovejas; esto es, el amor que me hace morir por mis ovejas demuestra hasta qué punto amo al Padre». (San Gregorio Magno. Homilía 14 sobre el evangelio; 3-6)
Ya nadie defiende la existencia de la Verdad, ni el Camino, ni la Vida. La Verdad se suplanta por las realidades personales. El Camino, por la opcionalidad que se disfraza de libertad, haciéndonos más ignorantes e incapaces de comprometernos. No damos valor a la Vida, porque nos parece que toda vida es, hasta cierto punto, un mal para el planeta. ¿Hacia dónde vamos? Es fácil contestar, vamos hacia el agnosticismo y la esclavitud cultural y social. La sociedad nos va convenciendo que nada de lo que tenemos merece la pena ni tiene sentido. Nos quiere dóciles a sus deseos y planes, ya que como cristianos podríamos plantar cara a estos planes sociales.
Cristo dio su vida por nosotros, mostrándonos que la vida tiene un valor incalculable. Hoy en día se desprecia la obediencia, porque se dice que obedecer es actuar como autómatas esclavizados. Sin duda la obediencia ciega es un terrible mal del que tenemos que huir. San Gregorio Magno nos señala la obediencia como evidencia del amor. Obediencia que no es ciega ni sorda, sino que nos llena de sentido. Obediencia que parte de los dones del Espíritu Santo, para que podamos obedecer con sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Obedecer necesita de la Gracia de Dios porque no es sencillo entender la Voluntad de Dios y obrar con prudencia. La Gracia no es un “poder mágico” que nos hipnotiza y esclaviza. Es una caricia de Dios que nos llena de los dones del Espíritu, para que actuemos libremente como Dios desea para nuestro bien.
Dice San Gregorio: “si sois verdaderamente ovejas suyas, ved si de verdad lo conocéis, ved si percibís la Luz de la Verdad”. ¿Vemos la Luz? ¿Entendemos la Voluntad del Señor? Si actuamos sólo por aparentar y ser bien vistos, estamos perdiendo el tiempo. Además San Gregorio nos indica que se refiere a “la percepción no por la fe, sino por el amor y por las obras”, es decir, la capacidad de actuar y sentir, más allá de una disciplina vacía y mentirosa. En una sociedad llena de apariencias y medias verdades, la Verdad debería resplandecer y admirarnos. Por desgracia, la Verdad ha sido expulsada de nuestra sociedad como si su existencia fuese un mal imposible de soportar. Por eso es tan importante el testimonio de la Verdad que cada uno de nosotros puede y debe dar. El testimonio de Cristo, que se hace vida palpitante en cada acción y palabra de nuestra vida.