Cuando estamos en condiciones (estado de gracia) de comulgar, hay que hacerlo, pues forma parte fundamental de nuestra vida espiritual. En ese momento, se da un nuevo sentido de unidad entre Dios y cada uno, para prolongarlo en medio de las actividades cotidianas; sin embargo, ¿qué pasa cuando por alguna situación no es posible recibir la comunión? El magisterio de la Iglesia, elemento clave para poder interpretar adecuadamente la exhortación apostólica “Amoris laetitia” (2016), lejos de excluir, presenta una opción que vale la pena subrayar: el testimonio de los que no pueden comulgar. Es decir, sabiendo lo que significa la presencia real del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, se quedan en paz consigo mismos, al preferir dejar de recibirlo antes que priorizar o relativizar su situación personal que, ciertamente, debe ser atendida y acompañada por un sacerdote desde la línea de acción pastoral marcada y enriquecida por las reflexiones del papa Francisco; especialmente, sobre la cuestión de los divorciados vueltos a casar. No deja de ser valioso que alguien haga de su caso un camino de acercamiento a través del deseo (comunión espiritual) de comulgar y del profundo respeto que siente ante el misterio de Dios que se hace presente para todos. Muchas veces, no hay un impedimento para recibirlo y, sin embargo, existe poca consciencia de lo que implica. De ahí el testimonio de los que aceptan prescindir de la comunión por encontrarse todavía en una situación compleja, con tal de motivar a los que, pudiendo recibirla, no lo hacen o, en su caso, han caído en la rutina.
Todos ellos, revindican el valor de la Eucaristía, pues son coherentes. En sí, puede ser un acto de ofrecimiento, pero ¿ofrecer qué? La dificultad de estar en proceso y de no acceder a la comunión. Con esto, dan un testimonio que, al final de cuentas, ayuda a todos, porque genera la paz de estar avanzando, de tomar nota, de decirle a Dios: “aquí estoy, no pongo condiciones, porque quiero dejarme hacer por ti”. Nunca será fácil, pero vale la pena explorar dicha vía. El discernimiento, bien entendido, ayuda a que las personas puedan ir ubicando la manera de estar y, por supuesto, de participar en la vida de la Iglesia. Mantener su testimonio en medio de aportes concretos.
Ahora bien, ¿cómo conseguir que se comprenda el papel del testimonio de no poder comulgar? Mediante una sólida formación espiritual, porque de otra manera es difícil abrirse a la posibilidad de hacer camino a partir de aquí. Una persona que ha estudiado y, poco a poco, asimilado la fe, sabrá que aun en medio de las dificultades morales, el solo hecho de acercarse es un avance concreto que lleva a Dios y, con el tiempo, a nuevos horizontes. Dicho de otra manera, el no comulgar, cuando hay un impedimento, logra más que hacerlo. ¿El fruto? Avanzar e impulsar el sentido de la Eucaristía. Es un acto en el que se necesita valentía y claridad, pero es importante mantenerse. Dios sabrá hacerse presente y la Iglesia acompañará.
Todos ellos, revindican el valor de la Eucaristía, pues son coherentes. En sí, puede ser un acto de ofrecimiento, pero ¿ofrecer qué? La dificultad de estar en proceso y de no acceder a la comunión. Con esto, dan un testimonio que, al final de cuentas, ayuda a todos, porque genera la paz de estar avanzando, de tomar nota, de decirle a Dios: “aquí estoy, no pongo condiciones, porque quiero dejarme hacer por ti”. Nunca será fácil, pero vale la pena explorar dicha vía. El discernimiento, bien entendido, ayuda a que las personas puedan ir ubicando la manera de estar y, por supuesto, de participar en la vida de la Iglesia. Mantener su testimonio en medio de aportes concretos.
Ahora bien, ¿cómo conseguir que se comprenda el papel del testimonio de no poder comulgar? Mediante una sólida formación espiritual, porque de otra manera es difícil abrirse a la posibilidad de hacer camino a partir de aquí. Una persona que ha estudiado y, poco a poco, asimilado la fe, sabrá que aun en medio de las dificultades morales, el solo hecho de acercarse es un avance concreto que lleva a Dios y, con el tiempo, a nuevos horizontes. Dicho de otra manera, el no comulgar, cuando hay un impedimento, logra más que hacerlo. ¿El fruto? Avanzar e impulsar el sentido de la Eucaristía. Es un acto en el que se necesita valentía y claridad, pero es importante mantenerse. Dios sabrá hacerse presente y la Iglesia acompañará.