Como suele suceder, la muerte de alguien que ha sido verdaderamente grande sirve para apreciar aún más sus valores. Así ha pasado con la Madre Angélica. No era una mujer cualquiera, ni una simple monja de clausura. Ni tampoco era la fundadora de la primera cadena de televisión católica mundial. Era una mujer, era una monja y era una fundadora -también fundó un monasterio de clarisas y una congregación franciscana masculina- porque era, antes que todo eso, otra cosa. Era una persona profundamente enamorada de Dios. Quizá este aspecto, el de la intimidad de su alma, sea el que pueda quedar oculto ante la grandeza de las cosas que hizo y por eso me parece más importante destacarlo. Como escribió Saint-Exupery, “lo esencial es invisible a los ojos”, pero eso “esencial” es lo que explica lo que los ojos ven, del mismo modo que las invisibles raíces son las que permiten que existan los ricos frutos de los árboles.
Tuve ocasión de conocer personalmente a la Madre Angélica en los primeros tiempos de mi colaboración con EWTN, la cadena de televisión que ella fundó. Ella me abrió las puertas de ese hogar suyo que era el mundo entero, al cual llegaban las ondas de su emisora. Allí, en ese hogar sin paredes, me encontré, me encontraron, muchos de los que después se convertirían en amigos y en compañeros de esta aventura de fundar una obra de Dios dedicada a amar y hacer amar al Amor. La Madre Angélica, lo mismo que hizo con otros, me permitió ofrecer la espiritualidad del agradecimiento a través de su canal y el resultado es, en buena medida, consecuencia de eso. La presencia de los Franciscanos de María en 38 países y con 700 comunidades o escuelas de agradecimiento no hubiera sido posible, probablemente, si no hubiera existido este instrumento que la Madre Angélica puso a mi disposición. Repito, no he sido el único en beneficiarse de su catolicidad, de su apertura a todo lo que era de Dios, pero al menos en mi caso el fruto ha sido muy abundante y es de justicia hacerlo constar y agradecerlo.
Pero no sólo percibí en la Madre Angélica un gran amor a la Iglesia, sino también y ante todo una gran confianza en Dios. No fue una “manager” que hizo cálculos mercantiles y puso en marcha una obra de éxito donde otros habían fracasado porque tuviera más medios, más inteligencia o más contactos humanos. Fue una creyente que confiaba en Dios y echaba para adelante, incluso cuando parecía que el camino se había terminado y sólo existía el abismo. Ella misma cuenta una experiencia muy significativa de los primeros momentos de la fundación de EWTN. Había comprado el equipo que necesitaba para poner en marcha la emisora y se había endeudado al máximo; los donativos habían llegado pero no eran suficientes y el plazo para pagar se agotaba. Pasando por uno de los pasillos de la emisora oyó un teléfono y se dio cuenta de que nadie contestaba; aunque tenía prisa, se detuvo y respondió a la llamada; al otro lado del teléfono había un hombre que quería hablar con ella; cuando se identificó, le contó su historia. Se trataba de un millonario que, como tantos, estaba hastiado de la vida y había decidido suicidarse, amargado por los remordimientos y por el vacío que sentía; alguien le había dado un pequeño folleto con unos pensamientos de la Madre Angélica y justo antes de quitarse la vida empezó a leer esas sencillas páginas; entonces ocurrió el milagro y aquel hombre entrevió otro tipo de vida y descubrió que esa vida, en la que él no era el centro de todo, no sólo tenía sentido sino que merecía la pena. Renunció al suicidio y se puso a buscar a la autora del folleto que le había salvado para darle las gracias. Cuando la encontró, a través de aquella llamada telefónica, contestada por casualidad en un pasillo vacío, le dijo que qué podía hacer para agradecerle lo que había hecho por él. La Madre le respondió: mi emisora está a punto de cerrar porque tengo una deuda por valor de tanto dinero y él, inmediatamente, le envió lo que necesitaba.
La Madre Angélica fue alguien que amó a Dios y que creyó en Dios. Cuando otros, incluso de la Iglesia, pensaron que había que hacer medios de comunicación católicos que influyeran en la política, ella apostó por unos medios que expusieran abiertamente el mensaje cristiano sin ambigüedades, incluida la defensa de la vida. Cuando todos le decían que eso no podría sobrevivir, ella confió en la Divina Providencia y siguió adelante. Amó y creyó. Por eso triunfó. Un primer triunfo fue el canal que puso en marcha, pero el más importante es el segundo, el que posiblemente ya ha obtenido: ser admitida con los ángeles, con los santos, con la Virgen, en el cielo.