Se Presentó, pues, Jesús y no esperó a que Tomás preguntase, sino que para hacerle ver que cuando hablaba a sus condiscípulos le estaba oyendo, usa de sus mismas palabras, y en primer lugar lo reprende y lo corrige. Así sigue: "Después dice a Tomás: Mete aquí tu dedo y toca mis manos y alarga la tuya, e introdúcela en mi costado". Luego le instruye, diciendo: "No quieras ser incrédulo, sino fiel". Ved aquí la duda de la incredulidad antes de que recibieran el Espíritu Santo, pero no después, que permanecieron firmes. Digno es de averiguarse por qué el cuerpo incorruptible conservaba las llagas de los clavos, pero no te admires, pues era por condescendencia, para demostrarles que era el mismo que había sido crucificado. (San Juan Crisóstomo, Homilía 86 sobre San Juan)
Cristo le dice a Santo Tomás que no sea incrédulo, sino fiel. ¿Fiel a qué? Fiel a las promesas del mismo Cristo. Cuando uno pierde la esperanza, deja de ser digno de las promesas y deja de encontrar en ellas la columna que sostiene nuestra fe. San Juan Crisóstomo indica una de las razones que existen para que el cuerpo de Cristo conservara las cicatrices: desarmar cualquier duda que pueda tener quien se acerque a Él. El testimonio de la Verdad se hace desde lo que somos y desde las señales de lo que hemos vivido. Quien muestra a los demás que es tan humano como ellos, es creído con más facilidad que quien se presenta como alguien superior.
De todas formas, Cristo no se mostró duro con Santo Tomás. Era consciente de su estado de shock por eso mismo no dudó en darle las pruebas necesarias para que no dudara más. Santo Tomás respondió a ese acto con un acto de fe de gran valor “Señor mío y Dios mío”.
Palpó y exclamó: « ¡Señor mío y Dios mío! » Jesús le dijo: « ¿Porque me has visto has creído? » Como sea, el apóstol Pablo dice: La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve, es evidente que la fe es la plena convicción de aquellas realidades que no podemos ver, porque las que vemos ya no son objeto de fe, sino de conocimiento. Por consiguiente, si Tomás vio y palpó, ¿cómo es que le dice el Señor: Porque me has visto creído? Pero es que lo que creyó superaba a lo que vio. En efecto, un hombre mortal no puede ver la divinidad. Por esto, lo que él vio fue la humanidad de Jesús, pero confesó su divinidad al decir: ¡Señor mío y Dios mío! Él, pues, creyó, con todo y que vio, ya que, teniendo ante sus ojos a un hombre verdadero, lo proclamó Dios, cosa que escapaba a su mirada. Y es para nosotros motivo de alegría lo que sigue a continuación: Dichosos los que crean sin haber visto. En esta sentencia el Señor nos designa especialmente a nosotros, que lo guardamos en nuestra mente sin haberlo visto corporalmente. Nos designa a nosotros, con tal de que las obras acompañen nuestra fe, porque el que cree de verdad es el que obra según su fe. Por el contrario, respecto de aquellos que creen sólo de palabra, dice Pablo: Hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus acciones lo desmienten. Y Santiago dice: La fe sin obras es un cadáver. (San Gregorio Magno. Homilía 26, 7-9)