Las lecturas de la Misa de este domingo nos hablan de la sabiduría divina, que hemos de estimar más que cualquier otro bien. En la Primera lectura leemos la petición de Salomón: “Supliqué y se me concedió un espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y en su comparación tuve en nada la riqueza”. Nada vale en comparación con el conocimiento de Dios.
El Verbo de Dios encarnado, Jesucristo, es la Sabiduría infinita, escondida en el seno del Padre desde la eternidad y accesible ahora a los hombres. Por eso nos equivocamos radicalmente cuando ponemos cualquier cosa por delante de Cristo; o la elegimos en lugar de Él mismo.
En el Evangelio, San Marcos nos relata la ocasión perdida de un joven que prefirió seguir apegado a sus bienes cuando Cristo mismo le invitó a seguirle. Jesús, fijando en él su mirada, le amó con un amor de predilección y le puso una condición para que pudiera convertirse en uno de sus discípulos: dejar a un lado todo lo que poseía. Las muchas riquezas se convirtieron en obstáculo para aceptar la llamada de Jesús.
A aquel joven le faltó la actitud fundamental del cristiano que es mirar a Cristo, dejarse mirar por Él y corresponder con amor. Esta es la actitud contemplativa de un discípulo de Jesucristo, que debe empapar todo su actuar cristiano. Y en esta actitud contemplativa del cristiano, María es la mejor maestra: Ella nos enseña y nos alcanza de Dios las actitudes más hondas de su corazón de madre.
En este mes de octubre, dedicado especialmente al rosario podemos considerar cómo esta oración nos ayuda a poner los ojos en Jesucristo:
Que no se repita entre nosotros la historia del joven rico, que nunca dejemos de seguir a Cristo que nos mira y a quien contemplamos en el rezo del Rosario.