La Pascua nos pone ante el hecho determinante de la resurrección de Jesucristo: o bien Cristo ha resucitado, y entonces ya nada es lo mismo, o no lo ha hecho, y entonces la fe de los cristianos no vale nada. La cuestión es probablemente la más importante que nos podamos plantear.
Durante la vigilia de Pascua en la catedral de Barcelona, monseñor Omella abordó la cuestión: ¿cómo podemos saber que Jesús ha resucitado realmente? Su respuesta fue la misma que la que muchos primeros cristianos dieron: miradnos, Él está vivo y continúa haciendo prodigios a través de nosotros, pobres pecadores. ¿Cómo explicar, decía monseñor Omella, el sacrificio de unos padres con un hijo discapacitado, la entrega de unas religiosas, la vida de los misioneros…?
Es verdad. Quizás damos por sentado que muchos comportamientos que nos parecen normales son en realidad fruto de siglos de fe cristiana (por ejemplo, el cuidado por los discapacitados no ha sido precisamente lo habitual).
Pero claro, es posible que alguien argumente que es todo una sugestión colectiva. ¿Hay algo más, hay alguna otra evidencia de que Jesús ha resucitado?
Evidentemente, si están pensando en la prueba irrefutable y universal, tumbativa, yo no dispongo de ella: Dios no ha querido actuar de este modo de manera general (en algunos casos particulares, como en el de las apariciones, sí se ha mostrado de modo que es imposible negar que Jesús está vivo). No obstante, pensaba, hay argumentos para hacer francamente verosímil la resurrección de Jesucristo.
A mí siempre me ha llamado la atención que los apóstoles y los primeros discípulos estuvieran dispuestos a dar la vida por Cristo. Su cuerpo había desaparecido y, o bien Jesús resucitó, o bien su cuerpo fue robado por sus discípulos, disyuntiva que plantea bien la reciente película Resucitado. Podríamos creer que sus discípulos utilizasen en beneficio propio el robo del cuerpo de Jesús, aprovechándose de los crédulos primeros cristianos, pero es inconcebible que estuvieran dispuestos a morir, en medio de crueles tormentos, por algo que ellos sabían que era una superchería. El testimonio de vida de los apóstoles, pues, siempre me ha parecido una evidencia bastante seria en favor de la veracidad de la otra única opción posible, la de la resurrección.
Antes hablaba del milagro que es la vida de tantos cristianos, pero también, desde los primeros años de la Iglesia hasta hoy en día, se han dado milagros en el sentido más estricto (un hecho que quiebra las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino). Milagros que leemos en los Hechos de los Apóstoles y que han seguido, ininterrumpidamente, hasta nuestros días. Milagros, como las curaciones que se producen en Lourdes y que no se pueden explicar por causas naturales, que han provocado la conversión de ateos como el premio Nobel de Medicina Alexis Carrel. Aún más, basta estudiar las actas de la comisión médica de la Congregación para la causa de los santos para comprobar que los milagros no son cosa del pasado.
Esos milagros son coherentes con la existencia de Dios: aquí estamos, de nuevo, ante una crucial disyuntiva. O bien Dios no existe y el orden natural es un sistema cerrado que solo puede funcionar de acuerdo a sus propias leyes y en consecuencia, los milagros son imposibles, o bien Dios existe y, en consecuencia, existe una fuerza externa y superior al orden natural, que tiene capacidad para alterarlo, y precisamente a eso lo llamamos milagros. Anthony Flew, uno de los más importantes filósofos del ateísmo del siglo XX, estudiando la física de Einstein y la biología, especialmente el ADN, llegó a la certeza racional de la existencia de Dios (su libro Dios existe es de lectura obligada para alguien interesado en conocer a fondo el presente estado de la cuestión). Fue Flew quien explicó la posibilidad de los milagros de manera también muy racional con la siguiente lógica: "no se puede limitar la posibilidad de la omnipotencia".
Además, Jesús realizó milagros durante su vida en la Tierra que dan testimonio de su poder sobre la naturaleza. Dan testimonio de ello no sólo los Evangelios, sino incluso textos polémicos anticristianos, como el Talmud babilónico (Sanedrín 43a), que se hace eco de sus “hechicerías” o el historiador Flavio Josefo, que habla de "obras extraordinarias" realizadas por Jesús. La iniciativa del emperador Tiberio de proponer al Senado romano en el año 35 d.C. el reconocimiento de la religión cristiana y, en consecuencia, de Jesús, como uno de los dioses del Panteón, confirma que algo relevante había sucedido, que estamos ante algo más que el invento de una decena se judíos ignorantes y revoltosos.
Por último, pensaba que, para nosotros, hombres del escéptico Occidente del siglo XXI, Dios nos ha reservado un obsequio: la Sábana Santa, un verdadero elenco de evidencias de todo tipo: biológicas, históricas, botánicas, médicas, fotográficas (como la tridimensionalidad de la imagen), arqueológicas… Insisto, no es ni puede ser la evidencia tumbativa que algunos reclaman, pero creo que se puede afirmar que existen argumentos de peso para creer en la resurrección de Jesús que no contradicen la razón.