Aquella vida es la luz de los hombres, pero no pueden comprenderla los corazones insensatos, porque no se lo permiten sus pecados. Y para que no crean que esta luz no existe, porque no pueden verla, prosigue: "Y la luz resplandece en las tinieblas; mas las tinieblas no la comprendieron". Así como el hombre ciego, puesto delante del sol, aun cuando está en su presencia se considera como ausente de él, así todo insensato está ciego, aun cuando tiene delante la sabiduría. Pero en tanto que ésta se encuentra delante de él, está él ausente por su ceguera y no es que ella está lejos de él, sino él lejos de ella. (San Agustín, Tratado sobre el Evangelio de San Juan, I)
La Luz de la resurrección es invisible a los ojos de quien sólo ve sus intereses, egoísmos y satisfacciones. Para los seres humanos es imposible curar esta ceguera únicamente con las capacidades que nos presta nuestra naturaleza humana. Necesitamos de la Gracia de Dios para ver más allá y darnos cuenta de que la resurrección de Cristo es un foco de Esperanza que no se agota ni se desgasta. La pregunta que nos podemos hacer es evidente ¿Cómo ver esta Luz y darnos cuenta de cómo el universo cambió en el preciso momento en que la muerte fue abolida? No nos queda abrir el corazón a la Gracia sobreabundante de Dios y dejarnos transformar por ella. Es imposible para el ser humano del siglo XXI, por mucha tecnología y ciencia que pueda desplegar. Pero es posible para Dios. Como dice San Agustín, la Luz está aquí, pero los que nos alejamos de ella somos nosotros.
Este día que ha hecho el Señor (Sal 117,24) penetra todo, contiene todo, abraza todo, cielo y tierra e infierno... Y cuál es este día del cielo sino Cristo del que dijeron los profetas: “el día al día le pasa el mensaje” (Sal 18,3) Sí, este día es el Hijo a quien el Padre que es la luz del día, anuncia los secretos de su divinidad. El es aquel día que dice por la boca del Sabio: “Haré brillar mi doctrina como amanecer, y llevaré su luz todo lo lejos que pueda.” (Eclo 24,32)... Así la luz de Cristo brilla eternamente, irradia y las tinieblas del pecado no pueden apagarla. “La luz resplandece en la tinieblas y las tinieblas no la sofocaron.” (Jn 1,5)
En la resurrección de Cristo, todos los elementos son glorificados; estoy seguro que el sol brilló en aquel día con un resplandor especial. ¿No tenía que participar en la alegría de la resurrección, él que se oscureció en la muerte de Cristo? (Mt 27,45)... Como un siervo fiel, se oscureció para acompañar a Cristo a la tumba. Hoy debe resplandecer para saludar la resurrección... Hermanos, alegrémonos en este día santo. Que nadie, al recordar sus pecados, se aleje del gozo común. Que nadie desespere del perdón. Le espera un favor inmenso. Si el Señor en la cruz perdonó al ladrón....¿cómo no nos colmará a nosotros con los beneficios de su gloriosa resurrección? (San Máximo de Turín. Homilía sobre el Salmo 14)
Démonos cuenta que Dios nos ofrece su Gracia, pero respeta nuestra libertad de no aceptarla. “¿cómo no nos colmará a nosotros con los beneficios de su gloriosa resurrección?” ¿Cómo no vamos a estar felices tras sentir en nosotros que Cristo vive y nos ofrece su mano minuto a minuto? ¿Cómo no vamos a querer andar el camino hacia Él, el camino de la santidad? Tal como indica San Máximo, el día de la muerte de Cristo fue oscuro y sombrío, pero ese día pasó. El hoy es siempre un día de resurrección y gloria al Señor. “Así la luz de Cristo brilla eternamente, irradia y las tinieblas del pecado no pueden apagarla” Aunque la Luz esté rodeada de sombras, nunca se apagará de nuevo. Seamos llamas de esa Luz y hagamos que cada día sea más evidente a los seres humanos del siglo XXI.