He estado estos días de Semana Santa disfrutando de los bellos parajes del pre-pirineo catalán, siguiendo con unos amigos una ruta que aprovecha un antiguo trazado ferroviario. Asistí a los oficios del Jueves Santo a una parroquia de la costa, cercana al lugar donde termina esta ruta. La iglesia era bastante digna, con una nave muy espaciosa y un par de añadidos laterales que mostraban un buen ejemplo de la arquitectura modernista catalana.
La primera cosa que me sorprendió a la entrada en el templo era que no había reclinatorios. Como consecuencia, la inmensa mayoría de los asistentes no se puso de rodillas en toda la ceremonia, ni siquiera en el momento de la Consagración. Hace bastantes años leí un libro que me llamó bastante la atención, pues describía muy bien la degradación del ambiente católico en Holanda, un país oficialmente protestante, donde el catolicismo había tenido una pujanza enorme en los últimos siglos. El libro, titulado "A los católicos de Holanda, a todos", y escrito por una profesora de historia, Cornelia J. de Vogel, incluía un brillante análisis de las causas de ese deterioro. Una de ellas, precisamente, era la eliminación de los reclinatorios en las iglesias. Para la autora, era un signo de la pérdida de espacio sagrado en una iglesia, pues sólo en una iglesia, sólo ante Dios presente en el Santo Sacramento, uno se arrodilla. No hacerlo -lógicamente, salvo problemas de salud- implica en la práctica no reconocer el carácter sagrado de lo que allí ocurre, rebajarlo a un espacio público sin más, como si fuera un simple auditorio donde uno escucha consejos más o menos piadosos.
No voy a describir otros disgustos que me llevé durante la ceremonia, donde se suprimió el lavatorio de los pies, se distribuyó la comunión con muy poca solemnidad, o se realizó la reserva de Jesús sacramentado sin ninguna procesión. Tampoco había un especial decoro.en el Monumento para acompañar a Jesús en la noche del Jueves Santo. La iglesia cerró sus puertas a las 10 de la noche, apenas 30 minutos después de la ceremonia.
Mientras, las calles de la ciudad mantenían un bullicio propio del periodo festivo y muchos comercios seguían abiertos. En esa ciudad, los católicos no pudieron acompañar a Jesús durante la vigilia que recuerda su prisión previa a la condena. Mientras los comercios vendían bagatelas, el templo que alojaba el auténtico Tesoro estaba cerrado. Quizá pocos lo hubieran valorado estando abierto, pero cerrado, sin duda, nadie tenía posibilidad de hacerlo. Me pregunté: ¿cuándo serán conscientes algunos que regentan las iglesias que atienden un servicio público? ¿cuándo que los templos católicos no son sólo lugares de encuentro sino también de oración? ¿cuándo que es preciso facilitar a los fieles la cercanía a Jesús, que ha querido quedarse sacramentado en la Tierra precisamente para que estemos cerca de El?
La primera cosa que me sorprendió a la entrada en el templo era que no había reclinatorios. Como consecuencia, la inmensa mayoría de los asistentes no se puso de rodillas en toda la ceremonia, ni siquiera en el momento de la Consagración. Hace bastantes años leí un libro que me llamó bastante la atención, pues describía muy bien la degradación del ambiente católico en Holanda, un país oficialmente protestante, donde el catolicismo había tenido una pujanza enorme en los últimos siglos. El libro, titulado "A los católicos de Holanda, a todos", y escrito por una profesora de historia, Cornelia J. de Vogel, incluía un brillante análisis de las causas de ese deterioro. Una de ellas, precisamente, era la eliminación de los reclinatorios en las iglesias. Para la autora, era un signo de la pérdida de espacio sagrado en una iglesia, pues sólo en una iglesia, sólo ante Dios presente en el Santo Sacramento, uno se arrodilla. No hacerlo -lógicamente, salvo problemas de salud- implica en la práctica no reconocer el carácter sagrado de lo que allí ocurre, rebajarlo a un espacio público sin más, como si fuera un simple auditorio donde uno escucha consejos más o menos piadosos.
No voy a describir otros disgustos que me llevé durante la ceremonia, donde se suprimió el lavatorio de los pies, se distribuyó la comunión con muy poca solemnidad, o se realizó la reserva de Jesús sacramentado sin ninguna procesión. Tampoco había un especial decoro.en el Monumento para acompañar a Jesús en la noche del Jueves Santo. La iglesia cerró sus puertas a las 10 de la noche, apenas 30 minutos después de la ceremonia.
Mientras, las calles de la ciudad mantenían un bullicio propio del periodo festivo y muchos comercios seguían abiertos. En esa ciudad, los católicos no pudieron acompañar a Jesús durante la vigilia que recuerda su prisión previa a la condena. Mientras los comercios vendían bagatelas, el templo que alojaba el auténtico Tesoro estaba cerrado. Quizá pocos lo hubieran valorado estando abierto, pero cerrado, sin duda, nadie tenía posibilidad de hacerlo. Me pregunté: ¿cuándo serán conscientes algunos que regentan las iglesias que atienden un servicio público? ¿cuándo que los templos católicos no son sólo lugares de encuentro sino también de oración? ¿cuándo que es preciso facilitar a los fieles la cercanía a Jesús, que ha querido quedarse sacramentado en la Tierra precisamente para que estemos cerca de El?