Fijémonos en la reacción que tuvo Pedro al signo del Señor. Se sublevó e intentó no participar en un signo que entendía como desprecio hacia su amado Maestro. ¿Por qué aceptar la humillación del Señor cuando el podía lavarse los pies por sí mismo? Es evidente que Pedro interpretó la escena de forma similar a como muchos la interpretan hoy en día. La diferencia es que Pedro no quería participar en la presunta humillación del Señor y hoy en día lo vemos bien y hasta disfrutamos.
De esto podemos tomar ejemplo, cuán posible sea adoptar una resolución como justa, y decir por ignorancia aquello que va contra nuestros intereses. Porque Pedro, ignorando la conveniencia del acto, primeramente casi avergonzado y con mucha suavidad dice: "Señor, ¿me vas tú a lavar los pies?"; pero luego dice: "Tú, jamás me lavarás los pies", lo cual era impedir la obra que lo llevaría a tener parte con Jesús. Con lo cual arguye, no solamente a Jesús que lavaría a sus discípulos los pies sin deber hacerlo, sino también a sus compañeros, que se prestan a ser lavados indignamente. Mas como la respuesta de Pedro le era perjudicial, no permitió Jesús que se realizase su deseo. Así prosigue: "Díjole Jesús: Si no te lavare los pies, no tendrás parte conmigo".
A los que no quieren explicar este y otros puntos semejantes en sentido figurado o en la esfera moral, no se les alcanza como probable siquiera el que no tuviese parte con el Hijo de Dios aquel que dijo con reverencia: "No me lavarás jamás los pies", como si el no dejar que le lavase los pies fuese un crimen. Pero para esto debemos dejarnos lavar los pies, esto es los afectos del alma, a fin de que sean embellecidos. Y en primer lugar, para ser enumerados entre los que evangelizan las buenas doctrinas, trabajamos por adquirir los dones sublimes. (Orígenes de Alejandría. Tratado sobre el Evangelio de San Juan. Homilía 32)
El significado del signo no es la humillación de Cristo o de la Iglesia. Cristo lo dejó bien claro al indicar que si Pedro no aceptaba ser lavado no formaría parte del plan de Dios. La aparente humillación buscaba algo más, algo que no estaba en el acto, sino en la actitud con que se recogía el signo. Quien abre su corazón a la Gracia de Dios, forma parte del plan de Dios. Quien rechaza la Gracia, se aleja del plan de Dios. Dios no se humilla al ofrecernos la Gracia, aunque parezca que lo hace. El Amor nunca es humillante, sino plenificador para quien lo ofrece y quien lo recibe. Podríamos preguntarnos si somos suficientemente humildes para dejar atrás las apariencias y abrir nuestro corazón al Señor.
Ahora, si pensamos que al lado de Pedro estaba presente Judas, nos daremos cuenta que existe otra actitud frente a la Gracia de Dios: la indiferencia. Indiferencia que evidencia la soberbia de quien cree que no necesita la ayuda de Dios en su vida. En este caso el signo se realiza, pero quien lo recibe lo vive humillando al Señor. Cerrar el corazón conlleva dejar el signo en un acto de humillación de Dios ante nosotros. Ver el lavatorio de los pies como un parodia donde el "poderoso" se humilla ante un conjunto personas que actúan como “sencillos”, es ejecutar un show que busca cumplir las consignas de corrección socio-política del momento. Cristo no quería humillarse sino servir humildemente, lo que es muy diferente.