El tema del éxito o, mejor dicho, de la realización a nivel personal y profesional, no siempre ha sido cosa fácil de tratar a la luz de la fe cristiana. De ahí la necesidad de afrontarlo y aclarar muchas dudas que, sobre todo, en el contexto de los jóvenes, se dan ante el reto de lograr ser alguien en la vida. Varias personas, al saber que nos identificamos como católicos, nos interpelan sobre una supuesta ruptura entre el éxito y el hecho de creer en alguien que, en efecto, lejos de haber tenido una trayectoria marcada por el progreso, fue señalado y, finalmente, crucificado. Para muchos, ser cristiano significa renunciar al éxito y quedarse voluntariamente en condiciones de pobreza. Viéndolo así, cualquiera querría alejarse y buscar otra religión; sin embargo, se debe a los reduccionismos que, como si se tratara de un “teléfono descompuesto” (juego en el que los participantes se sientan en círculo y se van diciendo una frase al oído; es decir, sin que los otros escuchen, al punto de que termina distorsionándose el contenido inicial), han sido tomados como verdaderos, cuando en realidad distan mucho de lo que enseña la Iglesia que no aboga por la miseria, sino por la austeridad que, siendo observadores, permite ahorrar, facilitando un mejor desarrollo financiero. Es decir, austeros, para no vivir dormidos.
Ahora bien, vayamos al meollo del asunto. Para nadie es un secreto que el éxito, muchas veces es perseguido desde la obsesión y una serie interminable de actos corruptos, objetivamente injustos. Grandes emporios que abren sus puertas, mientras niegan a sus trabajadores las prestaciones de ley. Mujeres que, al quedar embarazadas, son descartadas y enviadas al desempleo. Sin duda, un tipo de éxito que choca de manera frontal con los puntos básicos de la fe, dando paso a lo que el papa Pablo VI, llamó “estructuras de pecado”. Así las cosas, ¿es posible realizarse y construir un patrimonio?, ¿cómo lo conciliamos con la fe, con la cruz? Echemos un vistazo a la figura de Jesús. Él no siguió la lógica del mundo, de las apariencias o el dinero fácil. Fue a dar a la cruz, entre dos malhechores; sin embargo, ¿fracasó? No, pues su mensaje sigo vivo, encontrando eco a lo largo y ancho del planeta. La diferencia estuvo en que los frutos de su trabajo, no fueron consecuencia de la corrupción, sino de la coherencia que lo caracterizó. El sufrimiento por el que tuvo que pasar, lo hizo un modelo de superación. No solo por el hecho de haber resucitado, sino porque se mantuvo en lo dicho y, sin ser contado entre los poderosos de su tiempo, dejó una palabra hecha vida. Entonces, el fracaso de la cruz, fue momentáneo, pero haciendo un balance general de los 33 años, podemos hablar de un éxito, de la fortaleza de la debilidad, pues desde el último lugar, cambió la historia, sin tener que ostentar con su condición divina. ¿A qué viene todo esto? Hay dos formas o tipos de éxito. El que se consigue pisando a los demás y que, en efecto, se muestra llamativo, accesible, lleno de excesos y el que, por el contrario, parte del esfuerzo, de la lucha, de la discreción, ¡de la cruz de cada día! Como católicos, y no porque vivamos obsesionados con el dolor, apostamos por el segundo, porque implica construir un patrimonio sin caer por ello en una traición a la propia identidad. Seguramente, tardaremos más, habrá una serie importante de contradicciones que el otro modelo podrá saltar con total facilidad, pero llegaremos sin habernos traicionado.
Entonces, todos, tenemos la posibilidad de ser felices, de realizarnos, lo que varía es el modo. Jesús, desde la cruz, nos dice que la salida fácil de la corrupción no nos va, no nos queda. Renunciamos a la inmediatez, ponderando la conciencia. No para sentirnos más que otros, sino sabiendo ubicarnos contra corriente. En la historia de la Iglesia, tenemos casos de gente exitosa que lo hizo por la vía del esfuerzo. Por ejemplo, el Dr. Giuseppe Moscati (18801927). ¿Qué lo movía? El interés por los pacientes pobres y el avance de la ciencia sin tratar de aparentar o ganar aplausos. En otras palabras, se dio el éxito, pero como añadidura.
Por lo tanto, para nosotros, releyendo el evangelio, lo primero es ser coherentes y, el resto, viene como consecuencia. En dado caso, no nos negamos al éxito, sino a darle el primer lugar. Tienen que darse otras razones superiores, aunque tarde o temprano nos llevaran a un aporte significativo. Varía la metodología, la forma de realización. Un sello distintivo es la humildad, sabernos necesitados de Dios y de los demás. Nadie ha dicho que como católicos, podamos ser mediocres en la profesión. Al contrario, si creemos de verdad, conseguiremos estar a la altura de las circunstancias, pero con una motivación distinta. No son los premios, sino el desarrollarnos y, desde ahí, aportar algo a la humanidad. Renunciamos a la imagen, pero no al progreso.
Entonces, ¿dónde queda la cruz al darse el éxito? En el proceso, en el camino. Jesús asumió los desvelos que trae consigo llegar a la meta. “Solo el dolor es fecundo…”, le dijo un día el Venerable P. Félix de Jesús Rougier a la S.D. Ana María Gómez Campos F.Sp.S. ¿Qué quiso decir? Algo muy sencillo. Los frutos, implican esfuerzo y, al ser dedicados, caminamos en medio de momentos duros, difíciles, pero que al final llevan a la meta, habiéndonos cualificado en el camino. Alguien que se deja llevar por las apariencias, llega, alcanza, pero sin contenido. No se rechaza el éxito, pero se impone buscarlo como añadidura de algo más trascendente, para no caer en la obsesión o el uso equivocado del poder.
Ahora bien, vayamos al meollo del asunto. Para nadie es un secreto que el éxito, muchas veces es perseguido desde la obsesión y una serie interminable de actos corruptos, objetivamente injustos. Grandes emporios que abren sus puertas, mientras niegan a sus trabajadores las prestaciones de ley. Mujeres que, al quedar embarazadas, son descartadas y enviadas al desempleo. Sin duda, un tipo de éxito que choca de manera frontal con los puntos básicos de la fe, dando paso a lo que el papa Pablo VI, llamó “estructuras de pecado”. Así las cosas, ¿es posible realizarse y construir un patrimonio?, ¿cómo lo conciliamos con la fe, con la cruz? Echemos un vistazo a la figura de Jesús. Él no siguió la lógica del mundo, de las apariencias o el dinero fácil. Fue a dar a la cruz, entre dos malhechores; sin embargo, ¿fracasó? No, pues su mensaje sigo vivo, encontrando eco a lo largo y ancho del planeta. La diferencia estuvo en que los frutos de su trabajo, no fueron consecuencia de la corrupción, sino de la coherencia que lo caracterizó. El sufrimiento por el que tuvo que pasar, lo hizo un modelo de superación. No solo por el hecho de haber resucitado, sino porque se mantuvo en lo dicho y, sin ser contado entre los poderosos de su tiempo, dejó una palabra hecha vida. Entonces, el fracaso de la cruz, fue momentáneo, pero haciendo un balance general de los 33 años, podemos hablar de un éxito, de la fortaleza de la debilidad, pues desde el último lugar, cambió la historia, sin tener que ostentar con su condición divina. ¿A qué viene todo esto? Hay dos formas o tipos de éxito. El que se consigue pisando a los demás y que, en efecto, se muestra llamativo, accesible, lleno de excesos y el que, por el contrario, parte del esfuerzo, de la lucha, de la discreción, ¡de la cruz de cada día! Como católicos, y no porque vivamos obsesionados con el dolor, apostamos por el segundo, porque implica construir un patrimonio sin caer por ello en una traición a la propia identidad. Seguramente, tardaremos más, habrá una serie importante de contradicciones que el otro modelo podrá saltar con total facilidad, pero llegaremos sin habernos traicionado.
Entonces, todos, tenemos la posibilidad de ser felices, de realizarnos, lo que varía es el modo. Jesús, desde la cruz, nos dice que la salida fácil de la corrupción no nos va, no nos queda. Renunciamos a la inmediatez, ponderando la conciencia. No para sentirnos más que otros, sino sabiendo ubicarnos contra corriente. En la historia de la Iglesia, tenemos casos de gente exitosa que lo hizo por la vía del esfuerzo. Por ejemplo, el Dr. Giuseppe Moscati (18801927). ¿Qué lo movía? El interés por los pacientes pobres y el avance de la ciencia sin tratar de aparentar o ganar aplausos. En otras palabras, se dio el éxito, pero como añadidura.
Por lo tanto, para nosotros, releyendo el evangelio, lo primero es ser coherentes y, el resto, viene como consecuencia. En dado caso, no nos negamos al éxito, sino a darle el primer lugar. Tienen que darse otras razones superiores, aunque tarde o temprano nos llevaran a un aporte significativo. Varía la metodología, la forma de realización. Un sello distintivo es la humildad, sabernos necesitados de Dios y de los demás. Nadie ha dicho que como católicos, podamos ser mediocres en la profesión. Al contrario, si creemos de verdad, conseguiremos estar a la altura de las circunstancias, pero con una motivación distinta. No son los premios, sino el desarrollarnos y, desde ahí, aportar algo a la humanidad. Renunciamos a la imagen, pero no al progreso.
Entonces, ¿dónde queda la cruz al darse el éxito? En el proceso, en el camino. Jesús asumió los desvelos que trae consigo llegar a la meta. “Solo el dolor es fecundo…”, le dijo un día el Venerable P. Félix de Jesús Rougier a la S.D. Ana María Gómez Campos F.Sp.S. ¿Qué quiso decir? Algo muy sencillo. Los frutos, implican esfuerzo y, al ser dedicados, caminamos en medio de momentos duros, difíciles, pero que al final llevan a la meta, habiéndonos cualificado en el camino. Alguien que se deja llevar por las apariencias, llega, alcanza, pero sin contenido. No se rechaza el éxito, pero se impone buscarlo como añadidura de algo más trascendente, para no caer en la obsesión o el uso equivocado del poder.