Volviéndose el Señor, fijó su mirada en Pedro. Y Pedro, tomando conciencia de lo que acababa de decir, se arrepiente y llora..., se deshace en lágrimas y queda mudo. (Lc 22,61-62). Sí, las lágrimas son oraciones mudas; merecen el perdón sin pedirlo; sin más obtienen la misericordia... Las palabras a veces no llegan a expresar una oración, las lágrimas siempre son oración. Las lágrimas expresan siempre lo que sentimos, mientras que las palabras pueden quedar impotentes para expresar los sentimientos. Por esto, Pedro no recurre a palabras: las palabras lo empujaron a la traición, al pecado, a renegar de la fe. Prefiere confesar su pecado con sus lágrimas, ya que renegó hablando. (San Máximo de Turín. Sermón 76, 317)
¿Cuántas veces hemos utilizado las apariencias para ocultar la verdad? Más de las que cada uno de nosotros puede recordar. En esta misma Cuaresma seguro que muchas veces hemos ocultado la verdad interior. La religión contiene una serie de prácticas, ritos, ceremonias que son fácilmente reproducibles sin que tengamos nuestro corazón, nuestro ser, comprometido de lo que hacemos. Es tan sencillo dejarse llevar por las costumbres socio-culturales para aparecer como una persona comprometida y piadosa. Por algo Cristo nos llama a orar en la soledad de nuestra habitación y a dar limosna sin que nadie sepa quienes somos (Mt 6, 1-8).
Pero, al igual que a San Pedro, Cristo nos mira cada vez que mentimos. Si dejamos que nuestra mirada se cruce con la mirada del Señor, encontraremos dos inmensos regalos: el arrepentimiento y la misericordia. San Pedro se dio cuenta de su pecado y lloró con amargura. Él que había dicho que iría donde el Señor fuese, lo había negado como si reconociera que sentía vergüenza por se su discípulo. Tras las lágrimas, la misericordia de Dios nos ayuda a abrir nuestro corazón a la Gracia. Si no cruzamos nuestra mirada con la del Señor, es que creemos que somos capaces de todo por nosotros mismos. En esa situación el Señor respeta nuestra soberbia, ya que sin lágrimas no hay camino para la misericordia del Señor. Sin arrepentimiento es imposible tomar la mano que nos tiende Cristo.
Cuando todo parece que pierde el sentido, es que nos hemos alejado de la mano del Señor. Hemos querido caminar por nosotros mismos y nos hemos dado cuenta que nada tiene sentido sin Él.