En lo que va del año 2024 he tenido la oportunidad de acercarme a la bibliografía que trata sobre la vida y obra de la S.D. Dolores Echeverría Esparza (1893-1966), fundadora, junto con el P. Edmundo Iturbide Reygondaud M.Sp.S. (1900-1974), de la congregación de las Misioneras de Jesús Sacerdote. Sin duda, encontré muchas cosas valiosas que toca seguir dando a conocer. Por ejemplo, sus aportes como pedagoga, las gestiones que llevó a cabo para abrir las puertas de la Universidad Motolinía de la Ciudad de México en 1943, el recuerdo positivo que dejó en generaciones enteras de alumnas, así como su empeño en seguir educando desde la fe pese a los obstáculos de las autoridades anticlericales de la época, entre otros; sin embargo, lo que más me llamó la atención fue el margen de tiempo en el que tuvo que esperar para poder encontrar su lugar en el mundo y en la Iglesia; o sea, el aterrizaje o materialización de su vocación religiosa. Lo anterior, es muy actual porque muchas personas -jóvenes y adultos- experimentan cierta frustración al no ver todavía realizados sus sueños cayendo, muchas veces, en el sinsentido al desesperarse en el proceso. En todo esto, la M. Dolores Echeverría es una referencia que anima a seguir buscando hasta llegar a la meta.

Ahora bien, contextualicemos el presente artículo. Dolores Echeverría nació el 4 de mayo de 1893 en Guadalajara, Jalisco, México, y murió, en la capital del país, el 29 de septiembre de 1969. El 29 de junio de 1918, fundó el Jardín de niños al que le puso el nombre de “Motolinía”. Lo hizo con sus propios recursos sorteando los gastos operativos de todo centro educativo. Desde muy joven quiso entregar su vida a la causa del Evangelio. Al principio, estuvo a punto de entrar con las Religiosas del Sagrado Corazón de las que fue alumna; sin embargo, poco antes de partir, las cosas se complicaron y se vio obligada a tener que suspender el proyecto. En 1921[1] tuvo su primer entrevista con el V.P. Félix de Jesús Rougier, M.Sp.S. (1859-1938), quien la entendió al instante acerca de sus deseos de entrar en una congregación todavía inexistente para el carisma que ella intuía como propio y que está insertado en el espíritu de las Obras de la Cruz que fueron inspiradas por la beata Concepción Cabrera de Armida (1862-1937). Dolores, nos dejó anotado lo que el buen padre Rougier Olanier le dijo:

“Su idea, no la inspira ni la carne ni la sangre sino Dios. ¡Entusiásmese con ella! Nosotros somos muy pocos, comienza la obra[2] y no tengo personal suficiente, nos debilitaríamos. ¿Quiere acercarse a los Jesuitas? Donde ellos ponen la planta fructifica todo. Yo mismo la llevaré a presentar. Yo le contesté que a mí me encantaba el espíritu de la Cruz, que yo deseaba una obra eminentemente contemplativa y a la vez activa, que él me ayudara. Entonces me contestó:

Encomiende su asunto a Dios y cuando yo tenga personal, le daré un Misionero[3] para que le ayude; es decir, el que debía dar vida a esta obra estaba entonces en los comienzos de su vida religiosa. 

Comprendí que todavía no era la hora de Dios y aunque triste, me decidí a seguir trabajando en el Colegio, procurando llevar una vida como de religiosa y haciendo el mayor bien a las niñas que N. Señor me confiaba”. [4]

En el escrito anterior, destaca la integración de la fe con los rasgos propios de su humanidad y personalidad. A la par que se siente triste por no haber recibido una respuesta directa o contundente, confía en Dios y practica la “espera activa”; es decir, hace todo lo que está en sus manos para alcanzar el ideal de ser religiosa, dejándole el resto a Jesús Sacerdote. Esto es lo que tenemos que aprender los que todavía estamos en búsqueda y sentimos que “se nos va la vida”. Dios tiene una noción muy diferente del tiempo. Toca caminar, poner de nuestra parte y, al hacerlo, confiar en que él se encargará del resto, como le sucedió a la M. Dolores. Aproximadamente 17 años después de su primer entrevista con el P. Félix, vio coronados sus esfuerzos con la fundación de las Misioneras de Jesús Sacerdote el 14 de enero de 1938.

Dolores tuvo que tocar muchas puertas. Lo importante es que, aunque los años se le hacían largos, nunca perdió la fe en que Dios le daría la oportunidad que estaba buscando para poderle responder como religiosa desde la Espiritualidad de la Cruz. A veces, pensamos que ya no tenemos opción, que hemos fracasado o, incluso, que Dios nos llamó y luego se arrepintió, pero nada de esto es verdad. Cuando Jesús llama y uno le responde, las cosas empiezan a darse. Si nos hace esperar -como le tocó a la M. Dolores- es para que trabajemos nuestro interior y así estemos en condiciones de recibir lo que más adelante nos dará. Y esto aplica tanto para los laicos que están buscando una pareja con la cual casarse, como para los aspirantes a la vida religiosa o sacerdotal. El punto, la clave, es mantener la “espera activa” que se ha explicado anteriormente.

En conclusión:

  1. En el trabajo con los jóvenes, hay que brindarles las herramientas (como, por ejemplo, la Lectio divina, la capacidad de discernir, etc.) para que encuentren su lugar y, mientras lo consiguen, crezcan en la fe y en el desarrollo de sus habilidades y talentos.
  2. No hay que desanimarse cuando la espera se prolonga, pues todo es ganancia si la persona sabe vivir adecuadamente su proceso.
  3. Insistir, buscar, trabajar el interior, sanar heridas, son aspectos que capacitan para la vocación que está por llegar.
  4. El tiempo es relativo. Para cuando se fundó la congregación, Dolores estaba por cumplir 45 años. O sea, que nunca es tarde. No era una edad común. Para muchos tendría poco sentido asumir un proyecto con casi 50 años; sin embargo, ella tenía otra perspectiva y lo logró, motivándonos a todos los demás independientemente de nuestra edad y momento.
  5. La M. Dolores es un ejemplo de superación en la fe y en la profesión; en la búsqueda y en la meta hacia la santidad ofrecida; especialmente, por los sacerdotes y la educación católica.

 

[1]González-Medina., Salvador. (1995). Un carisma sacerdotal en la Iglesia. (Primera.) Pág. 11. Edición privada.

[2]Se refiere a la congregación de los Misioneros del Espíritu Santo fundada por él mismo el 25 de diciembre de 1914 en la capilla de las Rosas del Tepeyac, Ciudad de México.

[3]Ese misionero será el R.P. Edmundo Iturbide Reygondaud.

[4]Historia de la Congregación (MJS), CC, p. 3.