La atención recíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.
Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. (Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2012)
Es muy gráfica la frase que nos ha dejado Benedicto XVI: “Quien no avanza, retrocede”. La sociedad humana actúa como un corriente que nos impulsa a alejarnos de las pisadas del Señor. Cada paso que dejamos de dar hacia Él, es un paso atrás en el camino de la santidad, por eso resulta tan importante para el maligno, tenernos ocupados con problemas mundanos de forma constante. Si dejamos de utilizar nuestros talentos para el bien, Dios no se hace presente en el mundo a través de nosotros. Un mundo empeñado en lograr el “éxito”, la riqueza y la eterna juventud, no pude dejar que los cristianos andemos mostrando que la imagen de Dios está inscrita en nosotros y que Su Gracia está siempre dispuesta a transformarnos.
Sin duda, “El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios”, pero hay que tener cuidado de no dedicarnos a hacer nuestra voluntad y utilizar a Dios como cómplice de nuestras debilidades y egoísmos. La complicidad se disfraza con mucha facilidad de caridad, ya que nos permite tener una sensación de camaradería y compromiso mutuo, que sustituye a la Comunión de los Santos. Los que pretendemos andar detrás de las pisadas del Señor no podemos dedicarnos a andar en direcciones contrarias y justificarlo en base a nuestras debilidades. La Comunión de los Santos nos permite darnos fuerzas para seguir al Señor, no para sentarnos en una piedra a disfrutar de la puesta de sol.
“Quien no avanza, retrocede” y quien retrocede, pierde rápidamente el camino que le conduce al Señor. El grupo de personas que se sienta a justificarse mutuamente los errores y a buscar caminos alternativos al trazado por el Señor, es una trampa muy bien dispuesta por el enemigo. ¿Quién no desea que se le consuele diciéndole que deje de buscar pasar por el ojo de la aguja? Todos estamos dispuestos a que nos hablen de modos de seguir a Cristo que sólo nos requieran apariencias y convencionalismos. La Gracia de Dios es la que nos da fuerzas para dejar atrás estos grupos de complicidades y buscar apoyo en quienes andan el camino tras el Señor.