Mucha gente – no sólo los niños en catequesis – queda un poco desconcertada frente a la imagen de Cristo Crucificado, y muchas son las dudas y preguntas alrededor del tema, desde“¿seguro que fue una cruz?” hasta ¿y por qué yo soy responsable?, a lo que quise elaborar este sencillo artículo.

Esta es una afirmación propia de los Testigos de Jehová – a los que me he referido en estos últimos artículos – que afirman que Cristo no murió en una cruz, sino en un madero de tormento. Sin embargo, en la Biblia la palabra cruz y sus derivados aparecen más de 80 veces, razón por la cual en sus biblias han tenido que adaptarlo a “madero de tormento” y en lugar de crucificado, ponen “fijado en el madero”. No pienso extenderme en esto, debido a que no es el centro del artículo, de manera que sólo aclararé que, si Cristo hubiese sido clavado en un poste con las ambas manos clavadas hacia arriba por un solo clavo, la afirmación del Evangelio de Mateo no tendría sentido al decir que: por encima de su cabeza fijaron el cargo contra él, escrito: “Este es Jesús el rey de los judíos”[1]puesto que las manos impedirían que el letrero estuviese sobre su cabeza, por demás, cuando escuchen de nuestros hermanos Testigos de Jehová esta afirmación, siempre es bueno recordarles que la tumba en forma de pirámide de su fundador Charles Rusell, hay una cruz tallada en piedra

Dada la situación histórica y bíblica en su contexto, muchos deducen que los judíos son culpables de la muerte de Cristo, sin embargo el Catecismo nos explica que, sin importar el pecado personal de los protagonistas del proceso (Judas, el Sanedrín, Pilato), y que sólo Dios conoce, no se puede atribuir la responsabilidad del proceso al conjunto de los judío de Jerusalén[2], a pesar de los gritos de una muchedumbre manipulada[3]. Más aún, la Iglesia ha declarado en el Concilio Vaticano II que:

“Lo que se perpetró en su pasión no puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que vivían entonces ni a los judíos de hoy… No se ha de señalar a los judíos como reprobados por Dios y malditos como si tal cosa se dedujera de la Sagrada Escritura”[4]

… ¿Quiénes fueron los culpables entonces?, pues bien todo buen cristiano sabe la vergonzosa respuesta a tamaña pregunta…

La fe de la Iglesia no se cansa de proclamar que los pecadores (es decir tú y yo, los que cometemos pecados) fuimos los autores y los instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor[5], dado que fuimos nosotros la razón por la cual el Padre entregó al Hijo a la muerte, y una muerte de Cruz.

Para muchos estas afirmaciones son un poco inentendibles debido a que no estuvimos presentes en ese momento de la historia y por ende no pudimos haber sido capaces de hacer algo para tener parte en este dramático proceso de la Pasión, sin embargo esto puede aclararse mejor en el momento en que comprendemos que para Dios no existe tal cosa como el pasado o el futuro, sino que, para Dios hay un eterno presente, de manera que los pecados que cometiste ayer, que cometerás hoy y mañana, son para Dios un presente en el mismo momento de la Crucifixión… Hemos de recordar que nosotros NO creemos en la predestinación, sino que somos libres por amor, sin embargo en esa libertad hemos decidido – y desgraciadamente decidiremos – pecar, haciéndonos por ello, reos de muerte.

Te lo pondré de esta manera: imagina todos los pecados y maldades de todas las personas del mundo, de todos los tiempos desde la creación de la tierra… ahora trata de imaginar a alguien que pueda pagar un “valor” de igual cantidad para saldar una cuenta en números tan rojos y gruesos… Ésta es la razón por la cual Dios se hizo pecado por nosotros. Cristo nos asumió a todos nosotros y nuestras miserias, y se clavó con ellas en la Cruz, haciendo de ésta, la muestra más grande y humanamente incomprensible de amor.

Ésta es una de las razones principales por las cuales nosotros los cristianos portamos la cruz orgullosamente, puesto que, aquello que antes era tomado como signo de maldición y tortura, es ahora para nosotros signo de amor y salvación. Cristo ha dado un nuevo y único sentido a la muerte y al dolor del hombre, a través de Sí mismo padeciendo y muriendo en la Cruz. Gracias a este acto, nuestro dolor tiene un sentido profundo y redentor.

Dado que estamos prontos a Semana Santa, vale la pena profundizar la realidad de nuestras miserias, por lo que parece adecuado – aunque un poco fuerte – aquél pensamiento de san Francisco de Asís:

“Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados”[6]

Twitter: @stevenneira


[1] Mt. 27, 37

[2] Catecismo de la Iglesia Católica, 597

[3] Mc. 15, 11

[4] Concilio Vaticano II. Nostra aetate, 4

[5] Catecismo Romano, I, 5, 11

[6] San Francisco de Asís, Admonitio, 5, 3