Muchas veces, pensamos que la evangelización consiste en una suma interminable de juntas y otras actividades. Incluso, con la virtualidad, no estamos libres de ello. Y así organizamos, estructuramos, planeamos, pero sin resultados. Cuando esto pasa, en vez de negarlo, toca hacer un poco de autocrítica. ¿Qué puede estar detrás? El valorar más la cantidad que la calidad. Es preferible una charla de 40 minutos profunda y debidamente articulada, que sentar a las personas en una que dure hora y media repitiendo las mismas cosas sin llegar a un punto específico. A veces, nuestra pastoral es monotemática, cuando debe ser integral, para formar personas completas.
Tenemos un problema de actividades vacías. Sin duda, preparadas con la mejor de las intenciones, pero olvidando que, por ejemplo, la hora y la temperatura influyen en el estado de ánimo de las personas. Por eso, San Ignacio de Loyola, en los Ejercicios, cuida este tipo de detalles. Es lógico que poner una conferencia de espiritualidad a las tres de la tarde, justo después de comer, genere, sueño entre el auditorio y, por ende, poco enfoque.
Toca un cambio de paradigma. Es decir, reducir las actividades, centrándonos en las más significativas. Esto no significa bajar la calidad o reducir la Iglesia en salida que tanto necesitamos, sino más bien buscar qué es lo que realmente necesita el mundo de hoy. Descubrir, como Iglesia, nuestro factor diferencial; es decir, ofrecer lo que nadie brinda. Por ejemplo, el valor del silencio o la experiencia de una lectio divina. Una clave puede ser pedirle ayuda a la vida monástica. No para que los laicos nos volvamos monjes, sino porque su estilo de vida puede ofrecer la clave para que nuestras actividades tengan espiritualidad y no sean un reciclado de cosas que se ofrecen en cualquier otro lado.
¿En qué debe notarse la calidad de nuestros espacios y actividades? En brindar herramientas que las personas puedan aplicar en lo cotidiano. Esto no quiere decir complejas, difíciles o con requerimientos muy especiales, pero sí aprovechando el patrimonio espiritual de la Iglesia sin subestimar a los participantes, porque si bien es cierto que algunos quizá sea su primera vez en contacto con la fe, no es menos cierto que tratarlos como niños, cuando ya son adultos, de poco sirve.
Jesús era breve, profundo y práctico. En su predicación, ponía ejemplos. Se situaba en el contexto, echaba un vistazo a su interior y, desde ahí, planteaba el Evangelio. Nos toca seguir su ejemplo.
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Les propongo dos libros electrónicos que he escrito y que pueden ser de su interés.
"El proceso de Dios", es un pequeño libro que reflexiona sobre puntos importantes de la fe desde una perspectiva teológica y filosófica. Es concreto y, al mismo tiempo, profundo, capaz de responder las preguntas propias de aquellos que se cuestionan en su relación con Dios.
¿Cómo abordar la emergencia educativa? ¿Cuál es el futuro de los colegios católicos? ¿Qué cambios tienen que darse? Éstas y otras preguntas son las que se abordan en el libro. Lo interesante es que el autor trabaja como maestro y, por lo tanto, los puntos que ha escrito parten de su experiencia en la realidad, en la "cancha de juego". Una interesante reflexión de todos los que de una u otra manera saben lo complejo que es educar en pleno siglo XXI y, al mismo tiempo, lo necesario que resulta seguirlo haciendo.
Nota:
Al comprar alguno de los dos libros contribuyes al apostolado que llevo a cabo en favor de la fe y la cultura. ¡Gracias!