Hay un tema pendiente que es muy importante abordar y es la cuestión de los laicos que brindan un tipo de servicio o aporte concreto en diferentes lugares a los que son invitados. Por ejemplo, dando charlas o coordinando talleres. Muchas veces, no se tiene en cuenta, cuando se pide su participación, los gastos que deben cubrirse para que esto sea posible. Desde viáticos hasta el hecho de que su labor también requiere de un sustento o apoyo económico para poder seguir comprando libros o inscribiéndose en cursos de actualización. A menudo, se piensa que un laico, por brindar un servicio, debe abstenerse de tocar el tema; sin embargo, no es posible porque debe ser sustentable. Es verdad que no se trata de un negocio y que de ninguna manera se deben exagerar o imponer las cuotas de recuperación; sin embargo, ya que el laico (nos referimos a los que no son consagrados en un movimiento) no cuenta con una estructura que le permita dedicarse totalmente a la evangelización, debe compaginar su carrera profesional con espacios concretos de apostolado, lo que le implica buscar formas válidas de financiamiento para que pueda sostenerse y ofrecer un servicio de calidad sin endeudarse.
Es lamentable cuando a un laico se le invita y no se le toca el tema de sus gastos o del apoyo que recibirá más allá de los traslados en atención a su tiempo y esfuerzo, peor aun cuando se da por hecho que cuenta con el dinero suficiente y tiene que andarlo pidiendo entre la pena y la preocupación al verse apretado por las circunstancias. Tenemos, como Iglesia, que avanzar en la conciencia de que un apostolado no es un negocio, pero tampoco algo que se sostenga del aire. Por otro lado, cuando alguien presta un servicio con esmero y, como ya dijimos, muchas veces, sin una estructura propia, toca apoyarle como expresión de gratitud e incentivo. No se trata de abusar o de “colgarse” de la Iglesia, sino de apreciar el trabajo realizado y motivarlo en la medida de las posibilidades de la comunidad que lo invitó. Ahora bien, si el grupo que lo requiere no cuenta con los recursos, es ético que lo diga desde el primer momento para que, entonces, el invitado pueda evaluar si está en condiciones de afrontarlo o no. Invitarlo sin considerar tal punto es ponerlo en aprietos porque no todo mundo se siente cómodo pidiendo lo que debería darse en automático por mera educación y aprecio.
También se generan gastos cuando se trata de espacios virtuales, porque le implican al laico tener un lugar para transmitir y es tiempo invertido en cuestión de uso de Internet, además de otros servicios.
Es verdad que el tallerista o, en su caso, el laico que brinde otro tipo de contribución debe ir pensando cómo sostener el proyecto que Dios, en un momento dado, le ha pedido a través de las personas y de las circunstancias; sin embargo, un primer paso es que las comunidades comprendan que el tiempo de la persona y el ofrecimiento de los recursos siempre termina por generar algún tipo de gasto. El que trabaje en otra cosa no significa que deba o pueda tomarlo de ahí para aceptar alguna invitación. Está bien que done ciertos momentos en atención a comunidades desfavorecidas, pero no puede darse siempre debido a la gama de gastos que eso implica. Especialmente, si se trata de laicos jóvenes que están comenzando a construir su patrimonio y, por ende, están más expuestos o vulnerables, no obstante, su deseo sincero de evangelizar.
Cuando invitemos a alguien, debemos tocarle el tema, acordar un margen de maniobra, estableciendo límites del presupuesto. No vale desentendernos. Deben ser valores entendidos y platicados tranquilamente. Lo anterior, para seguir impulsando el apostolado de los laicos al contribuir en la tarea de dar a conocer la fe y la cultura católica.