Estar en Guadalupe ante la Morenita del Tepeyac y escuchar con los oídos del alma las palabras que le dijo a San Juan Diego es una de las experiencias más emocionantes que puede experimentar un católico normal, es decir alguien que ame a la Virgen. Tanto la venerada tilma como la intensa devoción de los que acuden a María para ofrecerle sus flores y sus ruegos, tocan profundamente el corazón del peregrino. Eso es lo que ha buscado Francisco y ese ha sido el motivo principal de este viaje a México. Junto a esto, el otro gran amor del Papa: los pobres. Los pobres, que han estado presentes en todo su recorrido por la nación de habla hispana con más católicos del mundo: Ecatepec, Chiapas, Morelia y Ciudad Juárez.

Pero, ¿por qué esta relación entre María y los pobres? ¿Es la simple unión de dos afectos que se dan en el corazón del pontífice o tienen un vínculo indisoluble que él pone de manifiesto pero que existe por sí mismo? En realidad, no se puede separar el amor a la Virgen del servicio a los que sufren, porque si Ella es la Madre, en ellos está el Hijo. El que ama a María no sólo escucha las palabras que Ella le dijo a San Juan Diego: “Aquí estoy yo que soy tu madre”, sino que también oye las palabras del Señor. “Lo que hayas hecho al más pequeño, a mí me lo has hecho”, y no puede dejar de ver a la Santísima Virgen tanto en la cueva de Belén protegiendo a su Hijo recién nacido como en el Calvario acompañando y consolando a su Hijo crucificado.

Pero no siempre ha sido así y no siempre es así. Para muchos, el amor a María es algo sentimental, emocional, afectivo. No estoy en contra de los sentimientos ni del elemento afectivo en la religión, pues ambos forman parte de la naturaleza humana y en las últimas décadas eso lo hemos olvidado, para inclinarnos hacia una religión de laboratorio, fría e intelectual, que no toca el corazón de la persona. Pero, lógicamente, una religión hecha sólo de emociones deja de ser un vínculo espiritual con Dios para convertirse en espiritualismo. Sin el empeño honesto de llevar una vida coherente, la religión se transforma en opio que adormece. Es decir, sin una moral la fe puede convertirse en droga, y el ejemplo son las sectas. Por eso para el catolicismo la predicación del dogma va unida a la predicación de la moral y por eso estamos dando las batallas que estamos dando con la cuestión de la comunión de los divorciados, pues desde el momento en que se separe la verdad dogmática de la verdad moral el catolicismo no tardará en convertirse en una religión de consumo, en un producto que cada uno adapta a sus conveniencias.

Eso el Papa lo sabe y por ello ha querido recordar lo que está unido por sí mismo: el amor a la Virgen y el amor a los pobres. Porque estamos con María estamos de rodillas ante el que sufre, como Ella estuvo al pie de la Cruz. Porque estamos con María y con Jesús tenemos fuerzas para estar sirviendo al que nos necesita. Ese es el verdadero amor a María, el amor que reza el Rosario -el Papa lo reza- y que a la vez da de comer al hambriento y defiende pacíficamente sus derechos. Este ha sido el gran mensaje del viaje a México del Papa Francisco y sería una lástima que nos distrajéramos con otras cosas.