Parece que estos días se pone de actualidad la cuestión del respeto a la libertad religiosa, con motivo del juicio de la actual portavoz del ayuntamiento de Madrid por la invasión de una capilla católica de la universidad complutense hace ahora cuatro años. Es curioso la poca objetividad que se evidencia en los medios de comunicación, que subrayan aspectos parciales del problema, cada uno los suyos, con escaso interés por informar de la realidad. Ahora resulta que un ataque directo a la libertad de conciencia de las personas -que de eso estamos hablando- es un ejercicio de la libertad de expresión, o incluso, para algunos, un acto heroíco en defensa de la laicidad del Estado. La legislación española ampara la libertad religiosa, el derecho de todas las personas -¡incluso de los católicos!- a profesar la fe religiosa que estimen oportuno, sin ser por ello discriminados ni molestados en modo alguno. Si un bárbaro ataca a un judío ortodoxo, porque va vestido con traje negro y tirabuzones en el pelo, cualquier persona de un estado moderno y avanzado declarará aquello como un asalto a un derecho básico del creyente judío. Lo mismo cabe decir de quienes practican otras religiones menos extendidas en nuestro país, como los Hare Krishna o las mujeres musulmanas, a las que también se reconoce fácilmente.
Que cada uno piense lo que quiera es un postulado que parece haber inventado la izquierda, que siempre se muestra como adalid de la libertad individual: ¿siempre? No, no siempre, el postulado no aplica cuando estamos hablando del cristianismo, en donde los ataques solapados o directos a las opiniones de los demás se vestirán de cualquier otra etiqueta moralmente elevada para justificar lo injustificable. Ya me he referido en este mismo blog al vandalismo que vivimos con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud de 2011, donde energúmenos insultaron a jóvenes de diveros países del mundo que venían a Madrid, simple y llanamente, a vivir alegremente su fe.
Cuando pensamos en la persecución de los cristianos, es preciso referirse a los países totalitarios que obvian el derecho básico a la libertad religiosa, discriminando, encarcelando, torturando o matando a las personas que no siguen la ideología dominante: Corea del Norte, China, Pakistán, Arabia Saudí, Irak, Siria y un largo etcétera en donde actualmente las minorías religiosas sufren sólo porque su conciencia les lleva a seguir otra fe distina a la que los tiranos de turno quieren imponer. Entre esas minorías, sin duda los más perseguidos en el mundo son los cristianos, nuestros hermanos en la fe. No podemos callar ante esas tropelías, ahora tristemente de actualidad con los crímenes del autoproclamado estado islámico.
Pero también conviene levantar nuestra voz ante los mismos planteamientos de totalitarismo religioso en los países de tradición cristiana como el nuestro. Bajo la excusa de una falsa laicidad (confunden la neutralidad religiosa del Estado con la obsesión laicista), se profanan símbolos religiosos con la pobre excusa de un arte innovador, se marginan tradiciones porque tienen sentido religioso (a veces, ¡hasta amparándose en la defensa de otros credos!) o se intenta expulsar a los católicos de la vida pública bajo la sospecha de que imponen sus ideas (¡es paradójico!). Para una visión más amplia de esta cuestión, recomiendo la lectura del reciente libro de Luis Antequera, que trata extensamente de la persecución de los cristianos, incluido el hostigamiento y acoso al que a veces somos sometidos en las sociedades cristianas. Los cristianos no podemos silenciar el sufrimiento de nuestros hermanos en los países donde pagan con su vida o su emigración su fe en Jesucristo, pero tampoco deberiamos callar en nuestro país ante flagrantes incumplimientos del respeto que toda conciencia merece.
Que cada uno piense lo que quiera es un postulado que parece haber inventado la izquierda, que siempre se muestra como adalid de la libertad individual: ¿siempre? No, no siempre, el postulado no aplica cuando estamos hablando del cristianismo, en donde los ataques solapados o directos a las opiniones de los demás se vestirán de cualquier otra etiqueta moralmente elevada para justificar lo injustificable. Ya me he referido en este mismo blog al vandalismo que vivimos con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud de 2011, donde energúmenos insultaron a jóvenes de diveros países del mundo que venían a Madrid, simple y llanamente, a vivir alegremente su fe.
Pero también conviene levantar nuestra voz ante los mismos planteamientos de totalitarismo religioso en los países de tradición cristiana como el nuestro. Bajo la excusa de una falsa laicidad (confunden la neutralidad religiosa del Estado con la obsesión laicista), se profanan símbolos religiosos con la pobre excusa de un arte innovador, se marginan tradiciones porque tienen sentido religioso (a veces, ¡hasta amparándose en la defensa de otros credos!) o se intenta expulsar a los católicos de la vida pública bajo la sospecha de que imponen sus ideas (¡es paradójico!). Para una visión más amplia de esta cuestión, recomiendo la lectura del reciente libro de Luis Antequera, que trata extensamente de la persecución de los cristianos, incluido el hostigamiento y acoso al que a veces somos sometidos en las sociedades cristianas. Los cristianos no podemos silenciar el sufrimiento de nuestros hermanos en los países donde pagan con su vida o su emigración su fe en Jesucristo, pero tampoco deberiamos callar en nuestro país ante flagrantes incumplimientos del respeto que toda conciencia merece.