Todos cumplieron, pero las cosas cambiaron enormemente cuando llegó Ferran Gil, “Ferri”, quien nos dio estabilidad en la portería en la última campaña, en la que conseguimos llegar hasta las semifinales de la liga escolar de Barcelona. Después, al federar el equipo, nuestro portero ha sido uno de los puntales en las dos temporadas y media de esta espectacular aventura.
Pero Ferri no es solo un buen portero, es también un buen estudiante que cursa ingeniería industrial en la Universidad Politécnica de Barcelona (UPC) y, por encima de todo, es una magnífica persona.
Ferri nos está ayudando a entrenar los equipos de base del club y, hace como un mes, me dijo que tendría que estar fuera diez días, porque se iba a un voluntariado a la República del Congo. La verdad, me quedé bastante impactado. Todos sabemos las necesidades que hay en estos países, pero de allí a tomar la decisión de ir… Vamos, ¡admirable!
El voluntariado, vinculado a la UPC, consistió en ayudar a arreglar y supervisar maquinaria en el Hospital Monkole, en Kinshasa, la capital, una ciudad con más de diez millones de habitantes. Las vivencias de Ferri fueron, por supuesto, impresionantes: “Simplemente salir del aeropuerto te marca”, me comentaba al volver. “Es impactante, ves pobreza por todos lados”.
Sin embargo, en estos casos suele darse una paradoja que nos cuesta explicar a quienes no nos falta nada: la gente de estos países, que carecen de todo, suele ser feliz. El portero de mi equipo, testigo presencial, lo explica así: “Es muy curioso, pues la República del Congo es el país 176 (de 177) en Índice de Desarrollo Humano del mundo, según estadísticas del 2014. Sin embargo, la gente es muy agradable y es capaz de reírse por cualquier cosa”.
Otra de las grandes locuras en los países africanos es el fútbol. Durante la estancia de Ferri, justo la República del Congo consiguió llegar hasta la final de la Copa África, disputada solo por jugadores que militan en equipos del propio continente, en la que ganó el título a Mali. Sin televisión en casa, para poder seguir los partidos, la gente se aglutinaba alrededor de pantallas, gracias a algunos afortunados que aportaban sus propios generadores para poder encenderlas.
“Entre el material que llevábamos para dejar allí, había balones y ropa de fútbol”, me contó Ferri. “Lo más impresionante de todo es que había un pequeño club de fútbol al lado del hospital y un enorme campo de tierra. Se nos ocurrió sacar una pelota y ponernos a chutar y, de repente, salieron como unos cuarenta niños y tuvimos que montar un partido de esos de veinte contra veinte en que todos persiguen el balón…”
Sin lugar a dudas, independientemente de su clase social o de dónde haya nacido, un niño corriendo detrás de una pelota es igual en cualquier parte del mundo. Las vivencias de Ferri fueron riquísimas en estos diez días, en los que pudo atestiguar por qué una de las grandes armas de un misionero es un simple balón de fútbol.