Escribir sobre temática religiosa comporta un riesgo mucho mayor del que los lectores puedan pensar. Un riesgo que puede tornarse en peligrosa realidad sin que te des cuenta, y quizá en el momento más inoportuno. Y no hablo de peligro con doble sentido, ni empleo tan jugosa palabra para atraer la atención de los lectores. Hablo de un riesgo real para el alma.

Hablar día tras días de Dios y de sus obras; anunciar los milagros que se producen continuamente a nuestro alrededor; referir las bondades del cristianismo y la necesidad de hombres virtuosos; advertir de la maldad del pecado y de las acechanzas de Satán; comentar aspectos de la vida de la Iglesia; y esgrimir el Evangelio y el Catecismo como libros de cabecera, por más que pueda parecer contradictorio, supone el riesgo cierto de que uno quede, por así decirlo, inmunizado. Impermeabilizado ante Dios y sus proyectos entre los hombres. Acostumbrado a la Gracia. Poco o nada interesado en los asuntos importantes de la Iglesia, más allá de lo noticioso. Hastiado de la necesaria formación espiritual. Y, lo que es peor, pagado de ti mismo, como si ya tuvieses una sensata idea de todo y sólo te quedase pontificar.

 

Acabo de leer unos artículos que publiqué en ReL hace algo más de un año, y otros que aparecieron en el boletín interno del Movimiento de Cursillos de Cristiandad en Madrid. No diré que no se parecen en nada a mis últimos post, pero sí reconozco que he perdido cierta viveza en la fe. Que me he alejado del amor primero, como decía San Pablo. Naturalmente, esta apatía espiritual no se refleja sólo en el blog –lugar donde no informo, sino que opino y, por tanto, me implico–. Se nota (lo noto), ante todo en mi personal vida de fe. Quizá externamente mi vida cristiana sea la misma que hace un año, pero por dentro sé que está bajándose la llama del fogón. Y como siempre que flojeo, se han producido, no sé si por causa o consecuencia, tres efectos: pérdida de la oración; propensión a caer en mis pecados recurrentes; y abulia ante la santidad, ante el perfeccionamiento personal.

 

Ahora es cuando deberían sonar las alarmas que me señalasen con un cristiano cuya fe se está enfriando. Guarde silencio: ¿escucha alguna? Espero que no. Porque, al contrario de lo que algunos rasgavestidos harían –y seguro que lo harían con razón–, sólo puedo dar gracias a Dios por esta temporadita de secano. El sábado, después de confesarme con Abraham, un sacerdote tan joven como santo, me di cuenta de que haber detectado el tufo de mi apatía sólo puede significar que no me he convertido en un “cristiano profesional”, acostumbrado a manejar cada situación; a tener el ojo crítico para escudriñar cada realidad de la Iglesia; y a vivir en un permanente estado de equilibrio acomodado. Vivir en Cristo tiene estas cosas: unas veces se está más caldeado que otras. Y escribir sobre Él no es algo ajeno a esas rachas. Lo importante, creo, es darse cuenta de que te estás encasquillando por dentro, aun cuando por fuera no se note. Y volver a encender al máximo los fogones. Olla que bulle, mosca que espanta. Belcebú, si no me equivoco, significa “señor de las moscas”.

 

Por desgracia, creo que somos demasiados los periodistas y comentaristas especializados en información religiosa acostumbrados a ejercer de árbitros, jueces, supertacañones, sabelotodos, consejeros, teólogos, pastoralistas y predicadores, aun con nuestros fogones a medio gas. Será que tengo el ojo viciado por mi propio pecado, pero reconozco en la blogosfera a más de uno. En fin, como yo sólo puedo hablar por mí mismo, quiero dedicar este post a todos los lectores que tal vez se estén acostumbrando a vivir tan rodeados de “cosas de Dios y de la Iglesia” como para descuidar, igual que yo, la relación con Dios y el verdadero interés por la Iglesia. Y le animo a volver a la oración, a los sacramentos, al Evangelio, a los libros de espiritualidad, a la actividad apostólica y a reconocerse pecadores amados por Dios. A subir el gas de los fogones. Si lo hacen, me sentiré más acompañado en este camino que debo recorrer…

José Antonio Méndez