LA FE AL ALCANCE DE LOS NIÑOS (15)
CHARLANDO CON JESÚS SOBRE ESTOS TEMAS
Niño: Jesús, ¿qué significa “la comunión de los santos”?
Jesús: La comunión de los santos quiere decir que, como todos formáis mi cuerpo, y entre los miembros del cuerpo circula la misma vida, en la Iglesia todos los miembros vivís mi vida, que es la vida de la gracia que va pasando de unos a otros.
Niño: ¿Me podrías poner un ejemplo?
Jesús: Ya te dije que los ejemplos no son exactos, pero te pongo otro ejemplo distinto del de la fuente: imagínate una central eléctrica. Se genera la electricidad que va haciendo funcionar todos los aparatos que se conectan a ella. Mi muerte y resurrección vienen a ser como la central eléctrica que produce la electricidad. Los usuarios a veces no conectan, a veces conectan bien pero, a veces, estropean los aparatos o producen un cierre y se quedan sin luz... Pues bien, la comunión de los santos es como el ir pasando de unos a otros la electricidad de mi vida divina. Pero a veces, hay quienes producen fallos en la corriente eléctrica y la corriente no llega a otros, por ejemplo, cuando los niños dan malos ejemplos a otros.
Niño: ¿Quién perdona los pecados?
Jesús: El único que los puede perdonar es Dios. El Padre os ha perdonado porque yo le ofrecí mi vida por vosotros en la cruz, y me ha dado todo el poder sobre el cielo y la tierra. Después de mi resurrección, les dije a mis apóstoles que perdonasen los pecados y los envié por todo el mundo a perdonarlos.
Niño: ¿Cuándo se nos perdonan?
Jesús: En el bautismo. Y si después de bautizados cometéis pecados, se perdonan en el sacramento de la penitencia. Al perdonaros, el Espíritu os cambia interiormente y os convierte en hombres nuevos, es decir, en hijos del Padre celestial, hijos amados y queridos. Por eso es tan importante el sacramento de la penitencia.
Niño: Los cristianos creemos en la resurrección de la carne. Te voy a hacer unas preguntas para que me las contestes rápido. ¿Vale?
Jesús: Vale.
Niño: ¿Qué significa que en el último día se unirán las almas con sus propios cuerpos?
Jesús: Que las almas que están en el cielo o en el infierno se unirán a sus propios cuerpos y serán cuerpos gloriosos como el mío o cuerpos de condenación.
Niño: ¿Resucitaremos todos?
Jesús: Sí. Todos resucitaréis. Unos, para la vida del cielo y otros, para la muerte del infierno.
Niño: ¿Sabe alguien cuándo será el día de la resurrección?
Jesús: Nadie. Eso ya me lo preguntaron y contesté que sólo el Padre lo sabía. No es importante que lo sepáis; si lo fuera, os lo habría dicho.
Niño: ¿Resucitaremos con nuestros propios cuerpos?
Jesús: Sí. Y los que resucitéis para la vida porque tú supongo que querrás resucitar para la vida resucitaréis con un cuerpo glorioso como el mío.
Niño: Cuando resucitemos todos, ¿ya no habrá purgatorio?
Jesús: No. Sólo habrá cielo e infierno.
Niño: ¿Los buenos que hayan muerto en gracia, irán al cielo?
Jesús: Sí. Porque la gracia es como la semilla de la vida divina, y el cielo, como el fruto. Recuerda que si yo he dado mi vida en la cruz para salvar a todos los hombres, lo he hecho en serio; no he hecho teatro. He insistido en la importancia de corresponder a mi amor con obras de amor.
Niño: ¿Y los que mueran en pecado mortal irán al infierno?
Jesús: Sí. Porque, debido al pecado mortal, no han acogido mi amor y, por tanto, no tienen vida.
Niño: ¿El cielo y el infierno son para siempre?
Jesús: Sí. Son para siempre y sin vuelta atrás. Por eso, los que van al cielo no pueden ir ya al infierno, y al revés.
Niño: Otra cosa, Jesús. Algunos dicen que eso del infierno ya no se lleva hoy. Y que Dios es muy bueno, y que no puede permitir que haya hombres que se condenen para siempre.
Jesús: Cada uno puede pensar como quiera y decir lo que quiera. Tú ya sabes cómo pienso yo, y cómo piensa mi Iglesia. Tú piensa como quieras. Naturalmente que Dios es muy bueno; fíjate si lo es, que mi Padre me ha entregado a la muerte de cruz para salvaros del infierno. Si, a pesar de eso, hay quien piensa que no existe el infierno o que, si existe, está vacío, allá él.
Niño: ¿No hay una reencarnación para ver si hay otra posibilidad después de esta vida?
Jesús: No. Eso de la reencarnación es cosa de otras creencias. Los hombres mueren una sola vez, porque también viven una sola vez. Por eso es tan importante la vida.
Niño: ¿Cómo es el cielo, Jesús?
Jesús: La felicidad del cielo está mucho más allá de lo que te puedas imaginar. Pero imagínate que has estado varios años secuestrado y que, de repente, te encuentras con tus padres, las personas a quienes más amas y que más te aman. Algo así es el cielo, pero más: te encuentras con el Padre, conmigo, con el Espíritu Santo que es quien te ha conducido hasta el cielo, con la Virgen, con tus seres queridos que han ido al cielo...
Como comprenderás, si el cielo no fuera tan extraordinario y mi Padre no os quisiera tanto, no hubiera yo llegado a la cruz para que pudieseis venir al cielo con nosotros. Fíjate que el cielo consiste en gozar de la posesión de Dios, siendo felices como Él. En el cielo ya no habrá ningún mal y poseeréis toda clase de bien, ya que en Dios está la plenitud del bien.
Niño: ¿Cómo es el purgatorio? ¿No te parece que eres un poco duro no dejarnos entrar en el cielo si no estamos completamente limpios, limpios?
Jesús: No soy duro, no. Lo que pasa es que si os dejara entrar sin estar limpios, estaríais incómodos en el cielo.
Niño: Bueno, bueno; yo no estaría muy incómodo; donde estaría incómodo es en el purgatorio.
Jesús: Vamos a ver; imagínate que vas a un banquete y te has caído, te has ensuciado y se te ha roto el traje.
¿Verdad que no estarías cómodo en el banquete sin asearte antes? Lo mismo pasaría con el banquete del Reino de los cielos si no estuvieses completamente purificado. Por eso, no soy yo quien os mando al purgatorio; más bien sois vosotros los que queréis ir.
Niño: ¡Ah!
Niño: ¿Cómo es el infierno?
Jesús: Tampoco te lo puedes imaginar. Cielo e infierno no son como un palacio o una cárcel. Uno puede estar en un palacio sufriendo mucho, y puede estar hasta contento en una cárcel. Cielo e infierno, más que un lugar, son una manera de vivir: en el gozo del amor a Dios en el cielo, o en el sufrimiento de haberlo perdido para siempre en el infierno.
Niño: Me da un poco de miedo el infierno, Jesús.
Jesús: Tú no tengas miedo al infierno sino al pecado mortal. Porque la diferencia entre la situación del condenado en el infierno y la de quien está en pecado mortal es la misma. Ambos están separados de Dios. El pecador no acaba de darse cuenta de lo que supone haber perdido a Dios, mientras que el condenado sí se da cuenta y sufre, sabiendo, además, que lo ha perdido por su culpa.
Niño: Y ahora, en confianza, Jesús. ¿Adónde iré yo?
Jesús: Supongo que te gustaría que te dijese que al cielo ¿no?
Niño: ¡Toma pues! Claro que sí.
Jesús: Mi respuesta es que irás donde quieras.
Niño: ¡Anda! Pues yo quiero ir al cielo.
Jesús: Yo también quiero que vengas conmigo al cielo. Si los dos queremos, no hay duda de que vendrás. Sigamos siendo amigos y vendrás conmigo al cielo. Porque supongo que no querrás cometer toda clase de pecados, dejando de ser mi amigo y después, “colarte” para el cielo. Eso no vale.
Niño: Claro, claro. ¿De verdad que me llevarás al cielo?
Jesús: Es que ¿para qué crees que he venido a este mundo y he muerto en la cruz? Para llevaros conmigo al cielo. ¡Si quieres, vendrás conmigo! Somos amigos y queremos continuar siéndolo. Yo quiero que mis amigos están donde yo estoy. Ahora que si mis amigos no quieren seguir siendo mis amigos, ¿qué quieres que haga? Sois libres para ser mis amigos o para dejar de serlo.
Te he dado mi Espíritu para que te acompañe y te ayude a no perder nuestra amistad. Fíate de lo que te vaya diciendo, y verás qué feliz eres. Pero recuerda que no quiero que mis amigos sean blandengues. Los quiero amigos, amigos. Y tú eres de esos ¿no?
Niño: Por lo menos, quiero serlo. Gracias, Jesús. No sabes lo a gusto que estoy charlando contigo.
Gracias, Señor, porque nos perdonas y porque le has dado a tu Iglesia el poder de perdonar los pecados.
Gracias también porque, aunque tengamos que pasar por la muerte, nos has dicho que resucitaremos con nuestros propios cuerpos.
Y en cuanto a la vida eterna, de verdad, Señor, espero que me llevarás contigo para siempre al cielo.
Como eres tú quien me ha de juzgar, sé que me has de juzgar con misericordia porque sabes que soy un amigo que te quiere, aunque en ocasiones, no he acabado de quererte como te mereces.
Ayúdame a seguir queriéndote, porque si estoy solo, no voy a poder quererte como tú quisieras y como yo quisiera. Así soy de débil.
José Gea