El pasado 12 de febrero, fue recibido en el aeropuerto internacional de la Ciudad de México, el Papa Francisco, iniciando así su visita apostólica que concluirá el miércoles 17. ¿Qué ha pasado desde entonces? Una movilización significativa. Ya se superó la cifra de un millón. Hasta el momento, ha tocado en sus discursos los grandes problemas sociales que son un común denominador en América Latina y que violentan la dignidad de la persona humana. Lo hizo, sin dejar de subrayar los avances que se han dado; es decir, las fortalezas de la región. Algunos sectores, han intentado hacer campañas en redes sociales para descalificar a la Iglesia; sin embargo, como voces válidas en un contexto plural, no han logrado minar la participación de los católicos y el interés de no pocos católicos que buscan construir acuerdos para garantizar la paz y el desarrollo. Al que esto escribe, le consta, como mexicano, que un gran número de jóvenes van en camino al encuentro de Morelia, que en las fachadas de los colegios católicos hay un mensaje o nota de bienvenida, que hay familias que se han sumado a los eventos, que existe atención a las transmisiones televisivas, que la visita ha generado una nueva búsqueda de respuesta por parte de varios jóvenes que aún no tienen clara su fe, etcétera. El Papa no es un “mago”, pero su voz influye y es bueno que así sea.
Ahora bien, ¿cómo está la Iglesia en México? Es indiscutible que sigue siendo el segundo país con el mayor número de católicos; sin embargo, el reto principal es dar un salto de calidad a nivel humano, espiritual e intelectual. Es decir, como católicos, crecer en cultura religiosa, acompañados por obispos cercanos, tal y como lo pidió el Papa durante su visita a la catedral metropolitana de la Ciudad de México, el pasado 13 de febrero.
Hay que dejar de ser católicos en la abstracción, en una espiritualidad a menudo mecánica –lo que, dicho sea de paso, genera vulnerabilidad ante el proselitismo de las sectas- y no necesariamente de convicciones e incidencia social. Al mismo tiempo, elevar el cuidado en la formación y acompañamiento de los sacerdotes.
Necesitamos educar una nueva generación de laicos, hombres y mujeres que, desde una sólida espiritualidad, enriquecida por la piedad popular, sepan incidir, participar en el cambio. No desde la superioridad, sino a partir de la coherencia, de la preparación. Todavía persiste la idea de que los laicos están para quedarse encerrados en las sacristías; sin embargo, hay que salir, participar, involucrarse. Es verdad que existen –en palabras del beato Papa Pablo VI- las “estructuras de pecado”; sin embargo, la única forma de transformarlas parte de empezar a tomar consciencia. Las devociones son necesarias, pero deben encarnarse. En otras palabras, llevar a que la fe madure, crezca y no se quede en una salida de negociación con Dios: “si me das esto, te doy lo otro”.
La Iglesia en México, va comprendiendo, poco a poco, la necesidad de evangelizar al sector empresarial. ¿Cómo? Desde de la Doctrina Social de la Iglesia. Formar empresarios con sensibilidad social. Mientras no se asuma del todo dicho rubro, es posible quedarse en los buenos deseos pero sin construir. Por lo tanto, el Papa Francisco se encuentra con una Iglesia que tiene fuertes raíces en México pero que necesita adentrarse en un proceso de mejora, madurar lo que tantos santos y santas procedentes de la nación mexicana han trabajado.
Ahora bien, ¿cómo está la Iglesia en México? Es indiscutible que sigue siendo el segundo país con el mayor número de católicos; sin embargo, el reto principal es dar un salto de calidad a nivel humano, espiritual e intelectual. Es decir, como católicos, crecer en cultura religiosa, acompañados por obispos cercanos, tal y como lo pidió el Papa durante su visita a la catedral metropolitana de la Ciudad de México, el pasado 13 de febrero.
Hay que dejar de ser católicos en la abstracción, en una espiritualidad a menudo mecánica –lo que, dicho sea de paso, genera vulnerabilidad ante el proselitismo de las sectas- y no necesariamente de convicciones e incidencia social. Al mismo tiempo, elevar el cuidado en la formación y acompañamiento de los sacerdotes.
Necesitamos educar una nueva generación de laicos, hombres y mujeres que, desde una sólida espiritualidad, enriquecida por la piedad popular, sepan incidir, participar en el cambio. No desde la superioridad, sino a partir de la coherencia, de la preparación. Todavía persiste la idea de que los laicos están para quedarse encerrados en las sacristías; sin embargo, hay que salir, participar, involucrarse. Es verdad que existen –en palabras del beato Papa Pablo VI- las “estructuras de pecado”; sin embargo, la única forma de transformarlas parte de empezar a tomar consciencia. Las devociones son necesarias, pero deben encarnarse. En otras palabras, llevar a que la fe madure, crezca y no se quede en una salida de negociación con Dios: “si me das esto, te doy lo otro”.
La Iglesia en México, va comprendiendo, poco a poco, la necesidad de evangelizar al sector empresarial. ¿Cómo? Desde de la Doctrina Social de la Iglesia. Formar empresarios con sensibilidad social. Mientras no se asuma del todo dicho rubro, es posible quedarse en los buenos deseos pero sin construir. Por lo tanto, el Papa Francisco se encuentra con una Iglesia que tiene fuertes raíces en México pero que necesita adentrarse en un proceso de mejora, madurar lo que tantos santos y santas procedentes de la nación mexicana han trabajado.