El episodio Sirera vuelve a poner de manifiesto el comportamiento de algunos medios de comunicación, y detrás de eso, el de sus propietarios. Un reportero del diario Avui, participado por la Generalidad de Cataluña, ha violado la intimidad de las comunicaciones del presidente del grupo popular en el parlamento de esa región española publicitando un mensaje SMS en el que afirmaba que el PP “era una mierda”.
Pues bien, al margen de que ese avispado reporterillo tenga que dar cuentas de sus actos ante algún juez, la anécdota es como gota que colma el vaso respecto a la actuación de las empresas de D. Jose Manuel Lara, dueño y señor de la editorial Planeta, del propio diario Avui, de Antena 3, Onda Cero y el diario La Razón, entre otras cuantas cosas más.
Muy bien y muy legítimo que D. Jose Manuel persiga el beneficio en sus muchas y diversas actividades empresariales. Muy loable que estas actividades contribuyan a la riqueza nacional y sobre todo, proporcionen empleo y sueldo a miles de trabajadores. Tenga D. Jose Manuel el mejor marco institucional que garantice su libertad de empresa y la seguridad jurídica necesaria para la misma. De acuerdo, pero tenga la seguridad D. Jose Manuel que la búsqueda de ese legítimo beneficio a cualquier precio y de cualquier forma terminará por pasarle una enorme factura.
Porque lo que no es admisible es que la busqueda de un legítimo beneficio se realice a costa de envenenar a la sociedad, de inundarla de basura mediática y de enfrentarla entre sus partes. No es legítimo ni ético estar a la vez al lado de todos los que defienden la validez de nuestro marco institucional común, el que sobre el papel garantiza la igualdad de todos ante la ley y la garantía de nuestros derechos y libertades (La Razón), y al mismo tiempo estar al lado de los que pretenden destruirlo y reventarlo (Avui).
No es legítimo ni ético aparecer como uno de los baluartes mediáticos del principal partido de la oposición (La Razón), y al mismo tiempo situarse al lado de los que tratan de exterminarlo y eliminarlo de la vida pública, en un auténtico proceso de nazificación de la política catalana y española que busca un enemigo interior que haga las veces de chivo expiatorio sobre el que desviar las frustraciones de una sociedad enferma.
Pero, amén de lo anterior, lo que de ninguna forma es tolerable por más tiempo es que la búsqueda del beneficio se contruya sobre una cadena de televisión que se ha convertido en la campeona nacional de la mierda analógica y digital, en la número uno en la creación de programas y series que agreden directamente los fundamentos sobre los que se sustenta y cohesiona la sociedad española, que favorecen directa o indirectamente conductas tales como la pederastia, la violencia, la violación de la intimidad y la hipersexualización de la juventud.
Lo que de ninguna forma es tolerable es que la obtención del beneficio pase por erosionar a la sociedad en conjunto en aquellas estructuras que la fundamentan, que pase por la liquidación y el derribo de los más elementales principios de convivencia y que se sustente en una degradación permanente del ámbito familiar y educativo de los jóvenes. Y es precisamente ésto lo que terminará por pasarle una enorme factura a D. Jose Manuel Lara.
Porque hoy en España son millones los ciudadanos que no tienen ninguna cadena de televisión a la que acudir con sosiego, ni siquiera dentro de la amplia oferta que la TDT ofrece, son millones los ciudadanos que están hartísimos de tanta basura, de tanta inmundicia, de tanta imagen superficialona, de tanta manipulación, desinformación y engaño como se arroja a diario desde las cadenas de Lara, sin que las otras cadenas se queden atrás en esta carrera loca hacia la degeneración absoluta.
Porque lo que D. Jose Manuel Lara, al igual que la cohorte de ciegos que dirige sus diferentes medios, es incapaz de ver, es que existe un mercado y una audiencia numerosísima, aún mayor que las audiencias que hoy en día están consiguiendo las diferentes cadenas televisivas, que no ha sido convenientemente explotada todavía, la de los millones de ciudadanos que sintonizarían encantados una televisión que se basara en la verdadera calidad y en una apuesta por los valores.
Otros grandes imperios mediáticos sí han sabido descubrirla y explotarla, y en algunos casos este giro ha salvado a alguno de ellos de una quiebra anunciada, como es el caso paradigmático de la Disney y su canal televisivo, la Disney Channel. Aquí ni siquiera son capaces de entender que una televisión de calidad es algo con lo que simplemente ganarían mucho más dinero.
Y D. Jose Manuel, empeñado en su lucha contra el imperio rival de Berlusconi, compite con éste en producir y extender la mayor cantidad de bazofia y escoria en la errónea suposición de que este tipo de productos son los que más venden y los que más beneficios producen. Hablar con los directivos de la Disney quizás le abriera un poco los ojos, y darse una vuelta por los centros de toma de decisiones de la BBC, también. La sociedad británica ha conseguido obligar a su mundializada televisión pública a abandonar el sendero de la infamia audiovisual.
Cuando menos lo imaginen Lara y compañía, alguna cadena de la competencia les hundirán si consigue detectar antes que ellos este nicho de mercado sin explotar. Y aún se prescinde aquí de entrar en argumentos de fondo de tipo moral o ético, pues las personas que se mueven a ese nivel son ajenas ya por completo a ello. Solo entienden el lenguaje del dinero, y a veces ni siquiera eso. España no se merece un gobierno que mienta, ni un empresariado que la descomponga.